JOSÉ M. LÓPEZ | Nuestro compañero Alejandro Luque ya nos apuntaba en una anterior reseña de Haruki Murakami que el escritor japonés suscitaba por partes iguales filias y fobias. Por lo visto -yo no frecuento las redes sociales-, son tan numerosos como los compradores de sus libros aquellos que en Internet celebran, con algo de mala baba, que este prestigioso escritor japonés se quede por enésimo año consecutivo a las puertas de la consecución del Nobel de Literatura. Por la parte que me toca, tengo que decir que mi opinión sobre Murakami dista mucho de estar tan polarizada. Y es que debo confesar que la sensación que me ha quedado tras leer algunas de sus obras ha sido más bien de tibieza. Algo así como cierto poso, perdido en tierra de nadie, que se mueve entre el aprecio ante un autor que, efectivamente, posee una hipnótica capacidad para narrar historias, y la irritación que me produce, en ocasiones, la deriva de estas hacia un estilo “pedantón” y autocomplaciente.
Y es por ello que he decidido echar toda la carne en el asador, apostar todo a un solo número, y jugarme mi potencial adhesión a las lecturas del autor de Tokio Blues a una sola carta: su último libro publicado, El elefante desaparece, una reedición de una antología de cuentos publicada originariamente en 2005. Sí, la decisión estaba tomada antes de empezarlo: si me gustaba, le daría otra oportunidad a Murakami; si no, nunca más volvería a abrir un libro suyo. Otro compañero estadista, José María Moraga, suele acabar sus reseñas con una reflexión en la que se ve obligado a mojarse, esto es, a decir si recomienda comprar o no el libro. Es esta una buena manera de objetivar la crítica, y proyectar en el lector, más allá de apreciaciones valorativas generales del libro, la luz amigable de un faro que ilumine sin tapujos las bondades o defectos de la obra en cuestión. Pues bien, en esta reseña pretendo ir más allá. Y es que no solo expresaré con claridad si el libro me gusta o no, sino que voy a valerme de un método puramente matemático y lo voy a aplicar a la crítica literaria. Me explico. El elefante desaparece es un libro formado por diecisiete cuentos. Voy a asignar una nota numérica a cada uno de ellos, según mi apreciación. Al final calcularé la media, y si la calificación final es de cinco o más, volveré a leer al autor de Kafka en la orilla; pero si la nota resultante de la media de las calificaciones de cada cuento es inferior a cinco, irremediablemente le diré adiós a Murakami de por vida.
Todos los cuentos que conforman El elefante desaparece poseen una serie de rasgos comunes que, además, aparecen con frecuencia en el resto de la obra del autor de 1Q84. Sus protagonistas son tipos desesperadamente normales, con trabajos que no los motivan y, en general, vidas anodinas. Sin embargo, uno de esos aburridos días les sucede algo extraordinario, a veces sobrenatural, que por unos instantes hace tambalearse los pilares de esa rutina. Y Murakami, hemos de admitirlo, se mueve como pez en el agua narrando estas historias enigmáticas, que se sitúan entre lo real y lo ficticio-absurdo. Pero también debemos confesar que sus tramas derivan, a veces, en anécdotas resultonas sin la hondura, por supuesto, de sus maestros, Kafka o Cortázar, pero que tampoco rondan la efectividad que consiguen otros artesanos más contemporáneos en el arte de lo fronterizo, como Enrique Vila-Matas o el Juan José Millás de algunas ocasiones, por citar a autores patrios. En mi opinión, la escritura de Murakami se asemeja mucho al Auster más comercial y superfluo. Pero no adelantemos acontecimientos ni juicios a priori y pasemos ya a valorar esta obra, o, más bien, a poner una nota a cada relato:
“El pájaro que da cuerda y las mujeres del martes”: el comienzo de este relato es enigmático y esperanzador (como la mayoría de sus inicios), pero se termina trasformando en una pretenciosa historia de un amo de casa insípido que se dedica a conversar con gatos y a recibir continuas llamadas telefónicas de desconocidas. O el final es una estupidez, o el tonto soy yo. (5)
“Nuevo ataque a la panadería”: quitando un fragmento onírico que me sobra, me parece bastante entretenido este cuento con tintes buñuelescos protagonizado por una pareja a la que, tras hacer el amor, le entra un hambre atroz que debe ser saciado de inmediato. Hasta aquí todo normal, si no fuera porque, al no encontrar nada de comida en casa, deciden, a lo Bonnie y Clyde, atracar un McDonald’s. Breve, divertido y sin vacuas pretensiones. (7)
“El comunicado del canguro”: este cuento está formado por unas extrañas cartas de amor grabadas como contestación a una queja formal a unos grandes almacenes. Este es el más claro ejemplo del Murakami que me desespera. Una historia de una simbología forzada que esconde un ulterior mensaje que un lector privilegiado debe descubrir. Y yo babeando sin (pretender) entender nada. (3)
“Sobre el encuentro con una chica cien por cien perfecta en una soleada mañana del mes de abril”: otra historia breve y bonita. El relato de lo que un chico debería haber dicho a una chica que le gustaba, pero que nunca fue pronunciado. (6)
