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Gamberrismo

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Ávidas pretensiones

Fernando Aramburu

Seix Barral, 2014

ISBN: 978-84-322-2259-7

416 páginas

20 €

Premio Biblioteca Breve 2014

 

 

Daniel Ruiz García

No había leído -lo confieso- nada hasta ahora de Fernando Aramburu. Por eso si tengo que trasladar mis impresiones sobre él después de leer su Ávidas pretensiones, diría que me parece un auténtico gamberro. La novela con la que ha ganado el Biblioteca Breve es una saludable gamberrada que pone en el punto de mira al mundillo poético, por decir algo: en realidad son un grupo de letraheridos desgraciados entre los que abunda, a partes iguales, la desfachatez, la vanidad en su modalidad más ridícula y esa miseria tan propia del poeta menor. Un saludable ejercicio de risión a costa de una serie de poetas que ocupan el Parnaso de Saldo de las Letras Españolas, y con los que Aramburu entra a degüello, sometiéndolos a situaciones ridículas y más propias de un vodevil.

El primer acierto del libro, pienso, es el tono, el estilo. Un estilo muy directo y a la vez cultista, con un cultismo que suena premeditadamente rancio y que evoca, me parece, esa prosodia relamida tan característica de los Cronistas de la Villa. Ávidas pretensiones es una novela llena de acción, una suerte de variación moderna del drama satírico griego, donde el coro es el lector, quien va siguiendo las maniobras de los personajes sin perder nunca la sonrisa, y sabiendo, de partida, que todos son miserables y que ninguno merece perdón.

Aramburu hace gala de una prosa ágil, fresca, dinámica, con capítulos normalmente breves y plagados de diálogos y recursos rítmicos como onomatopeyas o coletillas, combinando siempre lo coloquial con lo culto, y dejando en el lector la sensación de que necesita arrojar la pupila sobre el siguiente capítulo.

No hay, como esperaba inicialmente, una crítica o una visión mordaz sobre autores que puedan ser reconocibles, a través de la exageración de sus tics o atributos, en el plantel más célebre de poetas españoles contemporáneos. Algunos de ellos contienen elementos que hacen pensar en algunos poetas conocidos, pero no creo que sea la intención. Más bien hay un ejercicio de construcción de personalidades mediante la adición de atributos singulares y probablemente reconocibles en muchos poetas, en la mayoría de los casos persiguiendo la burla, la caricatura, el espantajo.

Durante varios días, un convento de clausura rural acoge las terceras Jornadas Poéticas de Morrilla del Pinar, a la que acude poetada venida de todas las partes de España. Allí se dará cita lo más representativo del panorama poético patrio, en el que destacan claramente dos escuelas: los metafísicos (los metafas, como se les denomina coloquialmente a lo largo del libro) y los que cultivan el realismo (los realitas), dos grupos aparentemente irreconciliables pero que acaban entremezclándose a lo largo de la trama. Las jornadas deben concluir con la elección del mejor poeta de las jornadas, que será reconocido con una aureola y con la gloria mediática. Y mientras esto ocurre, habrá traiciones, malentendidos, lascivia, viajes alucinógenos, mamporros, cagaleras furibundas y una paella. Aramburu desparrama una serie de personajes impagables, que uno no puede recordar sin dejar escapar la sonrisa: hay un poeta anciano y célebre que se hace acompañar de una joven y voluptuosa lazarilla, que es deseada por todos los poetas varones y también por algunas hembras que hablan el lenguaje de Safo; hay un borracho sátiro que no tiene ningún reparo en exhibir su desvergüenza e indignidad por las esquinas; hay un poeta enamorado, otro obsesionado por epatar, otro homosexual que además ejerce como coordinador de una antología que provoca no poco resquemores. Hay, en fin, una enorme bufonada en torno a la poesía, en la que Aramburu acaba riéndose de todos, y no con excesiva piedad, como en cambio he leído en alguna crítica. El humor, para ser humor, debe ser cruel, porque de lo contrario no es humor sino comedia blanca. Y en Ávidas pretensiones hay mala leche, una mala leche inteligentemente dosificada, para que el amargor del veneno no acabe desbaratándonos el paladar y devenga en drama (¿pero es que acaso es posible el humor sin drama?).

Una novela, en fin, que es también una ráfaga de aire, con aroma de insurgencia, rebelión y desquite, a pesar de lo que digan otros, y que yo recomendaría especialmente a más de un letraherido, siempre y cuando consigan levantar la mirada poética de su ombligo.

admin

Un comentario

  1. Pues lee «los peces de la amargura», libro maravilloso y nada gamberro y fliparás.

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