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La fiera de mi niña

176FRAN G. MATUTE | Afirmar que uno de los grandes aciertos de Estado de gracia (1973) es, por extraño que parezca, lo difícil que resulta escribir sobre ella puede sonar a dejación de funciones por parte del crítico, sobre todo si se tiene en cuenta que no estamos ni mucho menos ante una obra de corte experimental. Debe entonces matizarse que la dificultad radica no ya en las posibilidades de análisis sino en la capacidad del aquí firmante para expresar las sutilezas que contiene este enorme texto de prosa sugestiva, vaporosa, casi poética, que sorprende más si cabe cuando se toma conciencia de que se trata de un debut, escrito por Joy Williams (Chelmsford, Massachusetts, 1944) a la temprana edad de veintinueve años.

Se tiende a destacar en prensa que esta novela quedó finalista del National Book Award el año que lo ganó Thomas Pynchon con El arco iris de gravedad, pero no termina uno bien de entender lo que se pretende insinuar con lo anterior. Acaso que de no haber coincidido con Pynchon Williams hubiera sido la justa ganadora; o quizás se esté sugiriendo, directamente, que el premio debería haberse otorgado a este Estado de gracia. Sea cual sea el debate, ridículo a todas luces, sí que el dato manda un mensaje importante: no se comprende cómo esta obra no había aparecido antes en el mercado español. Hace un par de años Joy Williams se estrenó en nuestro país con la publicación de Los vivos y los muertos (2000), su última novela hasta la fecha, y ahora por fin se puede acceder a su primera.

Llama la atención en Estado de gracia su estructura, que responde a la de un tríptico, como si fuera uno de esos cuadros con motivos religiosos, no siendo para nada casual esta imagen pues, gracias al uso de la primera persona, la narración presenta cierta vocación confesional en sus partes primera y última. En su parte central, la novela se compone de una serie de pequeñas estampas, algo así como teselas narrativas, que ayudan a dibujar el pasado de una joven embarazada con una turbia historia a sus espaldas.

Hay algo en ella que renquea, algo oscuro. La rodea un aire de crimen santificado, de sagrada meretriz. (…) La rodea el sufrimiento, aunque no parece darse cuenta. (…) Es como si estuviera viviendo algo que no forma parte de su vida”, escribe Williams sobre el estado perpetuo de ensoñación (o desencanto, o apatía) en el que parece vivir la chica. Y a medida que avanzamos por la bruma que conforman las palabras, se irán desvelando los detalles de una infancia aislada, asfixiante, rodeada de fanáticos: un padre rígido, de fuertes convicciones religiosas, con el que mantiene una relación de aparente cordialidad pero en el fondo sofocante; y una madre ausente, que presenta una compleja relación con la maternidad, siendo este quizás el gran tema sobre el que pivota Estado de gracia.

Hay en esta novela numerosas aproximaciones a la cuestión, numerosas reflexiones sobre la extrañeza que supone en sí mismo llevar dentro una vida, sobre la supuesta obligatoriedad de querer al hijo, todas expuestas con una sutileza inusitada. Que la historia transcurra en el sur de los Estados Unidos a principios de la década de 1970 invita también a que dichas reflexiones puedan interpretarse como un signo de los tiempos, que por entonces vivía los últimos coletazos de la contracultura.

Podría argumentarse que, precisamente por ese afán de empatizar con el momento, la trama en Estado de gracia resbala, cuando no se vuelve incluso predecible: debe reconocerse que la historia relativa al chico de color, que pretende incorporar una lectura crítica sobre el racismo, no encaja bien en el conjunto; del mismo modo que la anécdota con el leopardo termina resultando un tanto extravagante, por más que sirva de perfecta metáfora para lo que en el fondo quiere contar esta novela.

Con todo, nada de lo dicho resta personalidad a la escritura de Joy Williams, aquí ya tan madura. Sirvan entonces estos pequeños descuidos de principiante para aplicar algo de mesura al juicio, y así no tener que ir por ahí diciendo que Estado de gracia es una de las grandes novelas norteamericanas del período. [Publicado en El Cultural]

Estado de gracia (Alpha Decay, 2015), de Joy Williams | 253 páginas | 22,90 € | Traducción de Albert Fuentes

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