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La hermandad de la pérdida

Lagotacontralaprimavera

 

La gota contra la primavera

Mario de los Santos

Edhasa, 2014. Colección «Tusitala»

ISBN:  978-84-350-1230-0

160 páginas

12 €

 

 

Daniel Ruiz García

La gota contra la primavera –título que alude a un verso de Alfonsina Storni– es una novela de perdedores, narrada por un personaje que se sabe perdedor en medio de unas circunstancias de pérdida que le dan el tono al relato. Mario de los Santos arriesga con la voz narrativa, que apela siempre a una segunda persona, la mujer ya fallecida del protagonista, a quien habla en un tono confesional con ecos de género epistolar, y siempre desde la nostalgia, desde la asunción de la pérdida de lo vivido y desde el recuerdo de unos tiempos que, a pesar de lo aciago, por formar parte del pasado fueron infinitamente mejores. Arriesga pero gana, gracias a la brevedad del relato (sospecho que en una narración más extensa esa recurrente apelación a la segunda persona podría haber resultado cansina) y a la intensidad de la trama, que está conducida con bastante nervio y una economía expresiva muy eficaz.

Decía que es una novela de perdedores porque la historia está trufada de pérdidas. La primera tiene que ver con la Campal, el enfrentamiento de fútbol entre dos pueblos rivales (Serín y Togur) en el año 82, coincidiendo con la celebración del Mundial en España, que acabó convirtiéndose en un enfrentamiento entre la sociedad civil (los vecinos de ambos pueblos) y la autoridad (la guardia civil). Se trata de una historia coral, con un planteamiento diría que casi arquetípico, una suerte de fábula en la que los perdedores se unen frente al opresor haciéndose fuertes gracias al coraje y la capacidad de solidaridad (esta historia me ha recordado mucho a La estrategia del Caracol). La historia le sirve a Mario de los Santos para mostrar las heridas abiertas por la guerra civil entre muchos pueblos divididos aún entre vencedores y vencidos a comienzos de los años 80, y especialmente para demostrar que, al final, los vencidos son y serán siempre los mismos.

En esa primera historia surge el germen de la segunda: la relación entre Manuel, el protagonista, y su pareja, a quien se dirige durante todo el libro y a la que conoció durante el encierro en el campo de fútbol, siendo los dos unos niños. Es una historia narrada con sensibilidad y con vocación poética, que sirve como eficaz contrapunto a la narración más coral y épica de la Campal, y que es también una historia de pérdida: la pérdida provocada por el desamor y la propia pérdida derivada de la muerte de la pareja.

En medio de esta historia, surge un poderoso personaje, que es el hermano mayor del protagonista, el arquetípico “Chico de la Moto” de la mítica película de Coppola: futbolista admirado en el pueblo, que alcanza la gloria de debutar en Primera División, pero a quien se le atraganta la digestión del éxito por el peligroso camino de los 80 de la Movida y la heroína. Este personaje se cruzará también en la relación entre Manuel y su novia, dando pie a una traición de la que el protagonista, ya anciano, no ha logrado reponerse todavía. Los pasajes en los que se recorren, como sin quererlo, las aristas de esta traición son para mí, por intensos, evocadores y poéticos, los mejores de todo el libro. Es como si uno escuchara la dolorosa letra del Famous Blue Raincoat de Leonard Cohen filtrándose entre los párrafos: hay momentos en que las palabras arañan.

En todo caso, a pesar de la asunción de la pérdida, a pesar de que la mayor parte de los personajes, comenzando por el propio narrador, se saben perdedores, no es una novela aciaga, ni siquiera amarga. Es justamente lo contrario: a pesar de la nostalgia, a pesar de reconocer el dolor de cada golpe, la novela rezuma esperanza, amor por la vida, hermandad. La hermandad resistente, orgullosa, valiente, de los que viven resignados a perder.

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