EDUARDO CRUZ ACILLONA | Cuando uno bucea más allá del texto de la solapa en la biografía de Ronja von Rönne, descubre que adjetivos como enfant terrible, sarcástica, irreverente, mordaz y provocadora se repiten con tal asiduidad que, como carta de presentación, hacen difícil resistirse a la lectura de su primera novela, Ya vamos.
Y el texto, vaya por delante, no sólo cumple de manera exacta con las expectativas generadas sino que las adelanta por la derecha sin intermitente y a una velocidad no reconocida en los códigos de circulación parnasiana.
El comienzo ya es lo bastante potente como para poder adivinar una voz nueva y poderosa: Nora, la protagonista, recibe una carta de la madre de su mejor amiga que incluye una esquela de ésta. Nora se niega a creer que su amiga haya fallecido, pues antes se hubiera despedido de ella. Y es que donde ellas viven, el tema de la muerte lo llevan todos con rigurosa y exquisita minuciosidad:
“Entre nosotros morirse forma parte de una cortés convivencia, lo mismo que el césped escrupulosamente cortado. Porque a ver dónde vamos a parar, si cada cual vive lo que le apetece, y la hierba crece hasta la parcela del vecino”.
Un ambiente donde todo está calculado, sin sobresaltos, políticamente correcto, diríamos, es el ideal caldo de cultivo para alguien a quien el carácter inconformista está empezando a invadirle el día a día.
El texto es un remedo de diario, resultado del consejo recomendado por su terapeuta quien, también es mala suerte, tras una primera sesión se ha ido de vacaciones. Nora vive en un cuarto cuyo “escenario es tan poco espectacular que podría tomarse por un balbuceo de película independiente”. Sin embargo, la noticia sobre la supuesta muerte de su amiga le lleva a retomar unas relaciones que tenía aparcadas y a describirlas con la naturalidad de la provocación. Su novio, su antiguo novio y la novia de este último conforman su nuevo universo íntimo, el escenario por el que transitan sus obsesiones y el pozo sin fondo en el que ir arrojando, como monedas de la suerte, los pensamientos que van descubriéndonos un personaje potente, cautivador como pocos en una primera novela y sin parangón, que uno sepa, en esa nebulosa generacional que se ha dado en llamar millennials.
Así, la autora despliega su mirada más descreída y, como decíamos al principio, de moderna enfant terrible dejando caer reflexiones tan extraordinarias (más por lo que esconden que por lo contrario) como: “Ahora es verano y así va a ser hasta el otoño, dicen”.
En otras ocasiones, se torna cáustica y describe: “Estuvimos en una fiesta de gente que suele dar fiestas porque de lo contrario no hay quien vaya de visita. Al principio había canapés, al final, lágrimas, todo redundante, como suelen ser las fiestas”.
Hay un humor en la base de toda la novela que funciona como válvula de escape y como mecanismo de defensa ante situaciones que bien podrían llevar a la protagonista a viajar hasta el destino vacacional de su terapeuta reclamando inmediata ayuda. Hay veces, incluso, que parece que uno estuviera tratando con una supuesta hija adolescente de Woody Allen. Así, ante la propuesta de tener un hijo, Nora lo rechaza abierta y radicalmente con excusas como que quizá “desarrolle un montón de alergias o quiera estudiar historia del arte”. También, en otro pasaje, refiriéndose a su no tan lejano pasado, cuenta que pasaba mucho tiempo en casa y leía libros, afición que no compartía con sus compañeros de clase, de ahí que decidiera “imitar a los personajes de mis novelas preferidas y sentirme incomprendida”.
De fondo, sin embargo, hay una profunda y original reflexión sobre cómo las nuevas generaciones afrontan y relativizan sus propios sentimientos, las relaciones entre iguales y el descreimiento de una sociedad a la que no le encuentran más sentido que servir de blanco de sus críticas.
Ronja von Rönne ha creado un delicioso monstruo, entre la lucidez y los ataques de pánico, una guía referencial para su generación y un aviso a navegantes que cuenten con hijos de su edad.
Ya vamos (Alianza Literaria, 2017), de Ronja von Rönne | 184 páginas | 14 euros | Traducción de Eduardo Gil Bera