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Guía de los perplejos

Cleveland

Cleveland

Harvey Pekar y Joseph Remnant

Gallo Nero, 2013

ISBN: 978-84-941087-2-3

128 páginas

18 €

Traducción de Guido Sender

Introducción de Alan Moore

 

 

Fran G. Matute

A Harvey Pekar, para qué os voy a engañar, lo conocí gracias a la excelente película American Splendor (2003) de Shari Springer Berman y Robert Pulcini, protagonizada por un inmenso Paul Giamatti. En ella descubrí a un personaje/creador tremendo, que parecía querer elevar a la categoría de arte el mero hecho de levantarse por la mañana, de subsistir en este mundo contemporáneo que nos ha tocado vivir. La poética de Pekar se apoyaba en lo cotidiano. Su “mundo” no era otro que el día a día. Esto quedó bien reflejado en su celebérrimo American Splendor, obra de culto del cómic ‘underground’ y, en términos generales, en cualquiera de sus textos. En Pekar no hay ficción. Todo en su obra es pura autobiografía. Vivir fue su gran obra. Así que a estas alturas se supone que todos deberíamos conocer ya los entresijos vitales de este particular ‘everyman’ norteamericano. Pero quizás nos quedaba un elemento de su entorno sobre el que reflexionar más en profundidad. Uno que siempre lo acompañó a todos lados. Uno definitorio, que moldeó la forma de ser del artista y, a su vez, sirvió al personaje de diana contra la que lanzar sus dardos cargados de cinismo. Y ese elemento no era otro que su ciudad natal. La ciudad que lo vio crecer, que lo vio fracasar, que presenció su reconocimiento tardío, que lo vio morir. La ciudad a la que, indirectamente, le cantó durante toda su obra. Antes de fallecer, Pekar dejó este Cleveland (2012) testamentado. Y gracias a él podemos ahora, finalmente, declarar a su autor como lo que siempre ha sido de forma oficiosa: su Poeta Laureado.

La Cleveland de Pekar es la de los Indians (que ganaron la serie mundial de béisbol en 1948), la que mostraba orgullosa su Terminal Tower (en su día, uno de los edificios más altos del país), la que un día fue considerada “la ciudad mejor gobernada” de los Estados Unidos y, por qué no, la que alberga hoy día el Rock and Roll Hall of Fame. Pero también es la de la segregación racial, la de los disturbios, la del paro, la de la huida empresarial, la que secó sus barrios residenciales por culpa del aburrimiento y la deuda municipal. Es prácticamente imposible imaginar que la Cleveland de Pekar haya tenido en algún momento de su historia un mínimo período de esplendor pues lo que quedó de ella a mediados del siglo pasado era todo decadencia. “¿Dónde está mi esplendor americano?”, se preguntaba Eytan Mirsky en la preciosa canción que compuso para la película de Berman y Pulcini. Y a esa pregunta parece querer responder un agotado Harvey Pekar en este Cleveland.

Más allá de sus orígenes ‘yiddish’, que lo condujeron a llevar una infancia relativamente aislada en la que su abuelo se erigió como figura más influyente, el resto de los hitos vitales de Pekar que se narran en Cleveland son, de una forma u otra, ya conocidos por sus lectores. Así que no me sorprende tanto esta obra por sus revelaciones biográficas como por el tono con el que está narrado. Poco parece quedar de ese Pekar amargado que posaba su mirada agria en todo lo que le rodeaba, que escupía sobre las baldosas donde otros, supuestamente más afortunados, pisaban. Así que esa acidez parece desaparecer en Cleveland en pos de una especie de mirada nostálgica. Pekar se enfrenta a su pasado no con pesadumbre sino ensalzando los pequeños momentos de júbilo o escapismo a los que se agarró para dar sentido a su aparente gris existencia. Sus visitas a las librerías de viejo, su extensa colección de discos, su vida cultural en Coventry, el barrio residencial “más molón” de la ciudad… Será la vejez. El saber que la muerte acecha. El haber cosechado, aunque tardíamente, el éxito buscado. Pero Harvey Pekar ya no es, evidentemente, el mismo que a finales de los 70 empezó a garabatear sus cómics y a autoeditarlos. Del mismo modo que, por muchas similitudes que existan, los trazos de los exquisitos dibujantes que acompañaron a Pekar en sus inicios (Crumb, Stack) nada tienen que ver con la correcta exposición pictórica que hace aquí Joseph Remnant.

Alcanzada ya la fama, narra Pekar en Cleveland que su casa se convirtió en lugar de peregrinaje para sus fans más atrevidos, a los que daba consejos editoriales allí sentado en su porche, como si de Maimónides se tratara. «Sí, podría escribir mi propia Guía de los Perplejos», comenta Pekar en una viñeta, haciendo así referencia a sus orígenes judíos. Pero el verdadero santuario de Pekar no fue la sinagoga sino la librería de su amigo John Zubal, una de las mayores del mundo, y en la que el joven Harvey se pasaba horas y horas hojeando las toneladas de páginas que allí amarilleaban. Para almacenar tanto libro, Zubal tuvo que comprar tres edificios situados en el mismo bloque. Uno era una antigua imprenta. El otro, una floristería. Y el tercero correspondía a una conocida fábrica de bollería industrial que aún contenía en sus tuberías la crema que se utilizaba para rellenar los bollos. Una crema que era pura química y que, quince o veinte años después de su fabricación, aún era comestible. Me parece ésta una curiosa anécdota que sirve además para construir una bonita metáfora con la que explicar el significado de este cántico de Pekar a su ciudad. Pues, al final, sí que parece que el viejo Harvey encontró su “esplendor americano”. Tuvo que rebuscar en su memoria. Porque estaba atrapado en los muros del lugar que, seguramente, más feliz le hizo en vida. Rodeado de libros. De amigos. Y era algo dulce, no amargo. Un relleno de bollería. Algo imperecedero. Algo que no muere. Como la obra de Harvey Pekar, que de forma póstuma nos ha entregado este Cleveland, su particular «guía de los perplejos».

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