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La literatura como un látigo

JOSE TORRES | La literatura latinoamericana goza de una salud extraordinaria, a juzgar por las potentes voces que inundan las librerías españolas. Que el tiempo pondrá a cada cual en su lugar y distinguirá el grano de la paja, es algo de lo que no tenemos ninguna duda. Pero de entre esa paja, sobrevivirá un buen puñado de buenos libros, como, creemos, será el caso de Quebrada, de la escritora argentina Mariana Travacio.

Lo que define esta breve pero admirablemente construida novela es la sencillez y economía de medios con los que la autora construye la acción y los personajes. Desde las primeras páginas, el lector queda avisado de que no tendrá demasiados asideros en los que apoyarse en la lectura. Como el paisaje en el que se desarrolla la acción (un lugar desolado a todo lo que alcanza la vista, en el que los personajes se sienten continuamente aplastados por la aridez y la desesperanza), la concisión, la parquedad en el uso del lenguaje y un continuo desasosiego que acompañará el paso de las páginas.

He aquí a Lina, una mujer de un país indeterminado, de cualquier país latinoamericano, que un día decide acabar con su miserable forma de vida y partir en un incierto viaje en busca del agua, que aquí, anticipando futuros que parecen cercanos pero que para nada queremos, se convierte en una promesa de tardía esperanza para la aguerrida protagonista. Emprende así un penoso pero voluntarioso periplo, en el que irá encontrando otros como ella, habitantes de ese mundo desolado, pero que, o bien nunca llegaron o ya están de vuelta de ese paraíso que promete el agua y que ya comprobaron en sus propias carnes que, como decía el poeta, Ítaca  habita en uno mismo y ni el más esplendoroso decorado puede cambiar eso. También su viaje, es una promesa de reencuentro con un hijo que ya partió tiempo atrás en busca de un futuro mejor y de la codiciada agua.

En el libro, además de este formidable personaje, aparecen otros de no menos enjundia y magnetismo. Sirva de ejemplo el compañero de la protagonista, Relicario,  que reniega del viaje de ella en un primer momento, pero al que, al cabo, aplasta la desolación del paisaje y la soledad lacerante de ya sentirse completamente solo entre la piedras afiladas y estériles.  Su camino también en busca de ella, cargado con la sola compañía de un burro que carga los ataúdes de sus progenitores, “porque a los muertos no se les abandona”, es otro de los grandes momentos de la novela.

Y llegará a ese edén, a ese mundo donde el agua abunda y determina la vida y la locura de los habitantes. Encontrará un lugar donde la opresión se sufre de puertas para adentro. Donde el ruido de demasiadas voces ( en contraste con el silencio del lugar que abandonó ) puede turbar y llevar al desvarío más absoluto. Donde la finca en la que trabajará y sus habitantes son demasiados y excesivos, “es demasiado grande el lugar y es demasiado la gente y es demasiado todo”. Donde el patrón, su esposa que sobrevive en una duermevela frenética y sus hijos se distinguen entre ellos mismos entre cuerdos y locos.

Y encontrará al hijo perdido, el Tala, que también carga con sus propias y duras alforjas repletas de generosas raciones de infortunio. Y tú, querido lector o lectora, llegarás a la última página con el corazón y el índice en un puño, rogando por que la fatalidad, que ha acompañado tu lectura durante toda la novela, no se cebe en demasía con estos inolvidables personajes.

Quebrada (Editorial Las Afueras, 2022) |Mariana Travacio | 166 páginas |16,95 €

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