ALEJANDRO LUQUE | Tengo amigas marroquíes mayores de edad que no usaron un tampón hasta después de casadas. Tengo amigas marroquíes mayores de edad que temían quedarse embarazadas si se sentaban sobre las piernas de su novio. Tengo amigas marroquíes mayores de edad cuyas familias creen que son vírgenes, aunque llevan años viviendo con sus parejas. Tengo amigas marroquíes mayores de edad que a la hora de la desfloración “en pecado” vieron la cara de su madre donde debía estar la de su compañero, u oyeron todas las voces admonitorias que habían recibido a lo largo de su vida. Tengo amigas marroquíes mayores de edad a las que se cuenta el cuento de la piruleta para persuadirlas de conservar su virtud de cara al matrimonio. Algunas se lo creen.
Me acuerdo bien: hace muchos años, en mis años mozos, solía discutir muchas cosas parecidas con mis amigas de la Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús. Yo era algo mayor que ellas, y debía de parecerles una especie de emisario del diablo, con todo lo que de horrible y tentador pudiera tener eso. En mi papel de agente provocador les hablaba de autosatisfacción y de relaciones prematrimoniales, de juguetes eróticos y de películas subidas de tono, tal vez con el mismo tono clandestino con el que hablábamos de drogas, o de escapadas de casa. Tenían tanto miedo como curiosidad, tal vez como mis amigas marroquíes mayores de edad. En todo caso, unas y otras han crecido viviendo todo tipo de intromisiones en su intimidad, atendiendo a gente que se creía legitimada para explicarles cómo, cuándo y con quién debían compartir su cuerpo.
Aunque siempre será largo el camino por recorrer, creo que España ha dado pasos de gigante en los últimos años. Las hijas de mis amigas de las Esclavas viven en un país infinitamente más respetuoso en cuanto a libertades individuales. Que hoy algunos de los debates feministas giren en torno a la pertinencia de determinadas palabras o del piropo callejero habla a las claras de esta evolución positiva. Marruecos es otra cosa: lleva veinte o treinta años de atraso respecto a sus vecinos del otro lado del Estrecho. Sin embargo, no es mucho lo que sabemos sobre los deseos, los hábitos y los tabúes de los marroquíes. En MSur hemos tratado de divulgar buena parte de los reveladores análisis que ha venido publicando Soumaya Naamane Guessous, pero parece evidente que hace falta mucha investigación sociológica para descifrar en toda su complejidad las claves de la sociedad marroquí en este campo.
A este propósito viene a contribuir Leila Slimani, escritora con una estimable experiencia periodística a sus espaldas, nacida en Casablanca y afincada en París, premio Goncourt gracias a su demoledora y exitosa Canción dulce. Su aportación se llama Sexo y mentiras y es una interesantísima panorámica del tema que nos ocupa. Y lo primero que llama la atención es que la sexualidad en Marruecos no solo atañe a la esfera íntima del sujeto. Por el contrario, hay toda una batería de normas que compromete seriamente la libertad y la seguridad de aquellos que se desvíen del recto camino. Así, el Código Penal contempla una pena de un mes a un año de cárcel para quienes tengan sexo sin estar casados; de seis meses a tres años de prisión a quien observe “conducta licenciosa o contra natura” con alguien del mismo sexo, y dos años de cárcel para quien incurra en adulterio (para quienes se hagan cruces al respecto, recuerden que el adulterio y el amancebamiento no fueron despenalizados en nuestro país hasta 1978. Y la ilustrada Francia penalizó las relaciones homosexuales hasta… ¡1982!).
¿Significa esto que nadie hace allí nada de esto, por la cuenta que le trae? Obviamente no. Como en la España de ayer, la doble moral es la ley, y la norma muy sencilla: “Haced lo que queráis, pero a escondidas”.
Este mandato, sumado a la exaltación de la virginidad como valor supremo, convierte a todo marroquí en edad de hormonar en sospechoso potencial, en culpable mientras no se demuestre lo contrario. Hay un resultado inmediato, que se traduce en todo tipo de situaciones grotescas (amantes confinados en coches y zonas “especiales” que son sistemáticamente hostigados por la policía, chicas que se avienen a la sodomía por preservar su himen, abandono de niños y abortos clandestinos hasta una cifra de 600 al día, suicidios, crímenes de honor…) pero que sobre todo atentan contra el más elemental principio de igualdad: tu suerte es muy distinta si eres rico o pobre, si vives en una gran ciudad o en un pueblo. No hay una ley para todos, sino muchas según el caso.
Slimani explora este territorio a través de su propia experiencia y la de muchas mujeres que ha ido encontrando y entrevistando en su camino, desde anónimas prostitutas a firmas tan acreditadas como la de la periodista Sanaa El Aji. Explica las formas de represión como las de resistencia, con hitos como la campaña por el beso del MALI, emprendida por Zineb El-Rhazoui e Ibtissam Lachgar, la polémica película Much Loved de Nabil Ayouch… Y también registra casos tan patéticos y escandalosos como el de Fatima Neyar y Mulay Omar Benhamad, conocidos guardianes de la moral que fueron detenidos una noche mientras practicaban sexo en un coche… como tantos y tantos compatriotas suyos.
Hemos dicho que Marruecos lleva un atraso de dos o tres décadas respecto a España en cuanto a libertades sexuales. Pero el problema no es tanto esa brecha, como el hecho de que en los últimos tiempos no solo no esté avanzando, sino que retrocede. Slimani insiste en el creciente influjo del wahabismo para explicar cómo el muro del puritanismo, lejos de debilitarse, se está viendo reforzado. E incide especialmente en una idea: abrazar esa interpretación rigorista del islam no es ser más tradicional que nadie, porque esa supuesta tradición es un producto de importación que en nada se parece a la cultura marroquí, y si me apuran islámica. Ya dijo Fatima Mernissi que, a diferencia de Jesucristo, que careció de vida sexual, el profeta Mohamed la tuvo y muy rica.
El resultado es una sociedad sexualmente enferma, en la que una mujer tiene derecho a trabajar y el deber de pagar impuestos, pero no a sentarse a fumar en un cafetín, besarse en la calle o llevar minifalda. Donde cualquier alegato a favor de la emancipación de la mujer es interpretado como un intento de “occidentalizar” Marruecos, o de convertir al país en un trasunto de Sodoma y Gomorra. Una sociedad que condena a sus miembros a vivir con temor unos de otros, o al desarraigo total de quienes optan por vivir su vida.
Con un estilo ágil y efectivo, más periodístico que el desplegado en la citada Canción dulce, Leila Slimani aporta una visión contundente sobre el sexo y la moral en el Marruecos de hoy, que no se resigna del todo al pesimismo aunque tampoco halle muchas razones para la esperanza. No obstante, a mi modo de ver este reportaje queda incompleto sin la mirada de los hombres del país vecino que, queremos presumir, no conforman un bloque homogéneo, y que son víctimas subsidiarias de ese sistema hipócrita y abiertamente machista que impera en grado diverso de Tetuán a Sidi Ifni. En ellos están también las claves de la insubordinación, del inconformismo. Porque el fin de la vergüenza, de la temida ‘schuma, y el camino hacia la deseada libertad, venga antes o después, solo podrán hacerlo juntos: ellos y ellas.
Publicado en Mediterráneo Sur
Sexo y mentiras. La vida sexual en Marruecos (Cabaret Voltaire, 2017), de Leila Slimani | 224 páginas | 18,95 euros | Traducción de Malika Embarek López