“Sueño”: el mejor cuento del libro. Lo protagoniza una mujer de vida insignificante (ama de casa, marido, hijos) a la que a partir de un día concreto le resulta imposible dormir. Decide no contárselo a nadie, y se pasa las noches en vela leyendo Ana Karenina, comiendo chocolate, y descubriendo que la vigilia constante ha mejorado su vida, ya que le ha revelado un mundo de vitalismo y libertad rejuvenecida nunca antes conocido por ella. Y es que cuando Murakami se toma su tiempo para trazar complejos perfiles femeninos, lo hace como pocos. (8)
“La caída del Imperio romano. La revolución india de 1881. La invasión de Polonia por Hitler y el reino de los cientos enfurecidos”: de nuevo me vuelvo a sentir como un imbécil leyendo este diario enigmático de un tipo que recuerda momentos de su vida relacionándolos con los acontecimientos históricos del título. (4)
“Lederhosen”: con el sentido del humor de Murakami hemos topado. Y es que si una mujer abandona a su marido por culpa de unos pantalones cortos, el resto de la historia está abocada al desatino. (3)
“Quemar graneros”: otra historia que parte de una idea potente y que, a mi parecer, se echa a perder por esa desesperante costumbre del japonés de narrarlo todo de manera tan recóndita. Y es que esta historia de un tipo soso, que conoce a una joven alocada que, a su vez, posee un novio que se dedica a quemar graneros, podría haber adquirido más pegada en manos de otro. (5)
“El pequeño monstruo verde”: despropósito narrativo protagonizado por un ama de casa a la que se le aparece este monstruo verde del título. Prefiero la peli de Bayona. (3)
“Asunto de familia”: historia con tintes realistas sobre la tensa relación entre dos hermanos, uno bohemio e infantil, y ella, la pequeña, una chica responsable con pretensiones de sentar la cabeza. (6)
“Una ventana”: historia de un tipo que enseña a la gente a escribir cartas. Concisa e inane. (3)
“La gente de la televisión”: relato lleno de sinsentidos arbitrarios que de nuevo me aburre y me da pereza desentrañar. (3)
“Un barco lento a China”: a través del paso de tres chinos por la vida del protagonista, se ensalza la pasión de este hacia ese país que nunca visitará. (5)
“El enanito bailarín”: distopía en la que otro tipo insulso firma un contrato diabólico con el enano bailarín del título. A Murakami le parecerá divertido. (3)
“Último césped de la tarde”: relato cargado de una poética cotidianidad que parece sacada de un cuadro de Hopper. Lo protagoniza un chaval meticuloso y enamorado de su trabajo de jardinero. (7)
“Silencio”: un muchacho ninguneado por sus compañeros de colegio. La historia no me dice nada. Unidimensional, autocomplaciente y aburridamente cotidiana. (3)
“El elefante desaparece”: relato de un hombre obsesionado con la desaparición de un elefante en el zoo. Se establece cierto vínculo entre este hecho y la falta de sentido de su vida. (5)
Pues bien, si sumamos todas las notas y las dividimos entre el número de relatos, obtenemos una calificación final de de cuatro con seis. Suspenso alto pero suspenso. Así que, como prometí al principio de esta reseña… ¡Adiós, Murakami! Nunca más volveré a leerte.
El elefante desaparece (Tusquets, 2017), de Haruki Murakami | 345 páginas | 19,90 euros | Traducción de Fernando Cordobés González y Yoko Ogihara
Quemar graneros es uno de los mejores relatos que he leído nunca. Saludos cordiales.
De verdad le digo, señor Martínez Ros, que creo el problema está en mí, que no termino de pillarle el puntito al japonés. Y mire que lo he intentado. Saludos
Me parece que este señor crítico no comprende bien el universo literario de Murakami. Cosa necesaria, aunque al parece ser no suficiente, para realizar una crítica de calidad. «Una idea de un escritor podría haber adquirido más pegada en manos de otro», como botón de muestra. Al menos me llevo la satisfacción de que si algún día me quedo sin trabajo podré dedicarme a la crítica literaria.
Sin tener opinión personal sobre Murakami, decir que si a uno no le gusta un escritor es porque «no comprende bien su universo literario» ¿no es algo demasiado fácil? Con esta premisa, todo autor es excelente: basta con que el lector tenga la inteligencia suficiente de comprender bien su universo literario. ¿O puede haber autores cuyo universo literario, simplemente, nos parezca aburrido? Claro, se puede decir que si a uno no le parece fascinante una nebulosa, necesita un mejor telescopio. Pero también se puede pensar que con un buen telescopio, una nebulosa se revela como poco más que un montón de estrellas de toda la vida amontonadas.
Señores: Saludos.
He leído por segunda vez El elefante desaparece, esta colección de relatos. Algunos me gustan más. Otros menos. Casi todos me parece que tienen algún interés. Seguramente no es de lo mejor del autor, pero no me parece muy prudente decidir si en el futuro se volverá a leer a Murakami según la nota que obtengan estas historias. ¿Quién sabe qué nos deparará el futuro? Reservémonos (sugiero) el derecho a cambiar de opinión.
Por cierto, en el relato «El pájaro que da cuerda…» no recuerdo que el protagonista hablase con gato alguno (tendré que repasarlo).
Gracias, amables comentaristas y felices lectores.
Sueña y quemar graneros, de los mejores cuentos que he leído de Murakami!
El final de quemar graneros es alucinante! Es la ambigüedad del autor lo que a veces hace que sea complicado hallarle el truco a sus historias