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Helter Skelter

c2627a82866f80ed1e11755d48dd025fd6d22241FRAN G. MATUTE | El debut de la joven escritora Emma Cline llega a España con todas las bendiciones habidas y por haber. ¿Es para tanto? Pues sí. Las chicas es una novela que impresiona por la madurez con la que está construida, por la firmeza de la prosa, por el indudable interés de la historia que se narra en ella y me atrevería a decir que, sobre todo, por la fina capacidad que tiene la autora de meterse en la cabeza de su protagonista, Evie, una adolescente de finales de los sesenta de lo más influenciable debido a cierta insatisfacción vital, extrapolable al final mismo de la década.

Las chicas llama también la atención por ofrecer una recreación muy libre del asesinato cometido por la “familia” de Charles Manson en 1969. Veo que en prensa se está insistiendo mucho en esta cuestión y no sé hasta qué punto resulta contraproducente porque, que nadie se lleve a engaño, esta no es (ni lo pretende ser) una novela sobre aquel horrible suceso que acabó con la vida de cinco personas (incluida la actriz Sharon Tate, embarazada entonces de ocho meses). Qué duda cabe que la inspiración está ahí, pero es muy lejana, hasta el punto de que Cline opta por simplificar enormemente los hechos. Los personajes y los sucesos reales se solapan en la novela, y habrá quien quiera ver en esta decisión cierta falta de ambición por parte de la autora.

De aquella terrible historia, Cline reinventa la tortuosa relación que mantuvo Charles Manson con los Beach Boys. Manson, joven promesa del rock por aquel entonces, entró en contacto con el grupo gracias a Dennis Wilson que, impresionado al principio por su talento, llegó a robarle una de sus composiciones («Cease To Exit«), cambiándole descaradamente la letra y el título. La nueva «versión» fue grabada y publicada en 1968 por los Beach Boys («Never Learn Not To Love«) sin acreditar a Manson en ningún momento, lo que provocó su furia, llegando a amenazar de muerte a Dennis Wilson. El propio Brian Wilson le había producido a Manson con anterioridad algunas sesiones, que nunca vieron la luz: su violento temperamento echó para atrás a todos los productores y Manson tomó el rechazo como algo personal, con las consecuencias que todos conocemos.

Que Cline haya decidido preservar este aspecto de la vida de Manson no parece casual, porque la presencia de la música pop en la novela, aunque velada, tiene mucho que ver con su desarrollo. La música es el principio del desengaño: la idea del amor romántico que transmiten muchas letras de canciones está presente en el ambiente adolescente de la época. Ya lo decía Nick Hornby en Alta fidelidad: ¿Estoy triste porque escucho música pop o escucho música pop porque estoy triste? En la novela de Cline parece culparse en gran parte a la música del estado de indefensión sentimental en el que vivían muchos jóvenes a finales de los sesenta (hay incluso teorías conspiranoicas a este respecto). La música, por otro lado, es el detonante de la tragedia: la negativa de Mitch Lewis (trasunto de los citados Wilson) de grabarle un disco a Russell (el particular Charles Manson de Cline) es, como ocurrió en la vida real, el origen del mal.

Con todo, insisto, la matanza de Manson no parece otra cosa que un “mcguffin”; pienso, de hecho, que ésta está desdibujada aposta para evitar que el morbo distraiga al lector de lo que a Cline verdaderamente le interesa, que no es otra cosa que el proceso de lavado de cerebro de Evie. Toda la novela está narrada desde su perspectiva, con sus lagunas, con sus impresiones personales de lo que pasaba y lo que dejaba de pasar, y en dos momentos temporales diferentes, lo que permite a su vez establecer un diálogo entre la mujer adulta y la adolescente que se dejó arrastrar hacia el lado oscuro en busca, fundamentalmente, de cariño y atención. Un cariño y una atención que Evie encontrará en Suzanne, la chica que la introducirá en la secta de Russell. Girando como gira toda la novela sobre esta relación, debe reconocerse que la fascinación que Evie siente por Suzanne no llega nunca a comprenderse/justificarse del todo, siendo éste uno de los pocos fallos argumentales que se le podrían achacar a esta muy, quizás demasiado, sólida primera novela.

Porque sí, Las chicas, para ser un debut, para haber sido escrita por alguien tan joven, termina resultando un tanto… ¿fría? ¿pulida? ¿académica? No sé. En ocasiones me parecía estar leyendo la décima novela escrita por una autora ya consolidada, y esto es algo que inquieta incluso más que la historia que narra. Parece todo tan medido… ¿Qué margen de maniobra le queda a esta chiquilla? ¿Debemos suponer que estamos ante un talento narrativo de una madurez sin parangón o es Cline la alumna que sacó matrícula de honor en el curso de escritura “creativa”? Que conste que no es una crítica, porque la novela es a todas luces excelente; tan solo son preguntas que me haré y me seguiré haciendo mientras espero la segunda entrega de esta sorprendente escritora. Por el momento, que nadie lo dude: Las chicas será uno de los libros del año.

Las chicas (Anagrama, 2016) de Emma Cline | 344 páginas | 19,90 € | Traducción de Inga Pellisa

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