![](http://www.criticoestado.es/wp-content/uploads/2024/12/PortadaEmpleados-652x1024.jpeg)
En el programa, bajo mi interfaz hay todavía otra interfaz, que también soy yo, y bajo ella aún otra más, y así sucesivamente en una cadena de programación automática. No soy más que un momento de oscuridad que se sitúa delante de un sol naciente. La estrella envía sus rayos a través de los canales que hay en mí, por donde el programa ha de correr como la luz.
CAROLINA EXTREMERA | En verano asistí a una exposición de Pierre Huyghe en la galería de la Punta della Dogana de Venecia que se llamaba “Liminal”. Las piezas de la exposición eran de diversos formatos y materiales aunque todas querían dirigir nuestra atención hacia una zona familiar que se ha vuelto extraña, como una idea que se percibe por el rabillo del ojo y no está del todo en nuestro terreno pero tampoco del todo fuera de él. Una de ellas, titulada Camata, consistía en una instalación de vídeo en la que un extraño robot analiza huesos humanos. El robot se mueve muy lentamente y el paisaje que lo rodea es desértico, casi extraterrestre, de forma que el espectador no tiene claro si estamos en La Tierra analizando los restos de los últimos Homo Sapiens o si se trata del cadáver de un humano que, intentando explorar otro planeta, ha fallecido en el intento. De alguna manera, yo percibí un profundo respeto por parte del robot hacia el esqueleto aunque, por supuesto, solo fue mi impresión y nada en la grabación o en la música transmitía esa misma sensación a los demás.
Este tipo de obra de arte, donde percibimos la esencia de una historia que se nos da incompleta y que nuestro cerebro no puede completar del todo por muchos datos que se nos ofrezcan, es mi absoluta debilidad. Si además tiene tintes futuristas o, mejor aún, pistas de que incluso ese futuro que imaginamos tan lejano es ya un pasado, entonces la pieza me tiene totalmente a su favor. Esa es la razón de que haya leído Los empleados de Olga Ravn dos veces.
Lo primero que encontramos en este libro es que no está narrado de forma lineal. Se presenta como una serie de testimonios de los diferentes empleados de la nave espacial seis mil que se están recogiendo por parte de la empresa que posee dicha nave y que nosotros no leemos en orden. La nave está orbitando en torno a un planeta que llaman Reciente Descubrimiento y del cual han ido recogiendo objetos que ahora están ocupando salas de la nave como si de obras de arte se tratase. Uno de los empleados dice, al respecto: “Hay algo archiconocido en ellos aunque no los hayamos visto nunca. Como si procedieran de nuestros sueños o de un pasado lejano que llevásemos en lo más profundo de nosotros a modo de recuerdo sin palabras. Como la reminiscencia de ser una ameba o un organismo unicelular, en embrión ingrávido en agua cálida (…) ¿Hay algo en ellos que pugna por salir? ¿O acaso esconden algo, el hecho de que saben que los observamos?”
Los objetos, suspendidos e inmóviles, fascinan a los tripulantes y, en una reminiscencia de Solaris, de Stanislav Lem, les provocan sensaciones, sentimientos y cambios de conducta. Algunos experimentan alegría, otros se vuelven melancólicos y los hay que solo sienten un gran anhelo de tocarlos o tumbarse sobre ellos. Poco a poco, fragmento a fragmento, vamos juntando la historia no solo de la nave seis mil sino también de algunas circunstancias a nivel mundial o de avances tecnológicos que han tenido lugar en ese futuro que en ningún momento podemos situar con respecto a nuestro presente. La estructura en forma de testimonios, de piezas, hace que muchas veces parezca que estamos ante un poemario más que ante una novela, ya que muchas de las frases e imágenes que se manejan son profundamente evocadoras. No hace falta comprenderlas del todo para experimentar las sensaciones que Olga Ravn quiere transmitir, de forma que dichos fragmentos, a veces, realizan sobre nosotros el mismo efecto que los objetos de las salas sobre los tripulantes.
Lo que me ha fascinado de esta obra es su naturaleza claramente poética y artística, donde no se pretende resolver nada, ni desde el punto de vista técnico, ni social, ni metafísico. Ni siquiera ahonda demasiado en la cuestión de que los testimonios recogidos son emitidos por todo tipo de trabajadores siendo algunos “nacidos en la tierra” mientras que otros tienen “cuerpos fabricados”. La línea entre unos y otros es más borrosa de lo que podríamos suponer, pero nadie nos da lecciones al respecto, solo lo sentimos al leer sus evocaciones. Habría subrayado medio libro si no lo hubiese cogido prestado de la biblioteca, porque recoge imágenes de gran belleza y fuerza que van juntando una historia tan incompleta como son las historias que nos cuentan las canciones.
Lo supimos ya desde que éramos niñas. Que la naturaleza lleva en su seno una fuerza destructiva. A veces, cuando miramos las imágenes que vosotros nos habéis dado, la nariz comienza a picarnos de forma tan violenta que nos vemos obligadas a sonarnos y frotárnosla hasta que sangra. Llevamos varios años discurriendo para averiguar la causa y finalmente nuestra conclusión es que, por la razón que sea, mientras que los objetos y texturas creados por el ser humano poseen una disposición adecuada, las estructuras orgánicas repetitivas son insoportables. Frente a dichas estructuras nos hallamos desvalidas, ya que no pueden ser destruidas y continuarán renaciendo.
Los empleados (Anagrama, 2023) | Olga Ravn| 144 páginas | Traducción de Victoria Alonso |17.9€