ILYA U. TOPPER | Marchando una de Abdellah Taïa (sí, escribimos así el nombre del autor porque es así como se escribe en el idioma que eligió a los veintisiete años para expresarse, a saber, el francés, y dado que es un idioma escrito en caracteres latinos, es así cómo su nombre se escribe en todos los idiomas del mundo que usan caracteres latinos; cambiarle el nombre por Abdelá Taia no es mejor que poner Flober, Rimbó o Bodeler), y por supuesto, es una historia sobre un joven marroquí homosexual que vive en Europa: de ahí no se sale el autor.
A veces me pregunto si no sabe escribir de otra cosa, o si no quiere, o si simplemente se ha dado cuenta de que un joven escritor marroquí homosexual que escribe en primera persona de un joven marroquí homosexual, pues vende. Quede claro que vender no está mal, forma parte incluso del trabajo de un escritor: no creo en absoluto que un libro solo puede aspirar a ser considerado gran literatura después de que lo hayan rechazado diez editores por invendible. Veamos el libro.
Tenemos aquí los mimbres habituales: una infancia en un barrio pobre de la muy conservadora ciudad de Salé, una madre dominante, hermanas, un amante francés… En otras palabras, tenemos prácticamente lo que encontramos si nos informamos en internet sobre la vida de Taïa (Salé, 1973) o leemos sus entrevistas o columnas. Es fácil caer en la sensación de Taïa no hace más que contar, una y otra vez, su vida. Y que incluso la carta –»Querida Malika«– con la que arranca el libro sea un ajuste de cuentas muy real y muy descarnado con su propia madre.
No digo que no lo sea. Pero va más allá de eso: es literatura. Es un ajuste de cuentas con todas las madres marroquíes –sean sus hijos gay o no– y quizás sea el primer texto que haya leído que lleva al papel en palabras hermosas pero claras, tajantes, aquel gesto absolutamente necesario en Marruecos –para todo hijo o hija marroquí– que va más allá de Freud y que es matar a la madre. Desde el amor, por supuesto. Desde la comprensión y el cariño, pero a plena conciencia.
Y también es literatura el informe contra sí mismo que va tomando forma en la segunda carta (el libro se estructura en cuatro cartas que van hacia atrás en el tiempo), donde se nos revela un protagonista –uno desea que no sea ese mismo Abdellah Taïa al que tantas ganas dan de dar un abrazo cuando lo ves dando una charla sobre libertad sexual en el #TresFestival, pongo por caso– a la vez sinceramente apasionado y fríamente seductor, con capacidad y ganas de herir, con ganas de herir simplemente por ser capaz de hacerlo.
Esta es una novela –pienso de repente– sobre el equitativo reparto de la injusticia. Todo el mundo sufre por culpa de alguien, y todo el mundo se dedica a hacer sufrir a alguien, aunque desde luego nunca al culpable. A veces uno se impone el sufrimiento: que un señor francés con mucho dinero te trate bien, a ti, hijo de las calles de Rabat, te acoja en casa y te enseñe las cosas que siempre querías saber, además de hacer el amor contigo como tú querrías hacerlo, se puede vivir como un regalo y un privilegio. O bien –mejor dicho, a la vez– como una injusticia: ¿Por qué, para poder salir de la pobreza, leer a Rimbaud, Genet, Hugo, hace falta que te regale dinero un señor francés? ¿Qué puto destino nos ha condenado a tener que pillar el dinero de los hombres que nos gustan, como si fuéramos chaperos, si no queremos seguir en la cuneta?
Alguna vez me quejé de que casi todo lo que hay escrito en España sobre Marruecos –como la deslumbrantemente oscura novela Mimoun, del gran Rafael Chirbes– habla de europeos homosexuales liados con chicos marroquíes. Tal vez El que es digno de ser amado sea una más en la lista. Pero es una breve, hermosa, lírica y muy necesaria reflexión sobre el drama que supone la tan frecuente relación amorosa –porque eso es lo llamativo: hablamos de amor, no de prostitución– entre un señor europeo y un chico marroquí. Y quizás sea una reflexión, lírica y necesaria, sobre el drama que supone casi cualquier relación amorosa, aunque no sea ni gay ni magrebí. Porque puede que Abdellah Taïa hable de sí mismo, pero lo que hace es Literatura.
El que es digno de ser amado (Cabaret Voltaire, 2018), de Abdellah Taïa | 172 páginas | 17,95 euros |
Traducción de Lydia Vázquez Jiménez
De nuevo, una espléndida y esclarecedora crítica de Ilya U. Topper.
Gracias, amigo