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La bendita necedad de Simon Leys

9788416748075REBECA GARCÍA NIETOHace ya algún tiempo, también en Acantilado, se publicaba otro libro que se rebelaba contra la barbarie de lo útil. En él Nuccio Ordine hacía apología de aquellos saberes que no se traducen en patentes ni suelen dar lugar a grandes beneficios económicos y, sin embargo, nos enriquecen. En esta línea se publica ahora este Breviario de saberes inútiles, de Simon Leys, un conjunto de ensayos que giran principalmente sobre dos temas (China y literatura occidental) que están en las antípodas del utilitarismo y materialismo imperantes. Confieso que la parte oriental me daba un poco de pereza (en principio no era un tema que me interesara especialmente), pero, en contra de todo pronóstico, he disfrutado mucho con su lectura. En ensayos como «La actitud de China hacia el pasado», Leys traslada a su escritura el respeto por la palabra escrita tan característico de la cultura china. Para los chinos, los monumentos son las palabras, y no las piedras: el pasado, escribe Leys, “parece habitar en las personas, más que en los ladrillos y las piedras. El pasado chino es, al mismo tiempo, activo espiritualmente e invisible físicamente”.

Además de estos fascinantes ensayos sobre estética china, el libro contiene otros de un carácter más político, como «Genocidio camboyano» o «Anatomía de una dictadura postotalitaria», una interesante reflexión sobre la China actual, un país en coma, tanto para Leys como para el escritor Ma Jian. No hay que olvidar que uno de sus primeros libros fue Los trajes nuevos del presidente Mao, donde hablaba sin tapujos de la tiranía instaurada por Mao Zedong en una época en que nadie, y mucho menos los intelectuales franceses, parecía querer ver lo que ocurría allí. En este sentido, el libro incluye un texto sobre la visita de Roland Barthes a la China comunista en el que el francés no sale muy bien parado, así como una interesante reflexión sobre el “grado excepcional de necedad” que es necesario para decir la verdad cuando nadie está dispuesto a escucharla. Sus argumentos no son nuevos, esa “necedad” ya fue elogiada por Erasmo, por ejemplo, pero Leys tiene la facultad de decirlo de un modo distinto, de manera que se le lee con mucho gusto. Así, en «La maldición del hombre que podía ver los pececillos en el fondo del mar», cuenta que se convirtió en “el mejor Bouvard y Pécuchet de la política china”, porque hay que ser un poco como los célebres imbéciles de Flaubert para decir ciertas verdades incómodas.

En cierto modo, uno de esos medios donde cuesta oír la verdad, de por sí “fea, salvaje y cruel”, es el mundo literario. Pero si Leys no se achantó con Mao, ¿cómo iba a hacerlo con escritores como Gide o Malraux? Durante buena parte del libro, el autor nos dice lo que piensa de escritores como Balzac (“La prosa de Balzac está plagada de ocurrencias absurdas, metáforas heterogéneas, lugares comunes (…) Que un escritor tan grande como él escribiese tan mal fue motivo de desconcierto para algunos de los mejores expertos (…) desde Baudelaire a Flaubert”) o Gide (“La calidad de su obra de ficción breve (…) brilla hasta la perfección en La sinfonía pastoral (…)”, pero “En sus obras de ficción más ambiciosas y más largas, Los sótanos del Vaticano y Los falsificadores de moneda, pone al descubierto el hecho patético de que no es en realidad un novelista: no posee el fuelle necesario y tiene poca imaginación”). Por supuesto, no me parece mal que Leys opine sobre la escritura de estos y otros autores. Al contrario. Otros escritores a los que admiro también lo hicieron (Faulkner dijo en una entrevista que parte de la obra de Balzac es “mala escritura”; Nabokov no tenía precisamente una buena opinión sobre la obra de André Malraux…). Pero la escritura de Leys me ha parecido menos elegante en algunos momentos, al hablar de Gide, por ejemplo, y habría que preguntarse si sus valoraciones son estrictamente literarias o hay algo más en ellas. Sobre las relaciones dentro de la familia de Gide, dice que “rivalizaría en su complejidad con las líneas genealógicas dentro de la jaula de chimpancés de un zoo” y sobre la homosexualidad que el francés defendió en Corydon: “El argumento de Gide es que la homosexualidad, lejos de ser contraria a la naturaleza (como solían insistir sus críticos tradicionales), está presente en realidad en ella (…) Es evidente que se pueden acreditar científicamente ejemplos de vacas homosexuales y de ballenas homosexuales o mariquitas homosexuales; al fin y al cabo, ¿no es la naturaleza el mayor espectáculo de monstruos del mundo?”. Me han gustado mucho los ensayos sobre Orwell, Simenon o Conrad; pero no tanto los de Gide o Evelyn Waugh, ya que me ha parecido que, en ellos, se transparentaban demasiado las ideas extraliterarias del autor (católicas, para más señas). Leys remata el texto sobre Waugh con un “en cuanto al otro –el purgatorio- la dulce misericordia de Dios habrá tenido buen cuidado de eso” o termina su ensayo sobre El Quijote diciendo que “la obra maestra de Cervantes está anclada en el cristianismo, más concretamente en el catolicismo español (…) Sólo una cultura basada en «una religión de perdedores» podía producir un héroe como él”. Sobre El Quijote, también se podría argumentar, como hizo Carlos Mayoral, que se trata de una obra casi pagana o incluso, como hizo Nabokov, de un partido de tenis interrumpido (tras analizar las batallas, escribió: “la puntuación final es 20-20, o, dicho en la jerga del tenis, 6-3, 3-6, 6-4, 5-7. Pero el quinto set no se llega a jugar; la muerte (de Don Quijote) cancela el partido”)…

Me gusta cómo escribe Leys, pero me gusta menos cuando se pone tan católico, apostólico y romano, por así decirlo. En cierto modo, el título ya nos avisa del contenido: un breviario, además de remitirnos al gran libro de Cioran, es, por definición, un libro de la liturgia religiosa católica. De todas formas, no creo que haya que mandar este libro a la hoguera porque no se comulgue con algunas de las ideas del autor. Creo que se trata de un libro que merece ser leído, entre otras cosas porque genera debate. En esta época en que es tan fácil opinar sobre todo, muchas veces sin argumentar lo más mínimo, se puede disfrutar mucho leyendo a polemistas como Leys. El rifirrafe epistolar que tuvo con Christopher Hitchens a propósito de Santa Teresa de Calcuta, recogido en el texto ‘Un imperio de fealdad’, es una buena muestra de ello. Te puede gustar más el saque directo de Hitchens o el resto de Leys, el revés de Norman Mailer o el drive de Gore Vidal Da igual que vayas con uno o con el otro, lo cierto es que con contrincantes inteligentes se disfruta más de los partidos y Leys siempre fue un digno oponente –además de un comentarista de primera.

Breviario de saberes inútiles (Acantilado, 2016) de Simon Leys | 592 páginas | 36 € | Traducción de José Manuel Álvarez-Florez y José Ramón Monreal

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