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La lengua como reivindicación social

REYES GARCÍA-DONCEL | Los autores no han muerto, por el contrario gozan de mejor salud que nunca. Si hasta hace unos años la utilización de material autobiográfico se consideraba un recurso fácil, y por tanto poco valorado pues solo era memorable la imaginación y lo ficticio, actualmente el ejercicio de observar la vida, la intimidad más descarnada del otro, se ha desprendido del pudor a las miradas indiscretas y es reclamado de forma contundente por los lectores. El autor es el protagonista, y la autoficción (término que la autora que nos ocupa en esta reseña no asume), el género que ha conseguido el último Nobel de Literatura (aunque anteriores autores premiados no queden lejos de él).

Annie Ernaux nació en 1940 en el seno de una familia obrera, circunstancia muy importante que condicionará su vida y vertebrará su obra. En sus primeras novelas —desde Los armarios vacíos (1974) hasta La mujer helada (1981) —, aunque narra hechos de su vida, evita la primera persona y utiliza un alter ego. Pero es en 1983, precisamente con El lugar, cuando se produce un punto de inflexión en su obra literaria que la instala en la primera persona. En esta novela reconstruye la difícil relación con su padre, describe su modo de actuar, su carácter y sobre todo su conciencia de inferioridad social. El lugar no es solo una localización física, sino también el lugar social y el determinismo al que están abocados.

La novela comienza con la muerte y funeral de su padre, y a partir de ahí se suceden los recuerdos: la vida de sus abuelos y la infancia de sus progenitores: «El panorama de mi padre era la Edad Media», hasta explicar su propia historia: el colegio católico de monjas donde estudió, el instituto, las amigas que tenían casas con sofás de terciopelo (toda su inferioridad focalizada en un objeto), su trabajo como profesora, su matrimonio…  en un ascenso cultural y social que la separa cada vez más de sus orígenes. El patois en que se expresa el padre contrasta con el vocabulario culto que ella va adquiriendo y es foco de desgarro familiar: «Todo lo que tiene que ver con el lenguaje es, en mi recuerdo, motivo de resentimientos y de discusiones dolorosas, mucho más que lo relacionado con el dinero». Pues él focaliza toda su vergüenza en el uso de la lengua, que se convierte en el vehículo para mostrar la clase social.

En la obra El lugar no solo hay un cambio en el punto de vista del narrador, Annie Ernaux se inicia con este libro en la escritura blanca o plana — término acuñado por Roland Barthes en En el grado cero de la escritura—, una escritura neutra, sin ornamentos. También calificada como inocente, adjetivo con el que no estoy de acuerdo pues puede ser muy punzante, hasta hiriente, además de tener un objetivo claro: es la forma de reconciliarse con su pasado, de reivindicar el modo de vida de sus padres, de aproximarse a ellos e incluso de solicitar perdón por haberse desclasado: «Quizás él hubiera preferido otra hija», llega a decir. La autora se sitúa fuera del lenguaje de la clase dominante: «Escribir de una forma llana es lo que me resulta natural». El valor social de la escritura es patente, muchas frases y palabras permanecen en cursiva y ella misma explica los motivos: «…en este empeño de mantenerme lo más cerca de las palabras y las frases oídas, resaltándolas a veces con cursiva», «…esas palabras y esas frases dibujan los límites y el color del mundo, donde vivió mi padre, donde también viví yo». De la misma manera, la novela no está estructurada en capítulos formales sino que son párrafos independientes, donde prevalecen las frases cortas, los enunciados directos, como titulares, algunos como disparos por su agresividad: «Las fotos se hacían siempre los domingos, había más tiempo e íbamos todos mejor vestidos (…) En ninguna foto ríe» (su padre), y frases lapidarias con la que los termina.

Annie Ernaux utiliza su vida como material de escritura pero es reacia a la denominación autoficción, prefiere llamarlo autosociobiografía, pues hay una visión sociológica, una voluntad social en su escritura biográfica. Sus recuerdos son los de una generación y una clase, de lo individual trasciende a lo colectivo: «Hablo a menudo en plural porque durante mucho tiempo también yo pensaba así y no sé cuándo dejé de hacerlo», por lo que ella a veces denomina su escritura como etnotextos. En El lugar abundan las reflexiones sobre el trabajo de escritora, y un cuestionamiento de su función social que justifica: «Al escribir se estrecha el camino entre dignificar un modo de vida considerado inferior y denunciar la alineación que conlleva»; y de la importancia de recuperar sus experiencias más íntimas, dando la impresión de balancearse de un extremo a otro de esta aparente contradicción.

Puede que la lectura de esta novela no produzca placer estético, aunque tiene frases de lirismo contenido: «El eterno ciclo de las estaciones, las alegrías sencillas y el silencio de los campos…», «… los claros ladridos de los perros en noviembre», pero desde luego emociona. Emociona su catarsis ante el cadáver del padre, que con la utilización del lenguaje plano y neutro materializa, casi de forma científica; emociona su necesidad de encontrar ese lugar perdido: «Mi universo se había trastocado»; sus recuerdos de la niñez, en los que se va forjando el desclasamiento que ella vive ahora como una traición; la necesidad de escribir para conjurarla: «Yo acabo de sacar a la luz el legado que tuve que deponer en el umbral al entrar en el mundo burgués y cultivado»; y por supuesto tiene la capacidad de la buena literatura de levantar lo oscuro que subyace en las escenas cotidianas que se muestran.

Annie Ernaux es la primera mujer francesa en recibir el premio Nobel de Literatura y la decimoséptima mujer en ganarlo. Si son más auténticos los libros factuales que los de ficción, o solo mediante la ficción podemos acercarnos a la realidad, no le corresponde a esta reseña debatirlo. Lo cierto es que en sus confesiones, llenas de crudeza y a la vez de lirismo, de coraje emocional y de agudeza psicológica, resuenan las de alguien muy cercano, podrían ser las propias. Su imagen es un espejo donde te reflejas. La escritura abstracta no interesa, importa quién la escribe.

El lugar (Tusquets, 2022) | Annie Ernaux | 102 páginas | 16,15 euros

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