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Hierba y arena en verano; nieve y asfalto en invierno

Hambre y seda

Herta Müller

Siruela, 2011. Colección «El Ojo del Tiempo»

ISBN: 978-84-9841-619-0

186 páginas

18,95 €

Traducción de Isabel García Adánez


 
Sara Mesa

Me gusta mucho Herta Müller. Muchísimo. Su prosa acerada y certera es una de las mejores muestras que conozco de la unión en una obra entre ética y estética. Para Müller, ambas cosas son lo mismo. Con un lenguaje poético, seco, brillante, despojado de retórica pero impregnado de sentido, Müller habla en sus libros de la atrocidad de las persecuciones políticas, la represión, la falta de libertad, la pobreza y la humillación de los seres humanos bajo las dictaduras. Me deslumbraron los relatos de En tierras bajas, El hombre es un gran faisán en el mundo y El rey se inclina y mata, todos ellos publicados en Siruela, por esa capacidad de condensación en el lenguaje de realidades tan complejas. A través de imágenes, frases abruptas y giros inesperados, la escritora nos pone ante los ojos un mundo de desolación y desamparo. No podemos dejar de mirarlo: nos apela. Y es así porque en su obra hay autenticidad. Hay fuerza. Y hay, también, experiencia.
Ahora se edita este conjunto de textos -la mayoría de ellos procedentes de conferencias- bajo el título de Hambre y seda. En ellos se aborda de nuevo el tema de los regímenes totalitarios y su repercusión en la vida cotidiana de las gentes, esa “telaraña de detalles y nimiedades que amenazaban la vida a diario”, como la misma autora dice. Los textos se agrupan en cuatro bloques, precedidos de una introducción (“Sobre la frágil institución del mundo”). En ellos se reflexiona sobre las consecuencias de la dictadura de Ceaucescu, pero también sobre la etapa posterior de Iliescu y sobre la guerra de los Balcanes.
Para los que aún no sepan los detalles, hay que decir que Herta Müller (Nitzkydorf, 1953) es descendiente de suabos emigrados en Rumanía. Muy crítica con el régimen de Ceaucescu, se vio obligada a abandonar el país en 1987 por defender los derechos de la minoría alemana. Previamente se había negado a colaborar con la Securitate -la policía política rumana-, perdió su trabajo por ello, fue interrogada y perseguida durante años y le fue prohibido publicar. Sabe, por tanto, de lo que habla.
En estos textos, Müller describe con acidez y minuciosidad la vida de la gente “corriente” bajo la dictadura, ese mundo gris y árido de miseria, hambre, incultura y miedo que se desarrollaba ante la mirada paternalista y megalómana del tirano y su esposa. Reflexiona sobre el poder del lenguaje -lo que se dice y lo que no, el significado que se le otorga a las palabras, el control de ese significado por la propaganda oficial-, el odio racial y étnico, la discriminación de las minorías -incluidos los gitanos rumanos-, la irrupción de las normas en todos los ámbitos de la vida privada, el clima de desconfianza mutua que se instala entre los habitantes bajo una dictadura. Nos dice Müller que nadie que viva en democracia puede comprender este horror. Nos pide, de algún modo, que hagamos el esfuerzo de comprenderlo. Pero cuesta. Sabemos muchas cosas, pero nos produce escalofríos conocer los detalles: la policía podía detener e interrogar en cualquier momento a cualquier persona, entraban en las casas y las registraban sin que nadie pudiera denunciarlo, obligaban a los ciudadanos a colaborar en la vigilancia de sus compañeros de trabajo, la libertad de expresión y de reunión estaban prohibidas, uno ni siquiera podía disponer de su propio cuerpo, debían formarse colas de horas y horas para conseguir tan solo un pedazo de bloque “hecho de pescuezos, alas, patas y cabezas de gallina”, los jubilados morían de hambre y frío en las calles, se hacía desaparecer a los disidentes en supuestos accidentes de tráfico o suicidios. El catálogo de barbaridades es terrible. Y afectaba a la vida por completo.
