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La mitad del cuarto de Baroja

Portada-de-and-039-Los-caprichos-de-la-suerteand-039---inedito-de-Baroja--RAFAEL ROBLAS CARIDE | Aunque pueda ir en contra de mi interés el confesarlo, no es justo que me lo calle en esta reseña: siempre que escucho hablar de los escritos inéditos de tal o cual autor ya muerto, me echo a temblar. Por eso, cuando al final del pasado año los mentideros literarios anunciaron a bombo y platillo como novedad editorial la última entrega correspondiente a la saga barojiana Las saturnales –esa trilogía cuya acción sitúa el noventayochista durante la Guerra Civil española, una mezcla de satisfacción y de inquietud se apoderó de mí por completo. A saber, por un lado, la forma de narrar de don Pío me ha proporcionado grandes momentos de deleite en el pasado; mas por el otro, ¿a qué negármelo?, la  práctica del oficio crítico también me confirmó que, cuanto más consagrado es el autor de unos inéditos, más se expone a la decepción a causa de la falta de calidad de los mismos.

En este punto, viene que ni pintado recordar aquello que una vez me aconsejaron, aunque referido al género lírico: “Querido amigo, si un poeta deja sin publicar un poema,… por algo será. Nunca lo contradigas y mucho menos cuando ya no esté aquí para explicarte sus razones”. Sin embargo, las generalizaciones simplificadoras inherentes a todos los consejos no siempre se cumplen, dos y dos no siempre suman cuatro y, a veces, ocurre que el editor acierta con su rescate literario-arqueológico. Así ha ocurrido con una muestra bastante significativa de la producción juanramoniana –destaco aquí como último hito los ¡treinta y ocho inéditos! que se integran dentro del poemario Idilios, en la edición de Rocío Fernández Berrocal (La Isla de Siltolá, 2013) o así sucedió igualmente con la publicación en ABC de los magníficos Sonetos del amor oscuro de Federico García Lorca (1984), esa pequeña joyita que siempre deberemos agradecer a la intuición de Miguel García Posada. Pero volvamos a Baroja y dejemos las divagaciones de salón para otro momento, aunque imagino que el avispado lector habrá adivinado hacia dónde intentan conducirle estos dos primeros párrafos: ya saben el dicho aquel del parche y del grano.

Antes de ofrecer un veredicto firme, creo que es conveniente repasar la historia de Las saturnales para matizar algunos aspectos del libro que hoy es objeto de nuestro análisis. La trilogía guerracivilista se inauguró en 1951 con El cantor vagabundo, previéndose sin ningún tipo de demora su continuación. Mas, por causas achacables a la censura franquista, el segundo título de la saga, Miserias de la Guerra, fue retrasándose en el tiempo hasta que Miguel Sánchez-Ostiz lo rescató del olvido en 2006 (ed. Caro Raggio). Ahora, como ya se anticipó, Ernesto Viamonte ha preparado cuidadosamente este Los caprichos de la suerte, que constituyen la tercera parte de la obra.

Si complejo ha sido el proceso que ha permitido que la saga completa de Las saturnales vea la luz al cabo de los años, tampoco se queda atrás la labor de fijación textual de su última entrega. Tanto Juan Carlos Mainer como el propio editor explican en el prefacio del volumen que el mecamanuscrito barojiano original se guarda en el caserío de Vera de Bidasoa, propiedad de la familia Baroja, no tratándose de un “original en sentido estricto, sino de un escrito a máquina que se acompaña de un sinnúmero de adiciones de mano del propio autor […] con supresiones, añadidos o enmiendas al texto, lo que lleva a la creación de verdaderos collages”. Por si esta dificultad no resultara menor para Ernesto Viamonte, una parte de Los caprichos de la suerte se transcribe explícitamente en Aquí París, obra que sí fue impresa en 1955, con el agravante de que el narrador de esta última aparece en primera persona, no coincidiendo por tanto con la tercera que predomina en el texto que nos ocupa. Como remate, también nos confirma Mainer que Los caprichos de la suerte procede de la reescritura de una novela corta titulada como Los caprichos del destino –sintomático paralelismo, que se insertaba dentro de la colección narrativa Los enigmáticos (1948). Comprobarán que el panorama es apasionante para la labor filológica.

