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¿Hacia un octavo arte?

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Cine y videojuegos. Un diálogo transversal

José María Villalobos

Arcade, 2014

ISBN: 978-84-942881-2-8

224 páginas

16 €

Prólogo de John Tones

 

 

Rafael Roblas Caride

Desde el comienzo de su originalísimo trabajo, incide José María Villalobos en una interesante analogía que nunca me había llegado a plantear: la relación entre el cine y el mundo de los videojuegos es similar a la que existe entre el cine y el teatro. Cuando a finales del XIX el invento de los Lumière supuso la evolución, primero, y la transición, después, hacia una nueva concepción de las artes escénicas, nadie imaginaba todavía las posibilidades reales de expansión del recién nacido ingenio lúdico. Y mucho menos la importancia que para la cultura y la economía mundial tendría el perfeccionamiento y la comercialización de aquel fabuloso invento que milagrosamente trasladaba a la sala de proyección el impresionante bufido de una humeante locomotora en plena ebullición. “Yo no había visto nacer  el cine”, explica Villalobos, sin embargo, con gran apasionamiento confiesa a continuación que “me siento un privilegiado por ser coetáneo del origen y desarrollo de una nueva manifestación artística. Décadas después nos encontramos en un momento excitante en el que todo está aún por decir y mucho todavía por descubrir”.

Y, en efecto, esto es lo que hace el autor de Cine y videojuegos, adoptando en su libro el tono que requiere este histórico instante en el que la industria videojueguil está alcanzando con sus productos una madurez estética y temática que supera cada vez más claramente a ese público quinceañero estándar para el que el profano puede presuponer que se dirige. Desde el prólogo, Villalobos justifica el paralelismo que da título al volumen de un modo bastante serio y, usando un estilo pulcro y cuidado, adelanta al lector la estructura del mismo; una estructura que resumo a continuación.

En primer lugar y tras el citado preámbulo, se sitúa un apartado teórico en el que se repasan los principales elementos comunes entre el cine y los videojuegos, recorrido que sirve al autor para detenerse sobre pormenores tales como tramas, músicas, géneros, focalizaciones, coherencia y cohesión narrativas, etc… El segundo capítulo ya se corresponde con el análisis más o menos exhaustivo de títulos concretos -muchos de ellos pertenecientes a sagas tan conocidísimas como Call of Duty, Dead Space, Kane & Linch o Tomb Raider-, multiplicando Villalobos en esta sección los puentes ya anticipados entre los mundos de la diversión multimedia y del celuloide. Como podrá intuir el lector, esta sección constituye por cantidad y calidad el nudo gordiano del trabajo. El tercer apartado acoge una serie de relatos y microensayos donde el tono se relaja y se adopta un estilo mucho más creativo y menos analítico. Por último, en la cuarta sección, el crítico sevillano resume casi telegráficamente los productos -pocos, todo hay que decirlo-  que constituyen su antología crítico-sentimental del videojuego.

Los textos, tal y como advierte el autor en la introducción, proceden de diversas colaboraciones que vieron la luz por primera vez en blogs especializados del sector como VidaExtra, Blogdecine, Xataka, Gameover o GameReport, habiendo sido adaptados, corregidos y ampliados para la ocasión. Se le añade al final un epílogo que, de nuevo, ahonda en la reflexión con que se iniciaba esta reseña: el histórico momento en el que la interacción del videojuego multimedia parece estar tomando el relevo al estatismo del cine. Especialmente simbólica resulta así la conclusión del citado texto recapitulador, cuando el mismo Villalobos se sitúa ante una pantalla correspondiente a L.A. Noire (videojuego de 2011) que recrea los escenarios originales de Intolerancia (película de 1916) y exclama por enésima vez: “Es excitante presenciar cómo un arte pelea por ser reconocido como tal, cómo busca su lenguaje y su identidad”.

Sin embargo, el principal valor que le encuentro a este Cine y videojuegos es que contribuye con la rotunda seriedad de su planteamiento a que se vayan eliminando poco a poco muchos de los falsos prejuicios que pululan en torno al mundo del videojuego y a que los más ortodoxos del lugar adviertan una profundidad que se extiende más allá del horizonte que marcan el frikismo y los malos hábitos de consumo. Al menos así lo intuimos algunos románticos que crecimos pidiéndoles a los Magos de Oriente, no la tradicional bicicleta de los tebeos de Escobar, sino el entonces revolucionario Spectrum  48K. Para nosotros, ya carrozas nostálgicos, se queda este Cine y videojuegos, y para José María Villalobos vuela el agradecimiento por la sincera entrega demostrada hacia su pasión. La recompensa ha sido la edición de un libro que seguro que ha servido para aglutinar por primera vez a una buena parte de la legión que habita esos “vastos paraísos digitales” y que, a menudo, no le queda otra que escapar de la dura realidad cotidiana a golpes y a giros de joystick.

La senda ya está marcada y a la espera de que surjan nuevos exégetas de este nuevo arte quedamos los amantes incondicionales del videojuego. ¿Se repetirá nuevamente la historia y, como ya ocurrió con el cine, los adictos al videojuego por fin seremos tomados en serio? El tiempo dictará su ley, porque, efectivamente, “todo está aún por decir y mucho todavía por descubrir”.

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