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“Gloria, la que me deben…»

Manuel Machado

RAFAEL ROBLAS CARIDE | En el año 1993, la editorial Renacimiento publicaba la poesía completa de Manuel Machado reunida en un cuidado volumen. La fijación textual corría entonces a cargo del profesor Antonio Fernández Ferrer que, partiendo de lo que su propio autor había considerado como Poesías Completas –recopiladas en su momento con el título de Opera omnia lyrica–, completaba el voluminoso tomo con un extenso apéndice que incluía tanto el inicial Tristes y alegres como toda aquella otra poesía dispersa en revistas, antologías, prólogos y dedicatorias.

El meritorio trabajo de Fernández Ferrer venía pues a culminar un proceso de justa revalorización poética para un autor muy maltratado durante un extenso periodo de tiempo, debido a causas puramente extraliterarias. En 1993, Manuel ya no era considerado el “hermano pobre” de Antonio: menor, en cuanto a calidad poética; inferior, en cuanto a grandeza moral y humana. Por fin, la brisa del prosaísmo, iniciada por Gil de Biedma y convertida en huracán por la llamada poesía de la experiencia, había logrado desapolillar –durante gran parte de los setenta y durante los ochenta al completo– la magnífica obra de un escritor nada menor ni circunstancial.

Hasta las veleidades políticas del final de su vida y algunos poemas laudatorios al franquismo –estos sí, menores– parecían perdonados, ahora que el paso del tiempo había limado las aristas de algunas preguntas: ¿Está obligado un literato a ejercer de héroe? ¿Es el miedo libre o no tenía derecho el poeta a sentirlo cuando el alzamiento militar le sorprende casualmente en Burgos? ¿Realmente eran los dos Machados tan antagónicos? Quien no acierte a imaginarse las lágrimas de Manuel cada vez que escuchaba hablar de su hermano tras el aciago año de 1939 –tal y como me contaba quien personalmente lo vivió en primera persona–, no acertará nunca a comprender ni a interpretar el drama vital y humano de una generación de españoles que fueron condenados a un único destino.

Pero, continuando con la reseña, e invitando al interesado a que se lea las imprescindibles palabras preliminares que, sobre este y otros asuntos, ha preparado el crítico José Luis García Martín, habremos de apuntar que el volumen de 1993 se encontraba totalmente agotado desde hacía varios años. Renacimiento, con gran sensibilidad, ha accedido a realizar una nueva edición del mismo, a fin de acercar la obra manuelmachadiana a los estudiosos y a los lectores de poesía de hoy en día. Y lo ha hecho con análogo celo y buen gusto al de 1993. Así, los poemas se presentan exentos en cada página –con grandes caracteres y elegante tipografía–, ordenados cronológicamente por libros y culminados –como en la primera edición– por un índice de primeros versos que facilita al lector su labor de búsqueda.

Y, al igual que sucedía en 1993, al hilo de la edición puede abrirse otro eterno debate: ¿es necesario un trabajo tan exhaustivo como este, que también rescata todos los textos primerizos y circunstanciales del autor? Opiniones habrá para todos los gustos, aunque el filólogo apasionado agradezca ediciones así, que combinan diferentes estadios y etapas y que no desdeñan incluir todos los desniveles cualitativos de una obra. Gran tesoro, pues, para el estudioso del proceso creativo del mayor de los Machado, por más que algunas composiciones hagan sonrojar al más benévolo de sus lectores y otras hayan envejecido fatal al paso de los años.

Sin embargo, obviando toda esa hojarasca lírica estéril que, como ya se ha advertido, solo interesa al especialista, en el volumen se reproducen con letras de oro otros poemas extraordinarios –y aún libros enteros– que ya forman parte de la historia de la literatura en lengua española: “Adelfos”, “Castilla”, “Felipe IV”, “Retrato”, “Carlos V”… Resalta también José Luis García Martín en su prólogo este otro ejemplo que no nos resistimos a transcribir:

LOS FUSILAMIENTOS DE LA MONCLOA

Él lo vio…Noche negra, luz de infierno…

Hedor de sangre y pólvora, gemidos…

Unos brazos abiertos, extendidos

en ese gesto del dolor eterno.

