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La luz a pesar del destierro

JESÚS COTTA | Es imposible no reseñar este libro de José Julio Cabanillas. Aquí hay poesía de la buena. Palabra de poeta. No me va a detener ni el hecho de que soy amigo suyo ni la coincidencia de haber publicado en la misma editorial. Más que esos dos reparos pesaría sobre mi conciencia la vergüenza de no haber proclamado que nos encontramos ante una auténtica joya literaria. Y voy a intentar explicar por qué.

La poesía de José Julio Cabanillas parece que ocurre en un presente que puede ser también el primer día de la creación o el último, es decir, transcurre en un cruce de tiempos donde no existe la fugacidad, donde lo efímero es sustituido por lo definitivo, donde lo aparentemente ramplón resulta redescubierto por una luz inminente.

Y los poemas de este libro parecen escritos bajo un rapto del cielo, en un momento de extraordinaria lucidez, algunos al amanecer y otros de madrugada, por un escritor cuya mano tiembla al escribir lo que tiene que decir, porque no está diciendo cualquier cosa, sino precisamente aquello inefable que debe ser dicho. Aquí, objetos, situaciones y personajes adquieren, desde el primer verso, un carácter simbólico o místico, pero sin perder ni un ápice de su contundente presencia concreta e irrepetible. En uno de sus poemas más impresionantes, un perro afónico, sediento y atado a un árbol, un perro que cualquiera puede acariciar para aliviar su miseria, es portador del misterio cósmico del dolor inherente a la existencia. Como este perro, todos los demás personajes de este libro se nos ponen ante los ojos y los oídos con sus nítidos rasgos bajo el sol que a todos nos alumbra, tal como ocurre en Homero, pero a la vez nos toman por los hombros y nos asoman a un abismo, como ocurre en “Cuervo”, o a un horizonte abierto a la esperanza definitiva, como ocurre en “Un balón”, uno de los dos sonetos del libro.

La honda desazón íntima en que a veces uno consiste y de la que solo un amor incondicional y superior a todos los poderes de la tierra nos podría salvar no se puede expresar en tan pocas palabras y mejor que en este poema magistral.

UN GRAJO

Grazna un grajo.

Es un grumo de noche,

un esputo de sombra,

un rejalgar de barro.

No tiene quien lo lave.

No tengo quien me lave,

más que el agua caliente de unas lágrimas

que brotan de tus ojos, madre mía.

Abundan los poemas totalmente levantados, a pesar de tener los pies en el suelo, como “Ocho de la mañana”, que es un prodigio de sencillez y transparencia, y “Los muertos”, donde no se puede decir mejor lo que no hay manera de decir.

Quizá sea este otro gran mérito del libro: expresar con imágenes y sugerencias abiertas unas hondas vivencias hondas e íntimas intuiciones que, si fueran descritas o presentadas como reflexiones, se desharían en silogismos desmayados y perderían este tremendo poder que tienen para interpelarnos. Un ejemplo de ello es “Mar de noviembre”, un poema en dos partes, la segunda de las cuales nos encara ante un panorama existencial oscuro y arrollador: la posibilidad de que todo lo que nos ha originado y nos aguarda al final no sea sino una realidad bruta que ni nos conoce y que arramblará con nosotros sin darse cuenta y, al final, acabaremos siendo como ella, es decir, acabaremos no siendo, por más almenas y torres que alcemos contra ello. Pero esta es solo una de las interpretaciones del poema, que, como casi todos los del libro, está abierto a muchos significados.

Uno de los poemas más representativos de Esos tus ojos es “Dama de noche”, donde el mismo jardín donde todo transcurre se nos presenta en dos perspectivas espaciales (desde dentro y desde fuera) y en dos planos temporales (en la niñez y en el momento presente). En ese poema se nos regala, además de un vívido recuerdo infantil, una bella plegaria en la oscuridad, con versos que no solo cautivan la sensibilidad sino que tocan el corazón. En ese jardín, las hojas, al caer, “sonaban/ como a pasos muy tristes de muertos que se acercan/ con grandes ramos blancos, olvidados de todo”. Con versos como esos, la lectura del libro se hace con los pies en el suelo y el alma en lo alto. “La vejez nos escarcha/ y nos hizo de nieve al pie de tu portal”, nos dice en “Venite, adoremus”, un villancico que se puede leer en cualquier época del año, en cualquier año de cualquier época, porque no consta de versos para unos días, sino de una teofanía para siempre.

Para los poetas que somos demasiado lógicos o que nos esforzamos demasiado por ser entendidos, para todos los poetas más siervos que señores de la métrica, o para aquellos que sean demasiado oscuros y ajenos a la áurea tradición literaria española, José Julio Cabanillas es un poeta con el que se puede aprender mucho de lo que es la alta poesía; esa altura no estriba en estar al alcance de pocos, sino en todo lo contrario: en haber escalado los cielos para traerlos aquí con las palabras más hermosas y naturales de la tierra. Son los suyos unos versos muy terrestres con simiente celeste. Es maestro también porque no incurre en explicaciones y descripciones, tan ajenas a la poesía, pero tampoco en mensajes crípticos. Sus intuiciones, sus imágenes y su intimismo atemporal, realista y visionario a la par, ofrecen muchísimas claves sobre este ministerio sagrado de la poesía.

El poema final del espantapájaros resulta de una naturalidad y profundidad sobrecogedoras; seguramente habrá tantas interpretaciones del poema como lectores hay, pero, seguramente también, todas ellas coincidirán en afirmar que el poema nos transmite con imágenes triviales y aparentemente insignificantes cosas vertiginosamente grandes. En mi interpretación, cada hombre es un espantapájaros asustado de lo fácilmente que lo abaten las contingencias del mundo, pero, lo que son las cosas, ese vendaval que arrastra al espantapájaros es a la vez el que lo levanta del suelo y lo salva del polvo, de convertirse en paja deshecha. Lo que aparentemente nos destruye es lo mismo que lo que luego nos salva.

Me quedo con ese mensaje final del espantapájaros mientras es arrebatado como Elías a las alturas y me promete no un mundo de esencias puras, sino que me dice, saludándome con las manos y mientras el viento se lo lleva como a una cometa: “Qué a gusto pasearemos los dos por esos campos”.

Lo dicho: poesía de la buena, la que cautiva los sentidos y además alumbra nuestras andanzas por la tierra. Bendita sea.

Esos tus ojos (Editorial Númenor, Cuadernos de poesía, 2023) | José Julio Cabanillas | 80 páginas |14,25 euros

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