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Horror en la nieve, sangre en los ultramarinos

Caribou Island

David Vann

Mondadori, 2011

ISBN: 978-84-397-2422-3

273 páginas

21,90 €

Traducción de Luis Murillo Fort

José Martínez Ros

Una de las especialidades de la crítica gala es descubrir escritores norteamericanos. Es una venerable tradición que se remonta a Edgar Allan Poe y al más grande de todos los críticos literarios que ha tenido jamás Francia (y probablemente, cualquier otro país): Baudelaire. Recientemente, le tocó a Paul Auster (los eruditos norteamericanos aún no se explican qué demonios le ven en Europa). Y ahora ha bendecido con un premio Medicis a la mejor novela extranjera publicada en Francia a un joven autor, David Vann, el último avatar, al parecer, de la raza de novelistas norteamericanos “duros”, exploradores de paisajes agrestes tanto interiores como exteriores, y por tanto descendiente de Melville, Hemingway, Mailer y, por supuesto, el gran Cormac McCarthy. Ya que uno de los personajes más ridículos de su nueva novela es de origen francés, Monique, una chica que, absurdamente, y a pesar de su gran belleza e inteligencia, opta por acostarse con un gilipollas -no lo digo yo, el narrador hace un gran y nada disimulado esfuerzo en que pensemos que lo es-, esperamos que pronto rectifiquen.

Por cierto, tal estirpe de machos literarios fue satirizada por el ingenio terrible de Aleksandar Hemon en su última obra publicada en España, Amor y obstáculos, en la figura de un supuesto ganador del Pulitzer, llamado Richard Macalister, capaz de escribir tranquilamente frases de esta jaez: «Uno de estos días la espesa y quitinosa cortina del mundo se abrirá, y la mierda y el dolor nos caerán encima y nos ahogarán» o (mi preferida, describiendo una escena bélica) «Le estamos abriendo nuevos agujeros al culo del mundo«. Pero, y para ser francos, tras leer Caribou Island no creo que el joven Vann esté dotado para tales extremos de tragedia. Leyendo esta novela me vinieron a la cabeza esos inefables telefilmes que Antena 3 o Tele 5 (ignoro si lo siguen haciendo, pues, por ventura, me libré de la televisión hace tiempo) solía emitir a la hora del sesteo, cuyos argumentos solían resumirse en “juventud violada”, “infancia cancerígena” o “hay un psicópata en el supermercado, qué miedo”. La estrategia narrativa de Vann –que está particularmente obsesionado con el suicidio- es más sencilla que el mecanismo del botijo: presenta a unos cuantos personajes y hacerlos sufrir horriblemente, aunque para ello deban actuar contra toda lógica. Lo que no lo convierte, digamos, en un autor muy moderno: en la postguerra española, si echamos la vista atrás, ya existió el “tremendismo”, aunque desde luego obras como La familia de Pascual Duarte, Pabellón de reposo o Nada son mucho más elaboradas y complejas.

Lo que más se suele alabar a Vann y por lo que se le compara más a McCarthy es por la fuerza de su prosa, además de su ya citada querencia por los parajes lejanos y agrestes, aunque el primero tiende hacia el frío (Alaska) y el segundo al calor (la frontera estadounidense-mexicana). En efecto, Vann es un prosista competente y llega a escribir alguna frase dotada de cierta fuerza, aunque no esperen los alardes del autor de Meridiano de sangre o La carretera, pero tal cualidad –nada excepcional, pueden creerme- queda opacada por una notable incapacidad para construir personajes creíbles o plantear una escena mínimamente sutil (es decir, no tremendista). Caribou Island, resumiendo, va de una pareja madura que desea –también absurdamente- mudarse desde la ya agreste costa de Alaska a una isla todavía más gélida y desolada que da nombre al libro. Alrededor de ellos hay unos cuantos (desdibujados) personajes: un hijo pescador fumeta, una hija veterinaria que no se entera de nada, el prometido de esta, un cretino integral que es el dentista del pueblo, la chica francesa de la que hablábamos antes y que se comporta como los norteamericanos piensan que se actúan las europeas decadentes, es decir, como una zorra descerebrada, y su novio, que pasaba por allí y tampoco hace nada especial. La novela, como buen telefilme, carece, por supuesto, del más mínimo humor, pero resulta tan complicado tomársela en serio que a veces, es ineludible, hay que esbozar alguna sonrisa. Si están interesados en los bellos parajes del norte del continente americano, recomendamos que ignoren este bodriazo y se pasen por FNAC y compren el pack –ya debe estar bastante rebajado, hace ya una década de su emisión- de la magnífica y divertidísima serie Doctor en Alaska.

admin

Un comentario

  1. No he leído a este Vann y tampoco es que me muera de ganas (y menos después de leer tu crítica), pero compararlo con Cormac McCarthy parece un poquito fuerte, ¿no?

    Por cierto, que sobre Alaska (o mejor dicho, sobre una Alaska paralela) es muy recomendable «El sindicato de policía yiddish» de Michael Chabon. Todo un ejercicio de imaginación histórica.

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