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La encarnación del mal

ÁNGEL NÚÑEZ SÁNCHEZ | En El problema del mal, un relato de su libro Elizabeth Costello, aunque el asunto principal de la historia sea el de si se regresa indemne de un viaje al horror, J.M. Coetzee también planteaba —a propósito de la novela Las horas espléndidas del conde Von Stauffenberg, de Paul West— la cuestión de la procedencia de la información de la que se vale el autor y lo que este pone de su propia cosecha, para narrar los hechos más terribles. Se trata de un problema ético. Yo me he formulado esa misma pregunta al inicio de la lectura de esta otra novela que ahora comento: El desafortunado, de Ariel Magnus, una narración sobre la vida del teniente coronel de las SS Adolf Eichmann, asistente el 20 de enero de 1942 a la conferencia de Wannsee en la que se diseñó la Endlösung der Judenfrage, la Solución Final, y uno de sus responsables y ejecutores, durante sus años escondido en Argentina, tras huir de Alemania, antes de su captura por el Mossad en 1960. En un epígrafe final bajo la rúbrica de «Fuentes», Magnus nos ilustra sobre que «esta novela se basa esencialmente en escritos de Adolf Eichmann» y enumera la profusa documentación utilizada en el proceso de escritura. Pero aquello sobre lo que reflexionaba Coetzee —él mismo haciéndolo con la mediación de un personaje de ficción— y que yo me planteaba al empezar a leerla es el asunto de la legitimación del escritor para llenar los huecos metiéndose en lo que habrá sido la cabeza de un monstruo como Eichmann. El propio Magnus parece caer en la cuenta cuando, a través de la voz de su personaje, nos dice que contar la realidad como una ficción obliga a ser preciso y a evitar que aparezcan espacios vacíos o zonas de bruma si no se quiere correr el riego de que se derrumbe el edificio. Cabe señalar que, en ese aspecto, el autor sale airoso del empeño. El empleo de una solo aparentemente aséptica tercera persona contribuye a ello. De este modo, la novela recrea de manera verosímil aquellos años, ofreciendo puntuales y temporáneas informaciones del pasado de Eichmann para conocimiento del lector no avisado, y muestra a la vez de qué forma y en beneficio de qué intereses la Argentina de Perón se convirtió en refugio de tantos criminales de guerra nazis.

De entre la amplia bibliografía sobre el llamado arquitecto del Holocausto, cabe recordar —porque juegan su papel en el origen de esta obra— Eichmann en Jerusalén, el libro que escribió Hanna Arendt tras asistir como corresponsal de la revista The New Yorker, al juicio que el Estado de Israel celebró contra aquel en 1961. En esa obra acuñó Arendt aquella idea que tanta fortuna hizo después acerca de la «banalidad del mal». También el de Harry Mulisch, cuyo título original era Causa criminal 40/61, que fue el número del procedimiento judicial, y que en España se publicó como El juicio a Eichmann, un libro que construía Mulisch con los reportajes que escribió para el semanario que lo destacó al juicio como enviado especial y con el contenido de los diarios que escribió durante aquellos meses, no solo en Jerusalén, sino también en Berlín, Auschwitz o Birkenau. Sin llegar a la altura del de Arendt —que reconoció la influencia de esta obra en su libro y con la que coincide en la caracterización criminal de Eichmann como una especie de desapasionada máquina ejecutora cuyo único móvil era cumplir la orden: «Befehl ist Befehl»—, ese libro, que es igualmente una radiografía del mal, resulta de gran interés porque Mulisch asistió a más sesiones del juicio que Arendt, aunque ninguno de los dos estuvo hasta el final, y porque además de una visión de la dinámica de las sesiones, de las cuestiones jurídicas que se ventilaron y de las estrategias de las partes, ofrece una panorámica de sus protagonistas, de su sentido en el contexto de la guerra fría —el juicio fue sin duda uno de los más significados acontecimientos mediáticos de la segunda mitad del siglo XX— y de las enseñanzas que el mismo ofrece para comprender nuestro presente y, sobre todo, nuestro futuro. De la óbrita de Michael Onfray, El sueño de Eichmann —que no juega aquí ningún papel—, se puede decir que tiene más o menos el mismo interés que el resto de la obra del prolífico Onfray, es decir, poco.

Porque, y retomo la novela de Ariel Magnus, Eichmann no fue un tipo que leyó mal a Kant, lo que en cierto modo sería la tesis de Arendt, ni tampoco alguien que lo leyó demasiado a la letra, que sería la de Onfray. Metiéndose en su cabeza a través de esa tercera persona, el autor nos muestra la complejidad turbia y podrida, aunque no menos lúcida, de la psique de Eichmann, su ausencia de todo sentido de culpa, la gestión de la cotidianeidad con su familia llegada de Alemania, su mujer y sus tres hijos, aunque en Argentina llegará un cuarto inesperado, sus diferentes trabajos, su relación con las redes de apoyo a los nazis huidos. Y traza así—en estampas, más que en un continuum narrativo— un retrato del personaje que resulta veraz y convincente. Tal vez esa sea en este caso la ventaja de la ficción, que permite exponer los hechos sin ningún discurso teórico, o, al menos, sin ninguno otro que el del propio Eichmann, para que seamos los lectores quienes compongamos la opinión.

La novela termina con la captura de Eichmann por un comando del Mossad. Pero ese no es el final del libro, porque entonces aparece la primera persona. En este caso, la voz del propio autor para recapitular sobre realidad y ficción, sobre las razones que lo llevaron a escribir la novela y, en cierto modo, para tratar de dar respuesta a la pregunta, esa que era de verdad la de Coetzee, a la que yo aludía al comienzo de este comentario. Pero, naturalmente, no revelaré tal, porque eso tendrá que descubrirlo quien la lea. Sí diré que merece la pena. El que sí es el final—aquí se menciona, pero no se cuenta— es conocido: al filo de la medianoche del 31 de mayo de 1962, en una prisión en Ramala, Eichmann fue ejecutado en la horca.

El desafortunado (Seix Barral, 2020) |Ariel Magnus | 272 páginas | 19 euros

Ángel Núñez Sánchez (Sevilla, 1965) es Fiscal de la Audiencia Pronvincial de Cádiz y ha sido Asesor del Ministerio de Justicia. Aunque su labor como jurista se ha llevado a cabo en los ámbitos del Urbanismo, Patrimonio Histórico y Medio Ambiente, es un lector voraz de literatura y filosofía desde su adolescencia. En su perfil de Facebook escribe semanalmente reseñas de los libros que lee.

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