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La era de los descubrimientos

Blues de Trafalgar

José Luis Rodríguez del Corral

Siruela, 2012. Colección «Nuevos Tiempos»

ISBN: 978-84-9841-649-7

176 páginas

15,95 €

Premio de Novela Café Gijón 2011

Fran G. Matute

Han pasado veinte años desde la Expo ’92 pero parece que es justo ahora cuando la literatura se ha parado a pensar, por primera vez, qué significó aquello para la sociedad sevillana. Es cierto que la prensa sí se fue encargando, al principio, de ensalzar la capacidad organizativa de una ciudad que, francamente, rozaba el provincianismo en aquel entonces para, posteriormente, desmitificar cuanto se construyó en la Isla de la Cartuja y alrededores, a la vista del legado de pobreza económica y espiritual que nos dejó el evento. También en la calle, entre los corrillos de vecinos, viandantes y parroquianos, se ha debatido largo y tendido sobre el aprovechamiento que se hizo de tantísimos miles de millones de pesetas que se invirtieron a principios de los noventa por la capital. Pero el mundo de la cultura pareció quedarse mudo ante la magnitud de la exposición. Sevilla, capital del mundo. Y ningún artista autóctono fue capaz de sentirse inspirado por la celebración de la era de los descubrimientos, como para retratar el momento.
Será casualidad, quiero pensar, que la generación que más disfrutó de aquel 1992 -estoy pensando en la nacida a principios de los años setenta- esté empezando ahora a coquetear con el momento. Será casualidad que, por ejemplo, Alberto Rodríguez filme una película ambientada en los años de la Expo. Será casualidad que la gente lleve ahora orgullosa camisetas de la mascota Curro, que se venden como artículo ‘cool’ o ‘vintage’. Han tenido que pasar veinte años para que los verdaderos protagonistas de aquel ‘boom’ digirieran lo ocurrido y se atrevieran a contarlo. Veinte años para poder verbalizar, sin miedo a represalias, que el verdadero descubrimiento que se celebró en aquella época fue el de la corrupción. Y que por un año de celebridad se hipotecaron miles de vidas a costa de unos pocos que se llenaron rápidamente y sin esfuerzo los bolsillos y que hoy día ocupan los asientos del poder.
De esto va, en esencia, Blues de Trafalgar de José Luis Rodríguez del Corral. Una novela corta, con vocación de ‘thriller’, que pone sobre la mesa, de forma bastante esquemática -todo sea dicho- pero con tino, cada uno de los escalones de putrefacción que se construyeron en Sevilla tras la Exposición Universal. Desde el arquitecto que se hizo de oro gracias a la «modernización» estilística de la ciudad, pasando por el periodista que alcanzó el monopolio audiovisual de cuanto se quiso rodar y emitir por aquel entonces, terminando en el político que supo comprar amistades en el momento idóneo y que se perpetúa en el poder gracias al tráfico de favores e influencias. Sin citar nombres o apellidos -o al menos no reales- no resulta muy difícil identificar a estos personajes con individuos de carne y hueso, si se conocen bien los entresijos mediáticos de Sevilla. Pero ya se sabe que es de mala educación señalar.
Así que lo más destacable de esta obra de Rodríguez del Corral es su atrevimiento a la hora de abordar una temática tan delicada y sobre la que nadie había osado -al menos que yo sea consciente- atacar de forma tan directa. Sí. José Luis lo afirma sin contemplaciones. La generación que construyó la Expo -la del propio autor- se acomodó ante los cánticos de sirena provenientes del poder y del dinero y perdió toda su vocación revolucionaria, que tanto le costó alcanzar.

Pero si bien hemos empatizado con la línea temática planteada por Blues de Trafalgar, curiosamente inspirada en hechos reales, nos ha costado encontrar la misma sintonía con ciertas asunciones estilísticas tomadas por el autor y que, en demasiadas ocasiones, han terminado por enturbiar el resultado final de la obra literaria. A nuestro juicio, la prosa que gasta Rodríguez del Corral en Blues de Trafalgar para contar esta narración sobre la corrupción del alma nos ha parecido bastante plana. No quiere esto decir que el autor escriba mal. No seré yo además el que insinúe tal cosa. De hecho existen pasajes de cierto lirismo, como los dedicados al viento de levante gaditano. Pero acostumbrado -o, mejor dicho, decantado por- a la escritura musculosa, la lectura de muchos párrafos de esta novela se nos han caído, literalmente, de las manos. Si a eso añadimos el tono moralista que contiene la historia del protagonista y algún que otro truquillo narrativo que Rodríguez del Corral se saca de la manga para atar su intrahistoria (esas casualidades del destino tan hollywoodienses, esa historia de amor tan forzada, ese ‘twist’ final sobre las verdaderas intenciones de la víctima…), la verdad es que el conjunto de todos estos elementos hacen que el relato, en ocasiones, se hunda en su propia simpleza.

Pero Blues de Trafalgar, a pesar de sus flaquezas, se nos ha presentado como un texto lleno de complicidades. Las playas de Cádiz, los barrios de Sevilla, los jardínes de Londres. Estos son los escenarios que utiliza Rodríguez del Corral para situar esta historia y todos ellos nos han resultado afines de un modo personalísimo. Por no hablar de cierta relación personal indirecta con el autor (motivo principal por el que nos hemos decidido a leer esta novela, la verdad sea dicha), cuyas conexiones no desvelaremos para evitar posibles intoxicaciones en un conocido gallinero de la ciudad. Quiero resaltar con lo anterior que muchas veces son otros elementos los que nos tienen que llevar a leer un libro, más allá de su pretendida calidad literaria. Pues Blues de Trafalgar es una obra que, seguramente, era necesario escribirla, sobre todo por la interesante exposición que hace de las ramificaciones sobre la corrupción post-Expo, como indicábamos con anterioridad. Todo ello con independencia de que nos hubiera gustado que se contara de otra forma más atrevida, literariamente hablando.

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