La felicidad conyugal
Lev Tolstói
Acantilado, 2012
ISBN: 978-84-15277-50-7
176 páginas
11 €
Traducción de Selma Ancira
José M. López
En alguna que otra ocasión he comentado por aquí ciertos libros de enrevesadas tramas que me han resultado solemnemente aburridos, debido a la forma pobre y simplona en que estas se contaban. Hoy os ofrezco lo contrario, una historia sencilla y conocida por todos, nada nuevo bajo el sol, pero contada con una sensibilidad e inteligencia abrumadoras, que provocan que las páginas del libro vuelen con rapidez hasta el final del mismo. Claro, diréis, vas a comentar un libro de Tolstói, nada menos. Pues sí, amigo, efectivamente, así es difícil fallar.
El mastodóntico autor ruso escribió La felicidad conyugal en 1858, y la publicó en el 59, posiblemente algunos años antes que sus dos obras magnas: Guerra y Paz y Ana Karénina. Como ya he dicho, la trama es sencilla: se nos relata la historia de amor de María Alexandrovna, una joven de dieciséis años que se enamora de su tutor, doce años mayor. La novela es una radiografía de la evolución del sentimiento amoroso en estos dos personajes, desde los tímidos escarceos de los inicios, pasando por la pasión de los primeros años de casados, y llegando incluso a la temida estabilidad del amor tranquilo, sereno, que puede abocar en el tedio más anodino. De aquí a la amargura y a la infidelidad tan solo media un paso. Este repentino pozo, este bache en la armónica vida marital de la pareja sale a la luz, en parte, debido a su traslado del campo a la ciudad. El matrimonio se ve obligado a dejar su vida rural y comienza a pasar largos periodos en San Petersburgo. Este cambio supone un despertar de la joven María a la frívola vida social, repleta de banquetes, fiestas, falsos aduladores y galantes al acecho de una cita furtiva. El marido, ya en el otoño de su vida -un trasunto del propio Tolstoi-, mira apenado cómo su inocente esposa se deja engatusar por estos frágiles placeres y, ‘beatus ille’, ansía recuperar su antigua vida de paz en la aldea. Sin embargo, como eterno tutor de la joven a la que ama, no quiere obligarla a dejar la ciudad, y prefiere que sea ella la que, por voluntad propia, se quite la venda y descubra el fariseísmo e hipocresía que habitan en su actual modo de vida. Pero dicho examen hacia la madurez emocional no va a ser una prueba fácil, y pasará factura tanto a María como a su marido. Los elegantes acordes de las fiestas más suntuosas no podrán acallar las ráfagas de celos, las batallas estratégicas de los enamorados que sufren, y que miden sus pasos con cuidado para no salir heridos, o, al menos, no tanto como su adversario. La vida embustera de la ciudad permite que la inocente esposa pase con facilidad extrema del amor al odio, que el rostro del ser amado se convierta en un horrendo y repugnante retrato, y que, por extraño que parezca, llegue a sentir una absoluta indiferencia hacia la persona a la que antes se sentía tan unida. Tanto es así, que el marido termina transformándose en un total desconocido, alguien completamente ajeno a ella. La novela termina siendo un canto al “amor verdadero”, entendido este como aquel que se desarrolla dentro del matrimonio, y donde más que el frenesí y el arrebato pasional, los pilares que lo sustentan son la honestidad y la profunda comprensión de la pareja. El amor verdadero, por tanto, no tiene más remedio que culminar en la procreación, y la visión de tu pareja no ya como tu amante, sino como el padre de tus hijos. En definitiva, el deseo de trascendencia, de evitar la extinción del “yo” a través de su proyección en los otros, en la prole.
Independientemente de que se esté de acuerdo o no con esta interpretación del amor muy ligada a la particular visión del cristianismo de Tolstói, esta pequeña novela se degusta con enorme placer, dado que, por encima de la tesis final que trasciende, las reflexiones del autor sobre las relaciones humanas, la amistad, el amor o el paso del tiempo son siempre inteligentes, y expuestas con una prosa elegante y sencilla, que penetra, reflexiva, en lo más profundo del alma humana. Sin haber leído el original en ruso, parece que el Premio Nacional de traducción otorgado a Selma Encira es bastante merecido.
Tolstói es un verdadero maestro en mostrar su lúcida visión del mundo a través de los ojos femeninos, y aquí se vale de la mirada y de la voz de María Alexandrovna para mostrar las complejas relaciones entre dos especies tan distintas como son el hombre y la mujer. Mientras leía la novela no dejaba de merodear por mi cabeza una canción de Quique González que también versa sobre ese pálpito insano que surge entre los amantes, predestinados a no comprenderse, y la vez condenados a amarse por voluntad propia en un impulso irrefrenable, suicida casi. Citando al maestro Quique, como “kamikazes enamorados.”
Antes de que algún anónimo comente aquí que usted es un aburrido, que la reseña es una mierda, etc., me adelanto y le doy la enhorabuena.
Y en lo personal, la cita de Quique…
corrige la errata de la fecha. usted escribe como un general opusino
Fecha corregida…