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Instantáneas a oscuras

9788494656408ILYA U. TOPPER | Queremos armas químicas, las queremos ahora: matan con más humanidad que los aviones, los morteros y los francotiradores. Al menos te dejan morirte entero.

Esta quizás sea una de las frases más demoledoras de este Diario del asedio, una especie de collage de breves textos que dejó escritos Samira Khalil, una editora y activista política de unos 50 años, durante los últimos meses de 2013 en Duma, un municipio en la periferia nororiental de Damasco dominada por la rebelión armada contra el régimen de Asad y sufría bombardeos continuos.

Fueron, hasta ahora, también los últimos meses de su vida en libertad, y no sabemos si de su vida: fue secuestrada el 9 de diciembre de 2013, muy probablemente por uno de los grupos armados islamistas que se habían hecho con el control de la zona. Junto a la escritora Razan Zaituneh, su marido Wael Hammada y el poeta y abogado Nazem Hamadi.

El libro es un testimonio directo, un álbum de instantáneas sin flash desde la guerra siria, movidas, desenfocadas a veces, sinceras siempre. Un caleidoscopio del horror, en el que las piececitas no paran de caer en nuevas posiciones para volver a formar una imagen distinta a la anterior y sin embargo igual, siempre igual en su horror, en el sufrimiento de quienes están viviendo bajo las bombas que lanza la aviación del régimen, asediados, con muy poca comida, y casi sin medicinas.

El libro es una obra compartida. Las notas de Samira Khalil, escritas en folios sueltos, llegaron fotocopiadas a su marido, el escritor y activista Yassin Al-Haj Saleh, que poco antes había conseguido llegar sano y salvo a Turquía y que es el responsable de labor de transcripción y selección y, imaginamos, de las frases que sirven de título a los fragmentos, quizás el único punto criticable del formato: demasiado a menudo reproducen en su integridad la frase más importante de la pieza y adelantan así su contenido entero. Al titular, la brevedad es virtud. Y más cuando muchos de estos apuntes repiten, a menudo de forma casi literal, las mismas escenas, como versiones de un  borrador.

A estas se notas se añaden textos que Samira compartió en Facebook y que fueron copiados y compartidos por otros. El conjunto está acompañado por varios textos del propio Yassin, dos columnas finales del escritor y periodista libanés Elias Khoury y una larga introducción del columnista español Santiago Alba Rico. A todo le da coherencia la excelente traducción y las notas explicativas de la arabista Naomí Ramírez, que lleva años siguiendo muy de cerca la guerra siria.

El resultado es un libro muy necesario, extremamente necesario, para esa parte de la izquierda española que aún cree que el régimen de Asad se encuadra dentro de Los Buenos, porque en algún momento de la historia parecía estar en la órbita de los que cierto Gobierno estadounidense calificó como Los Malos (que además es mentira: Siria colaboró con la CIA en los secuestros y torturas de las personas que luego fueron transformados en yihadistas en Guantánamo). Y es a ese sector –que no sé si es realmente mayoritario en la izquierda española o simplemente hace más ruido en Twitter– al que se dirige el extenso prólogo (10 páginas) de Alba Rico, en la línea de su actividad como columnista en los últimos años: convencer al respetable de que Asad no es el bueno de la película.

Para los que no faltamos a clase en los últimos años, las notas de Samira Khalil evidencian algo más: la dificultad de analizar una guerra mientras se está bajo las bombas. Lo que escribe la activista, a oscuras a menudo –se corta la luz, no hay carburante para los generadores, hasta las bombonas de gas están inasequibles– es un grito de desesperación, un alarido de horror ante un escenario de muerte que cae del cielo. No puede hacer más que documentar las consecuencias.