Una farola en tierra, casi alumbra,

con un halo amarillo que horripila,

de los fusiles la uniforme fila

monótona y brutal en la penumbra.

Maldiciones, quejidos… Un instante

primero que la voz de mando suene;

un fraile muestra el implacable cielo.

Y en convulso montón agonizante,

a medio rematar, por tandas viene

la eterna carne de cañón al suelo.

Manuel Machado como virtuoso maestro del endecasílabo de rima consonante, firmando algunos de los más conseguidos sonetos escritos durante el siglo XX. Mas no conviene tampoco olvidar a ese otro Manuel Machado, heredero directo del acervo popular recopilado por su padre Demófilo, capaz también de conquistar la gloria soñada de los “que escriben cantares”; esto es de “…oír decir a la gente / que no los ha escrito nadie”. Copla popular que alcanza sus más altas cotas en composiciones que ya son de todos y que, en el breve espacio de tres versos, resumen a su vez la sabiduría sentenciosa del pueblo que las hace suyas:

No hay mentira en el querer:

Que te quise, era verdad…

Que no te quiero, también.

Tengo un querer y una pena.

La pena quiere que viva;

el querer quiere que muera.

Considera, compañero,

que en el mundo hay bueno y malo…

Pero más malo que bueno.

Tu calle, ya no es tu calle,

que es una calle cualquiera,

camino de cualquier parte.

¡Pobrecito del que espera,

que entre el ayer y el mañana

se va muriendo de pena!

Las Poesías Completas de Renacimiento son el arcón que contiene esta colección de tesoros líricos que, como también indica García Martín, en gran parte siguen vivos en la actualidad y nunca pasarán de moda. Y, aunque el resultado es soberbio, también el mejor escribano echa su correspondiente borrón sobre el papel inmaculado. Porque, en esta ocasión, se observan a vuelapluma en algunos poemas erratas que lastran –este es el peligro de la poesía– el ritmo de algunas composiciones y desacreditan apócrifamente el fino oído de Machado. Y lo peor de todo es que dichos fallos son herencia, en muchos casos, de la edición precedente. Sirvan como claros ejemplos los tres siguientes, marcándose las erratas advertidas entre corchetes: “Un mendigo, la calle de un lado [a] otro pasa”, (en “Madrid viejo”, pág. 164); “Toma [toda] la luz de su poesía” (en “A Nuestra Señora de la Esperanza”, pág. 413); o el impresionante final del soneto “Oración en el Huerto” (pág. 539), que queda destrozado por la omisión de una simple negación que hace cambiar todo el sentido del mismo:

Y ya no pueden más… Mudos, rendidos,

al entrar en el Huerto, que destempla

un soplo asolador, Jesús contempla

de pena a sus discípulos dormidos.

Y solo Él, en la terrible hora

–la deleznable carne estremecida

al borde misterioso de la vida–

sobre la humilde tierra llora y ora.

En un sollozo trágico y sublime

–como candente flor que abre su broche–

el  Hijo al Padre el corazón entrega.

Mientras el viento en los olivos gime

callada y negra, al fin, llega la noche.

Y [no] es la noche sola la que llega.

Son estas pequeñas aristas que habrán de corregirse en futuras ediciones para no enturbiar el legado que supone la obra de Manuel Machado, un poeta al que volúmenes como este dignifican y devuelven, aún más si cabe, a la gloria que le fue negada durante tanto tiempo.

Poesías completas (Renacimiento, 2019) | Manuel Machado | 792 páginas37,90 euros

admin

2 comentarios

  1. Pues sí. Coincido con usted. A veces se nos olvida que tras el poeta hay un ser humano, con sus miedos y miserias. Un abrazo y gracias por el valioso aporte.

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