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Historia de clase obrera con final feliz

LUIS ANTONIO SIERRA | Aunque suelo desconfiar de las obras ganadoras de prestigiosos premios literarios porque, en general, hace mucho tiempo que estos dejaron de ser sinónimo de calidad literaria, sigue existiendo uno que – vaya usted a saber por qué – continúa inspirándome cierta confianza o, al menos, todavía no me ha decepcionado con sus deliberaciones. Me refiero al (Man) Booker Prize, que ha sido ganado por nombres tan destacados en la literatura anglosajona como Nadine Gordimer, Iris Murdoch, J. M. Coetzee, Kinsley Amis, Roddy Doyle, Ian McEwan, o, más recientemente, mi admiradísima Anna Burns con una novela altamente recomendable, Milkman. Así que, con estos mimbres, leer la obra ganadora del Booker de 2020, Historia de Shuggie Bain, de Douglas Stuart, debe, en principio, ser un nuevo placer literario.

Stuart debutó con esta obra en el mundo de la literatura y no deja de ser llamativo que un novato sea capaz de llevarse este prestigioso premio por delante de voces más experimentadas como las de Diane Cook, Maaza Mengiste o Tsitsi Dangarembga. Quizás viendo la nómina de finalistas da la sensación de que los derroteros que tomó el premio en 2020 iban hacia el reconocimiento de nuevos nombres. De cualquier manera, lo importante es ver por qué esta casi autobiográfica novela es digna merecedora de este premio.

Para empezar, llama poderosamente la atención la maestría con la que Douglas Stuart maneja el lenguaje y nos lleva a ese Glasgow de la década de los 80 del siglo pasado, económicamente deprimido por las devastadoras políticas neoliberales de Margaret Thatcher. A través de una narración sin grandes florituras lingüísticas, sincera e intensa, Stuart muestra de manera desgarradora – y muy verosímil – la vida de una familia de clase obrera rota por la infidelidad, las adicciones y la pobreza. En este contexto se impone una máxima, la del sálvese quien pueda, la de abandonar el barco antes de que su hundimiento definitivo nos pille dentro. Así, el padre se larga con su joven amante, y de los tres hijos de la pareja, los dos mayores acaban por marcharse del hogar y dejan al hermano pequeño, a Shuggie, de tan solo 11 años, al cuidado de su atractiva, ilusa y alcohólica madre. La relación maternofilial verá cómo madre e hijo muy frecuentemente intercambiarán papeles, y así será Shuggie quien asuma en muchas ocasiones el rol de cuidador y proveedor mientras que su madre dará muestras muy claras de inmadurez con sus comportamientos casi adolescentes. Si a estas dificultades añadimos las que atraviesa el niño, es decir, su homosexualidad dentro de un contexto social muy dominado por una sexualidad predominantemente patriarcal, el escenario que nos presenta la novela no es el más propicio, precisamente, para llevar una vida normal – entendiendo el término “normal” dentro de unos parámetros puramente tradicionales.

De todas formas, más allá de la relación maternofilial o la homosexualidad de Shuggie, surge en la novela otra cuestión ideológica que pone en una tensa relación lo que conocemos como estado del bienestar frente al neoliberalismo capitalista que domina este tiempo que nos ha tocado vivir. Habría que detenerse en estos asuntos y hacerse algunas preguntas al respecto. Y es que nos surge la duda de si el funcionamiento del ascensor social que Shuggie experimenta – reflejo de la propia vida del autor – es una realidad o solo un mero espejismo que convierte a Shuggie, precisamente, en la excepción que confirma la regla. El propio autor en alguna entrevista concedida tras recibir el Booker manifestó su agradecimiento al estado del bienestar británico que continúa, según él, promoviendo la equidad – que no la igualdad – social. A pesar de esta afirmación del autor, y en un legítimo ejercicio de desconfianza ideológica, podemos llegar a pensar que lo que Stuart nos está vendiendo realmente son las supuestas virtudes del neoliberalismo, las cuales aseguran que el éxito individual es ajeno a cualquier tipo de condicionamiento ambiental, contextual o externo al individuo. La razón que nos hace llegar a este doblez ideológico está precisamente en el momento en el que se escribe esta novela, en los intereses ideológicos – no solo económicos – que puede haber detrás de la concesión de un premio tan importante y en las malas pasadas que a veces nos juega nuestro inconsciente ideológico. Si esta novela hubiese sido escrita en las décadas de los 80 y 90 del siglo pasado, probablemente no pondríamos tantos reparos, pero la época que nos ha tocado vivir levanta sospechas. Existe toda una base teórica que apoya esta reflexión y, ya que estamos hablando de libros, recomiendo leer sobre este asunto a Owen Jones y su imprescindible Chavs, la demonización de la clase obrera.

En definitiva, la lectura de Historia de Shuggie Bain nos lleva a visitar un interesantísimo episodio de la historia contemporánea occidental, la guerra que Margaret Thatcher declaró a la clase obrera británica. Esta visita la hacemos de la mano de un superviviente de ese conflicto quien, paradójicamente y dependiendo de la lectura que hagamos de la novela, puede acabar bendiciendo a su verdugo o, todo lo contrario, esto es, glorificando el sistema con el que quería acabar ese mismo verdugo. El lector tendrá que decidir si elevamos a Douglas Stuart al Parnaso o no.

Historia de Shuggie Bain (Sexto Piso, 2021) | Douglas Stuar | Traducción de Francisco González López | 516 páginas | 23,90 euros.

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