JUAN CARLOS SIERRA | Con Media vida, Care Santos (Mataró, 1970) consiguió recientemente el Premio Nadal. Sobre este y otros premios literarios de marcado carácter mediático y popular no vamos a polemizar ahora, porque para eso están los especialistas, los que se han visto involucrados como jurado o en calidad de premiados, los perjudicados y todo el universo de leyendas urbanas que giran alrededor de los laureles literarios. Solo nos permitiremos apuntar una obviedad, a saber: los premios literarios los concede o publica una empresa, cuyo objetivo legítimo y evidente es vender libros -cuantos más mejor- y simultáneamente poner en circulación, por ética profesional y estética, un producto de calidad literaria incuestionable. Lo cierto es que no siempre estas dos condiciones forman la ecuación deseada y más frecuentemente de lo que uno desearía estos galardones se escoran hacia lo crematístico en perjuicio de la excelencia literaria. No obstante estas consideraciones, calidad y potenciales ventas, puede que sí vayan de la mano en la última novela de Care Santos. Y todos tan contentos.
En este sentido, hay que destacar, en primer lugar, el oficio que demuestra la escritora catalana en la composición de una trama que arquitectónicamente posee una llamativa complejidad, pero que, al contrario de lo que cabría suponer, no lastra la lectura. A pesar de los continuos y necesarios saltos en el tiempo que van hilvanando, conectando, argumentando y justificando el desarrollo de la acción en un día concreto de 1981 –el de la boda televisada de los príncipes de Gales–, el trabajo de poda y el pulso narrativo de Care Santos permiten seguir la historia limpiamente y contribuyen a crear en el lector la necesidad de continuar desvelando la trama, es decir, a no soltar la novela con el primer aviso del whatsapp en el móvil. A esto además ayuda una estudiada, calculada y bien definida estructura tripartita que, en un recorrido de menos a más, incide positivamente en ese creciente interés lector. Como último apunte en el aspecto constructivo de la novela, debemos llamar la atención sobre un objeto de apariencia inicialmente anecdótica –que no desvelaremos, para no aguar la fiesta de la lectura de Media vida a quien quiera acercarse a ella–, del que se sirve la autora para dotar a su narración de una estructura circular magníficamente resuelta y que, por consiguiente, con el paso de la historia va a adquirir una entidad determinante cargada de simbolismo en el significado último de la novela.
Estas virtudes apuntadas en propósito del esqueleto constructivo de la novela podrían venirse fácilmente abajo si no se situaran al mismo nivel quienes han de habitarla, es decir, los personajes de la narración. Afortunadamente, la mano y el oficio de Care Santos son capaces de componer más que personajes, personalidades, mujeres de carne y hueso absolutamente creíbles y con las suficientes capas como para no caer en esquematismos simplificadores, a pesar de que en una lectura más o menos apresurada de Media vida pueda parecer que cada una de las cinco protagonistas responde a un modelo arquetípico de mujer. Este peligro lo ha sabido sortear la novelista catalana a través de la propia dinámica narrativa anteriormente analizada y no simplemente por acumulación de información, sino porque gracias a esta se van perfilando poco a poco los personajes, van adquiriendo matices –a veces inesperados–, van mostrando sus contradicciones y todo aquello que las hace humanas más allá del papel y de la ficción.
Mención aparte en la construcción de los personajes principales de esta novela merece el sustrato educativo. Se puede decir que los rasgos de la personalidad de cada una de ellas hay que buscarlos en la infancia y más concretamente en el poso que ha dejado en estas cinco mujeres la educación nacionalcatólica que recibieron allá por los años cincuenta del siglo pasado. De esta manera, Care Santos no solo pretende retratar en su novela a sus cinco protagonistas, sino a toda una generación, las de aquellas que en los ochenta rondaban los cuarenta, eso que se llama la «media vida». Ahora que está tan de moda cuestionar las virtudes de la Transición, la novelista catalana parece aprovechar esta corriente con el objetivo de realizar un análisis sociológico exhaustivo y veraz de las múltiples contradicciones de la mujer madura de los ochenta que el relato oficial ha tratado de sepultar bajo el optimismo forzado del relato oficial de esta época.
Aparte de esto, Media vida trata de centrar la mirada y la reflexión del lector sobre un asunto peliagudo y de difícil manejo, el perdón. Según la nota final de la autora, la perspectiva elegida para plantear este tema procede del filósofo y escritor catalán Joan-Carles Mèlich, responsable de la cita que encabeza la novela y que dice así: “Sólo se puede perdonar lo imperdonable”. El devenir de la obra desarrolla este particular oxímoron, que se cerrará perfectamente en sus últimas páginas, dejando en el lector esa sensación de perplejidad que toda obra literaria que merezca este nombre ha de contener y trasladar. Porque, como dice el aforismo de Benjamín Prado, “Lo que importa de un buen poema es en quién te convierte”; cambiemos aquí «poema» por «novela» o «literatura» en general y entenderemos la relevancia de Media vida para quien se acerque a ella.
Así pues, tenemos entre manos un premio literario de los más famosos, el Nadal, una autora de la casa editorial que lo publica, Care Santos, y una novela, Media vida, que tiene todas las papeletas para que la ecuación de los galardones literarios se cumpla, pues su autora sabe conjugar y equilibrar exigencia literaria y conexión con el público. Y porque además Care Santos sabe que la buena literatura nunca mira por encima del hombro a sus lectores.
Media vida (Destino, 2017) de Care Santos | 411 páginas | 20,50 € | Premio Nadal 2017