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La felicidad de las pequeñas cosas

fabrica

EDUARDO CRUZ ACILLONA | Conocimos a David Monteagudo allá por 2009, el día que presentó (y deslumbró con) su novela Fin con la editorial Acantilado. Entonces supimos que era un gallego residente en Cataluña y que trabajaba en una fábrica de Villafranca del Penedés. Aunque llevaba años escribiendo con regularidad y profusión, nadie supo nada de él, literariamente hablando, hasta ese día. Contaba entonces con 47 años.

El éxito de su primera novela fue arrollador, tanto en críticas como en número de ediciones publicadas, llegando a ser llevada al cine pocos años después. Monteagudo siguió escribiendo con la misma regularidad y profusión que hasta entonces y siguió publicando novelas. Hasta que llegó un momento en que miró hacia delante, hizo números y decidió que era el momento, que ya sí podía vivir para, por y de la literatura. Fue entonces cuando dejó la fábrica.

En Hoy he dejado la fábrica, el autor nos cuenta, en breves relatos de apenas dos páginas, su nueva vida, haciendo los mismos trayectos en bicicleta al amanecer que hacía antes pero sin detenerse para girar y entrar a la fábrica, ese “monstruo” que sigue engullendo a los que hasta hace poco fueron sus compañeros. Viendo con otros ojos la ciudad que despierta, atravesando el mismo paisaje de todos los días pero respirándolo de diferente manera, como si alguien le hubiese aplicado por la noche una nueva capa de barniz y resultara más brillante, más alegre, nuevo, por estrenar.

El autor, sin concesiones a la épica de la superación personal ni a la autocomplacencia, viene a definirse como “cincuentón calvo, bajito, más bien rechoncho”. Definición clara, sin tapujos, con la naturalidad de quien sabe que ya no tiene nada que perder y que da la medida de lo que el lector va a encontrarse en esta especie de desordenado diario sentimental.

En los relatos que componen este original libro, podemos seguir disfrutando del elegante estilo de sus anteriores publicaciones y nos dejamos llevar por la mirada de un hombre feliz. Así, predomina la descripción de situaciones cotidianas, de personajes singulares, valga la redundancia, como si de un álbum de fotos del día a día se tratara. Lo mismo describe y elucubra sobre el destino de un aristócrata al que hace ya tiempo que no ve en sus paisajes habituales, que presta atención a un coche mal aparcado. En otras ocasiones, gira el objetivo de la cámara y se hace un selfie o rebusca en su interior todo lo que anhela para acabar sintetizándolo y traduciéndolo al lenguaje cotidiano en tres páginas, finalizando de la mejor de las maneras posibles:

“Y cuando llegue el día del último viaje, y todas esas cosas que ya os imagináis, quiero partir ligero, morirme de alquiler, como siempre he vivido, sin capital, sin patrimonio, y sin haber ido nunca al notario”.

O mira hacia atrás, hacia ese territorio cambiante que es la infancia, donde los amigos marcan las fronteras y las aventuras ocurren allí donde uno desea comprometer su imaginación. Los padres, la lucha diaria de la existencia, el pueblo de los abuelos, o la verbena, que ponía música de fondo al primer beso con una chica.

Y la muerte de la madre, “el cuerpo que habitaba una persona enorme, superlativa, y lo deja convertido en un recipiente vacío y arrugado, pequeño, pálido e insignificante”.

También tienen cabida en el libro las pesadillas, esos “fantasmas ominosos que guarda nuestro inconsciente bajo las capas sucesivas de control y normalidad”. Y la preocupación por los hijos: la fragilidad ante su enfermedad, la impotencia ante el día que se marcharán a descubrir su propia vida, etc…

Incluso llega a describir la felicidad en un texto donde no existe la responsabilidad, el deber, la obligación… Tan sólo el dejarse llevar por el adormecimiento después de una sabrosa comida, entre mullidos almohadones, en un sofá frente a una tele en la que sus pequeños sobrinos ven dibujos animados. La felicidad, en suma, de las pequeñas cosas. Una felicidad contagiosa que uno descubre cuando cierra el libro, se mira en el espejo y descubre una sonrisa que le favorece enormemente.

Hoy he dejado la fábrica (Ed. Rata, 2018) | David Monteagudo |  176 pags. | 18€

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