Uno de los textos más demoledores es el que da nombre al conjunto, “Hambre y seda”. Ahora que nuestro ministro de Justicia apela a la maternidad como baluarte de no sé qué esencia en la mujer, todos deberíamos leer este pequeño ensayo en el que se habla del sometimiento de las mujeres, convertidas por el régimen de Ceaucescu en meras máquinas de engendrar hijos. El aborto estaba prohibido y castigado, así como los métodos anticonceptivos. Se aspiraba a que cada mujer fértil tuviese cinco hijos (aunque luego no pudiera alimentarlos) y se las sometía a revisiones ginecológicas forzosas por médicos que en muchos casos eran solo interrogadores de la Securitate. Los abortos clandestinos eran frecuentes y trágicos. El mero hecho de ayudar a una mujer que se estuviese desangrando por haber intentado inducirse el aborto podía conducir al cómplice directamente a la cárcel. La propia Müller nos cuenta cómo ella misma, para provocarse un aborto, llevó durante tres días y tres noches, a escondidas y sin dejar de ir a trabajar, unas agujas de hacer punto metidas en el útero. Ese era uno de los métodos de inducción que circulaba entre rumores, pero no el más peligroso. Las mujeres más pobres quedaban a expensas de médicos clandestinos y sin escrúpulos. Las mujeres del régimen, en cambio, no tenían ese problema: ellas sí podían abortar. Leyendo este texto uno revive la atmósfera opresiva de la magnífica película Cuatro meses, tres semanas y dos días, de Cristian Mungiu.
Herta Müller es radical -en el sentido de ir hasta la raíz- y por eso desconfía de las utopías en tanto que grandes sistemas que mutilan la individualidad: “Las utopías son sueños. Sólo que nunca se sabe quién empieza a soñar. Si hay un puñado de personas que toman en serio ese sueño, suelen ser un puñado de fundamentalistas, de gente a medio educar o de analfabetos. Ellos son los únicos que sueñan en nombre y a costa de otros (…) Y cuando un puñado de personas sueña, varios millones se echan a temblar”. Defiende la importancia de los detalles, de las vidas individuales que componen una sociedad: “Quien no puede vivir con el detalle, quien lo prohíbe y lo desprecia se vuelve ciego. De mil detalles nace algo, pero no es una vida abstracta, recta como un hilo tensado, no es un consenso común, no es una utopía”. Su forma de escribir se basa por eso en los detalles -he ahí esa unión entre ética y estética de la que antes hablé-, en la descripción de esas vidas y en mostrar cómo a través de sus marcas se puede ver la aberración de la dictadura. El estilo de Müller no es poético por una cuestión formalista: lo es porque es reflejo de su visión ética de la sociedad. En este conjunto de ensayos consigue mantener este estilo, difuminando las fronteras del ensayo parar entrar en su textura literaria habitual. Aparecen personajes de sus relatos y novelas, como por ejemplo los locos de la ciudad (una enana, una vieja, un filósofo), de los que extrae esta inquietante reflexión: “Mostraban el estado en que nos hallábamos todos. Encarnaban la demencia, eran simplemente lo que se veía tras la apariencia de aquel régimen, ni más ni menos. Se me caía el alma a los pies al verlos. Si todos fuéramos acordes con cómo estamos de la cabeza, pensaba, iríamos por ahí comiendo hierba y arena en verano y nieve y asfalto en invierno”.
Este es el lenguaje y la cosmovisión de Herta Müller: puro gancho. Sus lectores no quedarán defraudados con este libro. Y los que aún no lo sean, quedarán atrapados, estoy segura.

admin

5 comentarios

  1. Quizá más un ministrete debiera leer cosas así antes de lanzarse a dar rebuznos paternalistas…
    Me agrada su crítica, sra. Mesa, y le alabo el gusto.

  2. Muy de acuerdo con la tía Gominola, le alabo el gusto igualmente y todo lo demás se lo alabo también, pero diré que el crepitar de estos días no me permite aportar nada que no sea un rebuzno, por lo cual callaré.
    Todo esto dicho sin desmejorar ni un ápice a la señora Müller ni a la reseñista. Esto es entre usted y yo.

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