Porque en las causas no llega a indagar. Hay que entender metafóricamente la aseveración, repetida decenas de veces, que “el mundo mira sin hacer nada”. Es más: “El mundo ve y oye lo que sucede, pero mantiene su apoyo tácito al criminal (…).  Lo que sucede es que disfrutan viendo la sangre y restos de los cuerpos de nuestros hijos en las pantallas de sus televisiones”. Lo cual, obviamente, es falso. Porque el mundo somos tú y yo, somos Naomí Ramírez, somos Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, somos una enorme cantidad de personas que si no ponemos freno a las masacres del régimen de Asad no es porque disfrutemos con ellas sino porque no tenemos el poder de hacerlo.

Es cierto que no hemos salido a la calle masivamente para pedir a Barack Obama que bombardee ya Damasco, como Bush bombardeó Bagdad pero ¿realmente habría sido esta la solución? Samira Khalil no nos lo dice. Solo una vez pide que se “imponga una zona de exclusión aérea” (algo que han repetido muchos refugiados y hasta analistas, esquivando la conclusión de que para imponerla hay que derribar los cazas que la vulneren, es decir, hay que ir a la guerra) o que al menos se proporcionen armas antiaéreas a los rebeldes. Los que en 2003 salíamos a la calle bajo la pancarta del No a la guerra, no podemos dejar de preguntarnos si al final estuvimos en el bando equivocado si protestábamos contra la industria del armamento. Una duda que Samira Khalil, bajo la lluvia de bombas, no nos responde.

También es llamativo con qué eficacia Khalil evita mencionar que tras el eufemismo “el mundo” se esconde una potencia geopolítica muy concreta, llamada Rusia. ¿Un reflejo involuntario de quien antaño militaba en un partido sirio comunista? También nos preguntamos si en ese “mundo” que no hace nada están incluidos los Estados árabes que no paran de fomentar la rebelión armada con ingentes sumas de dinero, pero nunca con las armas necesarias como para ganar de verdad.

En este aspecto, la segunda de las dos columnas de Elias Khoury que cierran el volumen aporta un análisis geopolítico más preciso, certero y rotundo que el resto de la obra: es imprescindible para entender el contexto en el que se desarrolla la guerra cuyo horror describe y sufre Samira Khalil.

En un aspecto más están subexpuestas las instantáneas de Khalil, y es un aspecto común a gran parte de quienes en España apoyan lo que aún llamamos, con ilusión atrasada, la “revolución”:  hablan únicamente de la población civil, expuesta a una brutal represión militar desde el aire. Consiguen dejar fuera de nuestra conciencia el hecho de que el régimen bombardea, destruye, mata de forma masiva porque no tiene el poder de enviar la policía a detener a los disidentes, a la propia Samira Khalil, que se refugió en Duma para estar fuera del alcance de los esbirros de Asad: ya pasó 4 años en  sus mazmorras por izquierdista. En la propia Duma, por cierto. Y el régimen no tiene el poder de hacerlo, porque hay milicias armadas que lo impiden. El régimen ha perdido el monopolio de la violencia, y por eso bombardea. Estamos en una guerra. Una guerra con dos (o más) bandos. Algo que tanto Khalil como muchos de los defensores de lo que fue la revolución intentan dejar fuera de nuestra conciencia.

Y la triste, la desgarradora paradoja final es que es el bando cuyas atrocidades callan las notas de Samira Khalil –apenas hay una frase de crítica referida a un sermón– el que acabará llevándosela. Secuestrada. Hasta hoy. Junto a otra mujer, igualmente revolucionaria, y dos hombres.

Las instantáneas de Samira Khalil son las últimas imágenes de una revolución que empezó esperanzadora, con activistas como ella, llenas de una tenaz voluntad demócrata. Después de Samira, después de este libro hecho con los fragmentos de su vida, ya no es posible creer en la revolución.

Diario del asedio a Duma, 2013 (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2017) de Samira Khalil | 176 páginas | 12 € | Traducción de Naomí Ramírez | Edición de Yassin Al-Haj Saleh | Presentación de Santiago Alba

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