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Hacia un postmodernismo de rostro humano

61JwTc0hWfLUna singularidad desnuda

Sergio De La Pava

Pálido Fuego, 2014

ISBN: 978-84-940529-8-9

716 páginas

25,90 €

Traducción de José Luis Amores

Premio PEN 2013 en USA a la mejor primera novela

 

 

Fran G. Matute

Autopublicada en 2008 a través de XLibris, rescatada en 2012 por la University of Chicago Press y ganadora del Premio PEN/Robert Bingham W. a la mejor primera novela en 2013, Una singularidad desnuda de Sergio De La Pava es, ciertamente, una obra singular no solo por lo rocambolesco de su proceso de publicación sino también por lo ambicioso del proyecto. A lo largo de sus poco más de setecientas páginas se puede ser testigo de una auténtica rareza dentro del postmodernismo de libro en el que se mueve esta novela: la desgarradora (pero divertidísima) humanidad que late en su interior.

Me dirán que cómo se come eso de ser, a la vez, desgarrador y divertido y les tendré que decir que haciendo uso de una gran inteligencia y desplegando una ironía a prueba de bombas. Para ello, Una singularidad desnuda tiene de protagonista a Casi, un jovencísimo abogado obsesionado con la perfección (se vanagloria de no haber perdido nunca un juicio) cuyo campo de actuación es la defensa letrada de aquellos que no pueden costearse una: yonquis, inmigrantes ilegales, ladrones de poca monta… pobres almas miserables atrapadas en una espiral de calamidades que el sistema penal estadounidense -esa trituradora humana que castiga sus faltas con una dureza implacable- trata como si fueran basura. Y es en estos pasajes, en esa batalla titánica que vive Casi todos los días para evitar que sus «ilustres» clientes no sean devorados por la trituradora, donde el retrato de De La Pava se presenta absolutamente demoledor pero también (insisto) divertidísimo.

Apoyándose en kilométricos diálogos que lo mismo recrean actuaciones judiciales completas, inoperantes discusiones laborales o charlas absurdas entre vecinos friquis, De La Pava muestra todo un arsenal de talentos para narrar la estresante vida de Casi. La fluidez y naturalidad con la que se desarrollan estas ingeniosas (y, de nuevo, divertidísimas) batallas intelectuales pueden emparentar al autor de Una singularidad desnuda con el gran Gaddis. También en lo formal, pues en esta novela se hace un uso bastante peculiar de las comas y de las minúsculas que, lejos de ser un mero experimento, entiendo que sirve para incidir, por ejemplo, en lo atropellado de las conversaciones o indicar el nivel cultural del interlocutor.

Por otro lado, la huella de David Foster Wallace puede rastrearse en las numerosas idas de olla que De La Pava coloca en boca de algunos de sus personajes. Quizá aquí se haga justo señalar que mientras que lo digresivo puede llegar a tener cierta justificación narrativa (esa relación tan mefistofélica que tiene Casi con Dane, su compañero de oficina, que se pierde en las más peregrinas disquisiciones filosóficas), las partes de la novela que explotan el lado más ‘pop’ (esos vecinos nerdos, obsesionados con la Televisión -así, en mayúsculas-; el excesivo detallismo con el que se expone el currículo pugilístico de Wilfred Benítez) resultan algo tediosas y carecen de la chispa que, por ejemplo, el amigo DFW sabía insuflar a este tipo de dialécticas.

Al margen de estos ligeros altibajos de la trama -más que asumibles, por otro lado, en una obra de semejantes proporciones que, desde luego, no necesita de rellenos-, Una singularidad desnuda es pura adrenalina. Ya sea en los juzgados, en la frenética vida de oficina, en ese avispero que tiene Casi por cabeza o diseñando (¿y ejecutando?) un tensísimo e inverosímil atraco, lo cierto es que esta novela depara una lectura absolutamente absorbente. Reconozco que los pasajes dedicados a la cuestión «legal» me han fascinado sobremanera, pues están llenos de vida. Como si del típico serial de abogados se tratara, De La Pava es capaz de traspasar al papel todo lo que de kafkiano tiene cualquier proceso judicial de poca monta, en una visión muy apartada de la de los grandes pleitos y los casos mediáticos, mostrando al letrado no tanto como un demiurgo de la justicia -a lo que Hollywood nos tiene bastante acostumbrados, por desgracia- sino más bien como un fontanero de las leyes. Se nota que De La Pava sabe de lo que habla (cuando no escribe, el chiquillo se dedica a la abogacía) ya que el muestrario de patetismos que leemos en Una singularidad desnuda, de estrambótico que es, no puede ser otra cosa que real. Y la multitud de formatos que se utilizan en esta novela para plasmar los distintos procesos legales hace mucho a la hora de resaltar esa extraña humanidad a la que hacía referencia al principio. Cuando lean el terrorífico capítulo 30, construido exclusivamente a base de correspondencias, entenderán lo anterior mucho mejor.

Alrededor de la vida en los juzgados y sus ramificaciones, De La Pava introduce otras cuestiones, teóricamente secundarias, sobre las que sus personajes van construyendo un mosaico de posicionamientos (morales, incluso) que no solo avivan el lado filosófico de la novela sino que, lógicamente, terminan teniendo su impacto en la historia: la conveniencia de la videovigilancia en las ciudades, como medida para garantizar la seguridad ciudadana, a costa de renunciar a ciertos derechos de privacidad; la excesiva dependencia tecnológica del hombre, puesta de manifiesto ante un apagón eléctrico de grandes proporciones; la conmoción provocada por el secuestro y asesinato de un bebé a manos de dos niños, convertido en todo un fenómeno mediático; o, directamente, el descubrimiento del genoma humano y las posibilidades de manipulación que se abren en el futuro. Todo ello, junto a una tenue (y algo desdibujada, para mi gusto) subtrama familiar, con la que se pretende dejar constancia de la herencia colombiana del personaje, convierte a Una singularidad desnuda en un debut fresco y maravilloso que abre, dentro de la narrativa norteamericana más contemporánea, el camino hacia un postmodernismo de rostro humano, menos vacuo, más comprometido, experimentalmente responsable.

No puedo terminar esta reseña sin comentar, también por lo que tiene de singular, la soberbia edición en castellano que ha montado la editorial Pálido Fuego. En tiempos en los que cada vez se tima (directamente) más al lector, facturando libros con impresiones nefastas (pienso ahora en la facilidad con la que se corre la tinta en los libros publicados por la antigua Mondadori) o, directamente, en papel de pésima calidad (por no hablar de diseños, texturas, tamaños de letra y cajas, vagas traducciones y erratas varias), no puede pasarse por alto el esfuerzo, el mimo y el buen gusto que gasta la editorial malagueña para ofrecer un producto de la más alta calidad. Ojalá cunda el ejemplo. Algún día el mundo editorial mostrará también su rostro humano.

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