ANTONIO RIVERO TARAVILLO | Hay algo que atrae en los helechos que debe de proceder de un remotísimo reconocimiento en ellos de la vegetación que nos ha acompañado siempre a los humanos incluso antes de que existiera, desde ayer como quien dice, nuestra especie. Primitivos, con sus arcanas esporas, con ese remitir a lo pasado, evocan los años tiernos en que nos adentrábamos por la selva de la botánica cuando cualquier planta que se preciara nos llegaba a la altura del pecho y también remiten a una tierra previa a la deriva de los continentes, contemporánea de los dinosaurios y aún de la vida anterior. Quizá sean los helechos el esqueleto blando y exterior de los sueños de muchos, cuando lo individual, el hoy, la razón, se funden en un onírico deshacerse en lo vegetal, en el último sustrato de los recuerdos imposibles.
El hecho es que en Oaxaca, estado meridional de México con marcado carácter propio, hay un buen número de especies autóctonas que hacen las delicias de los botánicos, sean estos profesionales o aficionados. En este caso, un grupo estadounidense con base en Nueva York se traslada a ver sobre el terreno los helechos. Oliver Sacks (1933-2015) miembro de número de la American Fern Society, forma parte de la expedición y, como en otras ocasiones, escribe sus impresiones del viaje. Estas se componen en su mayor parte de relatos de los hallazgos, incluso, como en todo cuaderno de campo que se precie, de dibujos de los mismos. Quiero decir que hay más anotaciones y páginas acerca de los helechos que de la tierra en la que crecen. Oaxaca, sus gentes, su historia, quedan en un segundo plano y solo en el caso de la antigua y pasmosa civilización de Monte Albán el botánico amateur y el prestigioso neurólogo dejan paso al antropólogo improvisado, al viajero que consigna no solo lo que ve de una cultura sino también las informaciones acopiadas por otros. Y poco más. Una tregua a los helechos la da en un excurso por el chocolate. También ofrece alguna observaciones sobre sus compañeros de aventura.
Este diario es breve (cubre algo más de una semana), y en parte eso es una virtud, pues resulta cansina la narración, algo decepcionante. La traducción de Jordi Fibla me ha parecido muy buena y lo compensa, fiel y plástica, en un español que en ningún momento se ve constreñido por la maceta del trasplante. De no tener la palabra Oaxaca un mágico tintineo sugerente y de no ser Sacks el exitoso autor de Un antropólogo en Marte o de, sobre todo, El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, y de no hallarse aún cercana su muerte y el ejemplo de su serenidad ante ella, es muy improbable que este libro de 2002 (y publicado ya en 2003 y 2010 por RBA) se hubiese reeditado. Para el lego en helechos, se trata de una curiosidad, ni más ni menos.
Diario de Oaxaca (Anagrama, 2017) de Oliver Sacks | 184 páginas | 16,90 € | Traducción de Jordi Fibla