JUAN CARLOS SIERRA | Rocío Acebal Doval (Oviedo, 1997) se mueve bien entre versos. No sé cómo lo hará en Instagram, en Facebook, quizá en Tik Tok; no sé –ni me interesa mucho- cuántos seguidores tiene o deja de tener en Twitter, cuántos ‘me gusta’ cosecha en redes sociales o cuántos la ponen a parir telemáticamente. No lo sé ni me importa en absoluto. Al contrario que a algunas editoriales españolas, a Hiperión tampoco parece importarle todo este tinglado cibernético –afortunadamente, añado-, aunque eso signifique ventas más que modestas, por mucho Premio de Poesía ídem que se atesore. Pero en la calle Salustiano Olózaga 14 de Madrid saben que la buena poesía pervive, mantiene el tipo pasado el tiempo, funda un catálogo sólido y de vez en cuando proporciona alguna alegría monetaria, como sucedió en 1998, pocos meses después de que naciera nuestra poeta, con aquel Cuaderno de Nueva York de José Hierro.
Rocío Acebal Doval se mueve bien entre líneas, entre las líneas medidas del verso y en Hiperión, es decir, Jesús Munárriz, Maite Merodio y Gabriela Munárriz, lo han sabido apreciar con la ayuda del jurado de su XXXV Premio de Poesía (Benjamín Prado, Ben Clark, Francisco Castaño y Ariadna G, García).
Rocío Acebal Doval se mueve bien entre ritmos versales, como lo atestiguaba y defendía ya su primer poemario, Memorias del mar (Valparaíso, 2016), y como puso de relieve con motivo de su publicación el crítico José Luis García Martín, una suerte de Carlos Boyero de la lírica española. Es este manejo del verso y de su música el que se puede apreciar también en su segundo poemario Hijos de la bonanza, el del premio y el que va a ser objeto de esta reseña.
Rocío Acebal Doval también se mueve bien en el terreno de la tradición poética. Se nota que la controla, que la ha leído y con aprovechamiento. Al fondo de Hijos de la bonanza se escuchan ecos más o menos explícitos de Ángel González, Gil de Biedma, Antonio Machado, Luis Alberto de Cuenca, Luis García Montero,… todos ellos poetas de corte realista, aunque con todos los matices del mundo y de sus diferentes voces. En algunas ocasiones, la poeta toma versos prestados, en otras los versiona y/o actualiza –en este sentido, resulta especialmente interesante el revolcón que le da Rocío Acebal al poema ‘Noche de ronda’ de Luis Alberto de Cuenca (páginas 57-58)- y en las más de las veces mantiene fielmente el espíritu lírico de los maestros, como en los versos finales de ‘La espera’ (página 48), que perfectamente podría haber firmado el García Montero de Habitaciones separadas o Completamente viernes.
Esto no quiere decir, no obstante, que Hijos de la bonanza sea un libro primerizo, de tanteo, de aprendizaje –bueno, ¿y qué libro no lo es?-. No se puede negar que en él queda patente una herencia, una tradición, pero los versos de Rocío Acebal no se reducen a una manifestación epigonal, a una mímesis más o menos fiel de los modelos elegidos. En este segundo poemario de Rocío Acebal Doval hay algo más que una simple imitación. En él hallamos sobre todo una intención de diálogo con el pasado, con los poetas antes señalados, y con el presente, con la poesía más cercana a la autora. En este sentido, la primera parte del libro, que comienza precisamente con el poema que le da título al conjunto y que arranca con los versos del famosísimo ‘Retrato’ de Antonio Machado, mantiene una conversación generacional con poetas como Rosa Berbel y Carlos Catena Cózar, casualmente también miembros de la casa lírica de Hiperión. Las promesas arrastradas por el barro de la precariedad laboral, la estupidez por momentos cándida de los revolucionarios a golpe de click, el atolondramiento por las fanfarrias del consumismo, la moral utilitaria individualista del neoliberalismo amamantado en pantallas de diferente pelaje,… forman el grueso de esa conversación y de esta primera parte del libro. Todo ello, sin embargo, desde la perspectiva de una mujer joven que coloca en el frontispicio de su segundo poemario un verso de Ángela Figuera Aymerich –“No podemos seguir con las almas al aire”- y que se sitúa en un discurso lírico femenino/feminista en la línea de Rosa Berbel, Erika Martínez o Elena Medel.
Ese tono de desengaño que preside esta primera parte de Hijos de la bonanza contagia al segundo grupo de poemas –solo cuatro-. Pero aquí se trata de un desengaño aderezado con una dosis nada despreciable de realidad pasada por el tamiz de la ironía. La virtud de este registro irónico es que acerca alejando, es decir, pone al lector directamente en contacto con la realidad descrita, en este caso la prosa de la poesía –su mundo y su mundillo-, a través del extrañamiento del discurso elegido. Amabilidad y crueldad, pluma y plomo.
Y finalmente llegamos a la tercera parte del poemario, un conjunto de catorce poemas en torno al amor y sus cuitas, al desamor y sus amarguras, entre los que destaca la versión antes mencionada del poema de Luis Alberto de Cuenca, una suerte de acto de justicia poética, y aquellos atravesados por el regusto amargo del desengaño –otra vez- como, por ejemplo, ‘Crisis de los cuarenta’ (páginas 52-53) o ‘Ruego egoísta’ (página 55).
Con estas líneas, creo que queda demostrado que Rocío Acebal Doval, porque se toma en serio su trabajo con los versos, navega bien en los engañosos y traicioneros mares de la actual poesía española, tomados por los piratas de la subpoesía digital (le tomo prestado el término a Juan Carlos Abril) a sueldo de algunos virreyes editoriales sin escrúpulos ni criterio poético alguno. De momento, sus dos poemarios publicados hasta ahora así lo atestiguan. La poesía de Rocío Acebal Doval se encuentra, sin embargo, en el filo de la navaja de una línea poética realista, referencial –su tradición por el momento- que puede perder pie si, llegado el caso, la poeta se dejase llevar por los cantos de sirena de los likes y los followers. ¡Los dioses de la poesía no lo quieran!
Hijos de la bonanza (Hiperión, 2020) | Rocío Acebal Doval | 70 páginas | 9,72 euros