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La gota de sudor que abre hueso en un alma

JABO H. PIZARROSO | ¿Qué endemoniada sombra lechosa en los ojos mora y se posa, de aquellos o aquellas que no atinaron a ver ni en pintura y que poco apreciaron nunca como es debido a la bella Maritornes?

¿Acaso les faltare a estos y aquestas, a todas, a todos y a todes en perpetua orgía, para el goce mayúsculo, un supremo conocimiento despótico y atávico desde la escucha del Magnificat de Johannes Sebastian Bach, acaso es necesario un musicam audio ergo sum?

¿Y si el que nos anuncia esto y otras muchas más cosas nos dice con un contrito pulso de alma y espíritu que pone a veces luna en su risa y que en cada noche de morir le salva un recuerdo?

Este poeta se llama Jesús Cotta. Los poetas apenas se notan cuando prevalecen y el tiempo con ellos actúa como un auctoritas incólume. Les apresa el futuro en la cárcel del tiempo y los escupe a una playa solitaria en una isla desierta que se poblará alguna vez cuando los recursos de combustibles fósiles se agoten. Cotta es mucho Cotta, apellido-palabro que en italiano quiere decir cocido, hecho, macerado, a punto de boca. Porque la más alta locura de la palabra es la poesía y cuando está en su punto, bien cocida o frita, a punto de alma, tiene el don de servir al cuerpo y al espíritu como una vitamina o quizá tal que un oligoelemento que nos escuda contra la adversidad. Ya sabemos lo que dijo Pavese, un suicida fantástico, o quizá fático, o puede que ártico, esto es: la literatura es la defensa contra las ofensas de la vida.

Manejón dactílico como algunos, no tantos, ni muchos tampoco, del octosílabo que chupa la décima o la espinela y la deja al borde de la senda, recóndito en su fiero y tierno labrado terráqueo de los endecasílabos con pies quebrados desde los que el ser que a besos se celebra/ es simpatía, numismático en su musicalidad íntima y pequeña, irreconocible siempre en su perpetuo socorro callado, penetrador de la realidad sin pausa pero con alegría de sobra y migas de pan en la mesa tras cada escritura de un poema, y tras cada comida fraterna, algo que en el fondo es poesía libre.

Celebro con la gran daga generosa, límpida y afilada de mi palabra, los versos de Jesús Cotta en estos Gorriones de acera. Y no me resisto. Porque digo, apunto, anoto, resalto, subrayo, sombreo, lapiceo y reescribo que nada ni nadie sabe que me pasa, porque lloro por las noches luna adentro. Puede que en este poeta Cotta encallado se quedare entre las cuadernas de su cuerpo, o los costillares tal vez, un tal Miguel Hernández, aquel que hablaba desde la sangre de la cebolla y desde su amamantar dentellado.

Lo auténtico no tiene que ver nada con lo nuevo. Lo auténtico se preña o se clona de lo original, como una oveja Dolly poética. No sabemos de qué óvulos salen las palabras desde las que algunos poetas nos reclaman contra, para, por, según, ante, bajo, desde, en el mundo. La realidad no existe, pero a veces alguien la posa en el agua como una mano que se introduce en la calma de un pantano, y en ocasiones, ese alguien se llama Jesús Cotta y por las noches escribe versos que tardarán en un tiempo en llamarse Gorriones de acera.

Gorriones de acera (Pre-textos, 2022) | Jesús Cotta | 17 euros | 72 páginas |XXXV Premio Internacional de Poesía Antonio Oliver Belmás

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