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Vivir sin papel higiénico

xthumb_16256_portadas_big.jpeg.pagespeed.ic.QjMIkWpHuGCAROLINA EXTREMERA | «No todos los escritores de crímenes son criminales, no todos los autores que escriben sobre asaltos sexuales son violadores. La ficción es, por su propia naturaleza, falsa». Estas palabras escandalizaron a la audiencia que se había congregado para escuchar a Lionel Shriver en el Festival de Escritores de Brisbane, en octubre de 2016, porque las utilizó para defender el derecho del escritor a contar cualquier tipo de historia, incluso el derecho de un escritor blanco a ponerse en el lugar de una joven africana. Algunos asistentes abandonaron la conferencia.

Nos interesa la segunda parte de esta afirmación. La ficción es ficción. Dicho de otra forma, ¿cómo de importante es la famosa verosimilitud aristotélica? En cada una de sus novelas, la autora empuja los límites de la veracidad y los estira hasta llegar a lograr el efecto que desea: la incomodidad. Famosa por sus retratos perfectos de Norteamérica, no hay ni un solo fallo en sus descripciones de casas, de situaciones o de platos elaborados. Podría decirse que es Jonathan Franzen con más ácido. Sin embargo, sus personajes están en los límites de la realidad.  Ya en Tenemos que hablar de Kevin nos presentaba a un niño demasiado malvado por naturaleza y, no obstante, lograba convencer. En El mundo después del cumpleaños, la falta de inteligencia emocional de la protagonista no deja de indignar al lector. Pero también funciona. Porque lo que quiere es ponernos a prueba. Nos enfada tanto que nos preguntamos por qué queremos seguir leyendo mientras no acabamos de cerrar el libro.

En Los Mandible el planteamiento es aparentemente sencillo. Estados Unidos en 2029 ha sufrido un colapso económico y se busca la supervivencia. En la superficie, la novela sigue las reglas de cualquier distopía, preconizando el cumplimiento de lo que nos aterroriza en el presente: la falta de agua, la escasez de comida, la resistencia de las bacterias a los antibióticos, el ciberterrorismo o la desaparición de la prensa. La economía, como ha venido ocurriendo en los últimos años, se convierte en el tema más importante –Willing, ya un hombre de treinta años en la segunda parte del libro, en 2047,  lee una novela de finales del siglo XX y se asombra al ver que «Ni siquiera se sabe si son ricos. Toman decisiones porque están enamorados, o porque están furiosos o porque tienen ganas de aventuras. Es imposible saber cómo pueden permitirse una casa. Nunca deciden dejar de hacer algo porque cuesta demasiado. Te lees todo el libro y nunca se sabe cuántos impuestos pagan»– . Sin embargo, eso no es todo, porque con Shriver nunca lo es. Lo importante es el malestar. El de los protagonistas y el nuestro, un malestar como solo la familia puede reunir.

Así, asistimos a un desfile de personajes muy bien definidos aunque algo exagerados, muchas veces casi arquetípicos, como la hermana activista que parece tener siempre la superioridad moral, la hermana acomodada que se derrumba al ver cómo tendrá que alimentarse sin atún rojo, el economista que se ha equivocado en todo, el adolescente que se adapta despiadadamente al nuevo paradigma, la novelista exiliada que bajo la fachada de ser un espíritu libre nunca ha arrimado el hombro para cuidar de su anciano padre y el propio abuelo Mandible, ya con noventa y siete años, viviendo demasiado tiempo en posesión de su fortuna.

Y es la fecha de nacimiento de cada uno de ellos la que va a determinar en mayor medida su reacción ante el infortunio, su capacidad de adaptación, las cosas de las que no pueden prescindir o los derechos que creen tener. En este mundo distópico, el heroísmo no consiste en liderar la supervivencia, sino en aprender a vivir sin papel higiénico. Ese es el verdadero terror, el que nos resulta más cercano y, por eso, más perturbador. Porque la mezquindad que todos los Mandible van mostrando -casi siempre a causa de objetos o cuestiones materiales- es un reflejo de la nuestra, y es imposible no sentirse identificado con esa mujer que no puede ducharse más que con lo que se llama «paseo por la niebla» o con la que ya no puede comprar más aceite de oliva.

A lo largo de toda la novela, Shriver apunta un cambio de vocabulario –guay ahora se dice «natural» y cojonudo ha pasado a ser «malicioso»–  y una presencia cada vez mayor de palabras en español. Ella admite que no hizo mayores innovaciones por no tener que añadir un glosario al final del libro como el de La Naranja Mecánica de Burgess. Los nombres de los hijos de Avery, la hermana acomodada, son Goog y Bing y, por supuesto, México cierra la frontera con una valla en cuanto las cosas van mal en Estados Unidos. Los guiños al presente, obligados en toda novela futurista, hacen su efecto. Es un libro que se lee rápido, aunque no tan vorazmente como otros de Shriver, tal vez por la cantidad de conversaciones sobre economía, muchas veces a tiempo real, que pueden ocupar capítulos enteros. Recomiendo que se trate de salvar ese escollo, porque merece la pena continuar y llegar a regalos como la descripción de un viaje por carretera a través de Estados Unidos en el año 2047. Además, digámoslo sin ambages, es muy divertido. A lo largo de años de penurias, Shriver nunca pierde el humor ni la ironía. Estamos ante una autora carente de sutileza –el famoso lema de «mostrar, no contar» en ella se convierte en «sacudir por las solapas, nunca sugerir»– que busca la incomodidad y a la que se la puede acusar con facilidad de dar demasiadas explicaciones y detalles sobre lo que piensa cada personaje y, sin embargo, acierta. A veces, la leo como un placer culpable. Mucho placer.

Los Mandible. Una familia: 2029 – 2047 (Anagrama, 2017) de Lionel Shriver | 520 páginas | 24,90 € | Traducción de Daniel Najmías

admin

6 comentarios

  1. Bienvenida al club, Carolina. Gran estreno, ¡ahora queremos más!

  2. Enhorabuena, Carolina. Te leeré con ilusión. Te tendré en cuenta, como siempre, y serás una motivación para la lectura. Ya era hora que nos participaras tus lecturas y tu sabiduría. Tienes un seguidor fijo.

  3. Enhorabuena, Carolina. Me encanta tu reseña, que me predispone a la lectura. Se nota tu pasión y tu discernimiento. Un abrazo

    • ¡Enrique! ¡Cuánto tiempo! Aunque veo que te tienen informado. Muchas gracias.

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