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Kim Jong-Il Style

novedades_nov1JOSÉ MARTÍNEZ ROS | Hasta principios del nuevo milenio, la cultura coreana era notablemente desconocida en nuestro país. No fue hasta entonces, cuando, impulsado por su espectacular desarrollo económico (que convirtió en unas pocas décadas un país fundamentalmente agrario en una megapotencia industrial y tecnológica), las primeras muestras del nuevo cine coreano empezaron a llegar al circuito de versión original, con el aval de los numerosos premios que habían obtenido en los principales festivales de cine europeos, con hitos tan célebres como Old Boy, Hierro 3 o Memories of Murder. El hecho es que, actualmente, se ha convertido en un lugar común entre los cinéfilos afirmar que el cine de Corea del Sur es uno de los más inventivos y originales de los últimos tiempos… En paralelo, recibíamos noticias de que las estrellas de su floreciente industria musical, el llamado K-Pop, arrasaban en los mercados de Asia, lo que parecía un fenómeno lejano hasta que un día, de repente, el «Gangnan Style» del inefable Psy empezó a sonar en todas partes.

Y al mismo tiempo, el régimen comunista de Corea del Norte también se hacía muy famoso… por razones distintas.

Corea del Norte ha sido llamado “el país ermitaño” por su buscado aislamiento. Por lo que sabemos de él, su régimen es una extraña mezcla de satrapía oriental -no por nada es el primer régimen comunista hereditario-, un nacionalismo feroz y descerebrado, estalinismo al estilo Pol Pot y confucionismo enloquecido, todo unido en una peculiar doctrina sincrética llamada Juche. Aunque es fácil satirizar sus aspectos más caricaturescos, que los tiene y muchos, no hay que olvidar que ha destacado por ser increíblemente opresivo y brutal, hasta extremos que dejan la Eurasia de 1984 de Orwell como un ejemplo de liberalismo y respeto por los derechos humanos; ha promovido un sinfín de acciones terroristas contra países vecinos, en especial contra Corea del Sur y Japón; se ha convertido en un centro mundial del tráfico de drogas y armas, una potencia nuclear -en lo que ha invertido ingentes recursos, a pesar de sufrir periódicas hambrunas- y, en general, lo más parecido a la Latveria del Doctor Doom que conoceremos más allá de las viñetas de Marvel.

El periodista norteamericano Paul Fischer ha elegido uno de los episodios más grotescos de la historia de Corea del Norte -el secuestro de un famoso director de cine y su esposa, una célebre actriz, por el padre y predecesor del actuar dictador Kim Jong-Un, Kim Jong-Il, con el estrafalario propósito de emplearlos para modernizar la industria cinematográfica norcoreana- con el objeto de realizar un aterrador, y a la vez muy entretenido, recorrido por los secretos del país más hermético del planeta, en el que parecen mezclarse a partes iguales la crueldad, la paranoia y el kitsch.

Como nos relata Fischer, la división de Corea fue uno de los peores subproductos de la Guerra Fría, de la división del mundo entre el bloque comunista y el capitalista. Un pueblo que se enorgullecía de su unidad, de no haber sufrido nunca una guerra civil, de su voluntad de perdurar juntos frente a las continuas invasiones de sus poderosos vecinos -japoneses, rusos, chinos y mongoles- fue dividido en dos estados que, además, se enfrentaron en un increíblemente sangriento y cruel conflicto (tres millones de muertos) que ahondó la división entre el norte y el sur. De las ruinas y el caos de la guerra, surgió una pareja que levantó de la nada la ahora poderosa cinematografía de Corea del Sur.

Formada por un joven y enormemente talentoso director, Shin Sang-ok, y su musa y esposa, Choi Eun-Hee, sus primeras películas, que mostraban las duras condiciones de vida en la posguerra, estaban inspiradas en el Neorrealismo italiano. Sin embargo, la auténtica vocación de Shin Sang-ok no era convertirse en un émulo de Roberto Rosselini, sino de Cecil B. DeMille. A partir de esos humildes orígenes, Sang-ok construyó todo un imperio que produjo centenares de películas de todos los géneros imaginables, una buena parte de las cuales estaban protagonizadas por su esposa, una mujer cuyo fuerte carácter había sido forjado durante la guerra, en la que sufrió privaciones y abusos, al haber sido prisionera de ambos bandos. Sin embargo, su éxito tuvo una peligrosa consecuencia: atrajo la atención de Kim Jong-Il, que por aquel entonces era no solo el heredero del Líder Supremo de Corea del Norte, sino también un apasionado cinéfilo (de hecho se considera que los aspectos más teatrales y espectaculares del régimen norcoreano fueron diseñados por él).

Kim Jong-Il organizó su secuestro en Hong-Kong al más puro estilo de villano de James Bond, los obligó a declarar que habían desertado al norte por propia voluntad, por convencimiento ideológico, y Sang-ok, bajo coacción, llegó a dirigir siete películas en Corea del Norte a lo largo de ocho años de cautiverio. La más famosa fue Pulgasari, una especie de versión anticapitalista de Godzilla (un film que curiosamente tiene legiones de fans en Occidente). Tanto él como su esposa intentaron en varias ocasiones escapar, lo cual hicieron finalmente en 1986. Ambos se instalaron en Estados Unidos, para evitar las represalias del régimen, lo que les permitió contar con libertad sus experiencias tanto en las tétricas prisiones norcoreanas como la vida de lujo absurdo y salvaje crueldad de su clase dirigente. Como ha señalado algún crítico, su historia es tan asombrosa y conmovedora que lo más extraño es que no la hayamos visto ya en una pantalla de cine. Fischer nos lo cuenta con el pulso de un gran narrador: la historia de una pareja cuyo talento y éxito les procuró un admirador indeseado, un monstruo megalómano que deseaba ver reflejada la supuesta gloria de su estado-prisión en un cine.

Producciones Kim Jong-Il presenta… (Turner, 2015), de Paul Fischer | 400 páginas | 19,90 € | Traducción de Ferrán Esteve

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