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I’m not a rock

leslieSARA MESA | En la última película de Pixar, Inside out, aun dentro del inevitable buenrollismo Disney, se desliza una idea sugestiva que tiene relación, en parte, con el tema central de este ensayo: la importancia de la tristeza. Tristeza, el personaje gordito, tímido, solitario, que estropea todo lo que toca, se revela al final fundamental para la vida, incluso para la supervivencia. Lo mismo nos dice Leslie Jamison del dolor. ¿Hay que negar el dolor? ¿Acaso no es parte sustancial de la naturaleza humana? ¿Hay que avergonzarse de él? ¿Hay que ocultarlo? ¿O más bien se trata de entenderlo, de entender el dolor propio y también el del otro? En una época en la que lo que vende es la alegría constante, la superación, el yo-lo-puedo-todo porque todo-es-posible-si-luchas-por-ello, la felicidad condensada en fotos de comida en Instagram y en los lemas de Mr. Wonderful, casi podría decirse que un libro que habla del dolor sin tener voluntad de convertirse en manual de autoayuda resulta, en gran medida, subversivo.

A pesar de que el libro se compone de artículos breves de tono diverso que plantean distintos acercamientos sobre el sufrimiento humano, sorprende la perspicacia con la que se abordan cuestiones tan complejas como el dolor buscado, el dolor incomprendido, el dolor fingido o el dolor oculto. Y sorprende, sobre todo, porque a pesar de su juventud la autora tiene una mirada absolutamente madura y reflexiva sobre asuntos muy complejos. Digamos que, ya sea en carne propia o ajena, sabe de lo que habla. De Leslie Jamison ya conocíamos El armario de la ginebra, una novela publicada en España el pasado año en la que tampoco se evita el dolor a los personajes ni las certeras reflexiones sobre el sufrimiento. Sin embargo, a diferencia de la mencionada novela, El anzuelo del diablo no es un libro oscuro ni tremendista. Más bien al revés, resulta diáfano, abarcador, uno lo lee sintiendo que hay grandes cantidades de humanidad en él (no en vano, la cita del comienzo es el famoso «nada humano me es ajeno» de Terencio). Resulta incluso estimulante en la narración de historias, donde se advierte la mano de escritora de Jamison, su talento para describir personajes y situaciones con unos cuantos trazos, su peculiar mirada que es capaz de englobar el conjunto sin perder los detalles. En El anzuelo del diablo encontraremos experiencias propias -el desamor, un aborto, la enfermedad, una agresión brutal en plena calle- y ajenas -la búsqueda de experiencias al límite del dolor en los extremos maratones de Barkley, el padecimiento del no reconocido síndrome de Morgellons, el asesinato de unos chicos y la condena de unos inocentes, etc-, todas ellas historias sugerentes y turbadoras. Me ha interesado especialmente el conjunto de artículos reunidos bajo el epígrafe “Visitas guiadas al dolor” (visitas a una mina en Potosí, a una cárcel, a los suburbios de Los Ángeles), en los que se reflexiona sobre el lugar de aquel que contempla el dolor desde la barrera, así como la “Gran teoría unificada del dolor femenino”, que se centra en la diferente percepción que recibe el sufrimiento de los hombres y el de las mujeres, porque ya se sabe que, según la sabiduría popular, las mujeres somos mucho más retorcidas, y por tanto nuestro dolor siempre es menos limpio (*). A este respecto, Jamison ataca fuerte cuando dice: “No deberíamos vermos obligadas a soltar algo ingenioso, o retractarnos, o a cuestionarnos a nosotras mismas cada vez que reconocemos: esto duele. No deberíamos tener que restar importancia a nuestro propio sufrimiento -lo sé, lo sé, el dolor no es nada nuevo, los demás también sufren- para poder defendernos de esa vieja letanía de acusaciones: actuar de cara a la galería, intentar dar lástima, regodearse en la autocompasión, acaparar la atención, manipular los sentimientos ajenos”.

Son muchos los aciertos de este libro, más allá de la elección de los temas y sus agudas consideraciones al respecto. Por un lado, la hábil introducción del observador-narrador (ella misma) en el asunto observado, bien al hilarlo con su propia experiencia en asuntos similares (por ejemplo, cuando entremezcla la enfermedad fingida como actriz para exámenes médicos con la enfermedad y el padecimiento real), bien al adoptar el tono de una cronista que habla directamente con los afectados y se zambulle de lleno en sus ambientes. Por otro lado, el manejo de fuentes y referencias centrales, de ámbitos científicos pero sobre todo artísticos (Susan Sontag, Simone de Beauvoir, Vladimir Propp, Anne Carson, James Agee y tantos otros) se produce de una manera natural y fluida y ofrece una visión interesante del acto creativo como catalizador del dolor.

De lectura fácil pero también conmovedora y estimulante, El anzuelo del diablo aporta pasión -e incluso poesía- a una indagación necesaria en aspectos de la naturaleza humana tradicionalmente desdeñados, lo que sin duda genera un ‘feed-back’ inmediato y masivo: la misma autora confiesa al final del libro que, a raíz de su publicación, recibe mensajes de numerosos lectores que se sienten identificados con algunas de las experiencias que aquí se narran, como si el libro, en cierto modo, “les diese permiso para hablar de su sufrimiento sin vergüenza”. No se trata de hacer patéticas confesiones públicas, tampoco de caer en el histerismo o el victimismo, ni mucho menos en el regodeo ante el dolor propio: se trata de asumir, simplemente, que en la enfermedad, la violencia, la angustia y el malestar también podemos encontrar razones en las que comprendernos y comprender al otro, porque, parafraseando y contradiciendo a Simon & Garfunkel, ni somos rocas, ni somos islas.


(*) Precisamente por ese mayor grado de retorcimiento, me permito aquí mostrar mi disgusto por la condescendiente crítica a este libro realizada en El Cultural por Bernabé Sarabia, preguntándome si acaso hubiese dicho lo mismo de haber sido escrito por un hombre. Cito textualmente: “Se podrá decir que Jamison reúne dos atributos, muy del gusto de la industria editorial: además de ser mujer, belleza y juventud. Sin embargo, lo cierto es que acredita galones”: admirable ejemplo de cómo decir un piropo sin dejar de insinuar al mismo tiempo las dudas.

El anzuelo del diablo. Sobre la empatía y el dolor de los otros (Anagrama, 2015), de Leslie Jamison | 350 páginas | 19,90 € | Traducción de Rita da Costa

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