¿Y cuál ha sido el resultado? Aquí se encuentra el quid de la cuestión. En honor a la verdad, debo reconocer que desconocía no sólo las dos entregas anteriores de la serie sino también las precuelas Los caprichos del destino y Aquí París. Entono el mea culpa, aunque dicho desconocimiento me sirve como pretexto para alejarme convenientemente del presente volumen y para forjar una opinión más objetiva como lector tipo, como uno de esos tantos y tantos otros que se acercarán a este Los caprichos de la suerte esperando pasar un buen rato atrapado por una historia interesante. Desde esta perspectiva he de decir que la obra decepciona. El argumento, centrado en la huida del periodista Juan Elorrio –Luis Goyena y Elorrio según el registro civil hacia París a causa de la guerra española y su posterior estancia en la capital francesa durante los prolegómenos de la segunda gran contienda mundial, se convierte en una infumable –por esquemática– sucesión de acciones y de aconteceres inconexos que terminan transmitiendo una desasosegante sensación de descuido y de provisionalidad. El mismo Mainer ahonda sobre esta cuestión en el citado preámbulo:

En aquellas fechas Baroja reutilizaba a menudo textos antiguos, o taraceaba añadidos y correcciones sobre materiales que aún no había empleado. Y a menudo, los olvidos que causaba la arterioesclerosis le jugaban malas pasadas. […] Los caprichos de la suerte es una novela falta de una última mano, que a veces tiene aire de esbozo vertiginoso, otras es un atropellado memorial de agravios y a menudo se trueca en una tertulia donde ya se ha hablado todo”.

Sólo así se explican las abundantes discontinuidades narrativas de la novela; la ausencia de un ritmo natural que unifique el texto, fruto de unas abruptas elipsis que contrastan con otros fragmentos en los que Baroja se demora en exceso; los repetidos altibajos interpretativos de unos personajes a los que les afecta su acartonamiento en demasía; la irregular distribución de unos capítulos que fluctúan exageradamente en cuanto a su extensión; la falta de precisión y continuidad en el protagonismo de un Elorrio que va diluyéndose conforme pasan las páginas, etc. Por si fuera poco, y todo ello a pesar del esfuerzo de Viamonte actualizando la ortografía, unificando mayúsculas o revisando la puntuación para hacer legible el texto, rechinan al oído algunas incorrecciones que han debido pulirse para no desmerecer póstumamente al escritor donostiarra. Así encontramos feísimos laísmos y loísmos (“Sin embargo, algo se lo ocurre a usted cuando me mira”, pág. 148) o confusiones entre las perífrasis de obligación y las de probabilidad (“Que deben ser muchos en Francia”, pág. 140), por sólo destacar dos ejemplos concretos con los que me he topado durante la lectura del libro y que nunca deben achacarse a “las peculiaridades estilísticas barojianas”. Desgraciadamente no son los únicos.

Entonces, ¿merece la pena o no hacerle un hueco a esta tercera entrega de Las saturnales? Es complicado contestar a la pregunta con rotundidad. Si anteriormente he destacado los lastres del libro, no puedo dejar de resaltar tampoco el valor testimonial de algunos de los pasajes de la novela. Baroja sigue siendo Baroja hasta en sus obras menores y en Los caprichos de la suerte se encuentran dispersos pequeños tesoros de sumo interés. Interesantísima me parece la recreación histórica de los exiliados españoles que se concentran en ese punto de encuentro en que se convierte en hotel Palais Royal de París, reflejándose magníficamente allí la provisionalidad del que huye del Herodes de la Guerra Civil para toparse con el Pilatos de la Guerra Mundial. Sobrecogedor también me resultó aquel pasaje en el que algunos compatriotas procedentes de España se extienden narrando algunos sucesos concretos de la barbarie fratricida del 36, si bien –y esto a pesar de que Baroja especifica hábilmente que la sinrazón no entiende de bandos predomina una sutil identificación con la zona nacional, pecando pues la focalización de un cierto maniqueísmo que puede perdonarse a causa del prestigio del autor. Finalmente también se hallan presentes en el texto esos diálogos made in Baroja en los que los personajes trasladan casi socráticamente a la novela el pensamiento filosófico-literario de su creador. Así, por citar sólo unos ejemplos, sus opiniones sobre la literatura contemporánea, sobre el amor y la independencia, sobre la situación político-social del periodo de entreguerras, etc.

Muy bien, señor Roblas, pero… ¿le hincamos el diente o no? Pues vamos allá sin más dilación. Si tengo que mojarme, habré de coincidir parcialmente con la opinión anterior de José Carlos Mainer: Los caprichos de la suerte me parece un boceto incompleto que no le hace justicia a su autor (este último aserto ya es cosecha propia). Probablemente el mismo don Pío redivivo en nuestros días renegaría de ella y, por supuesto, queda muy lejos de otros títulos barojianos mucho más recomendables para el público más o menos ocasional. Por el contrario, si la pasión del lector por Baroja resulta ser de un rango superior o su especialidad académica está relacionada con el estudio de los autores del 98, el conocimiento de la última entrega de Las saturnales se convertirá en indispensable y, probablemente, hasta disfrutará con la lectura.

Eso sí, la afirmación donde Mainer califica la presente edición como “una noticia mayor en la historia de las letras contemporáneas de nuestro país” se me antoja de un andalucismo indiscutible,… más que nada por lo que de exageración contiene. Se venda como se venda,  Los caprichos de la suerte no aporta nada nuevo a lo ya conocido. Supongo que son las cosas del marketing, que hasta los críticos sucumben ante él. Digo yo. Por lo demás y para concluir, resumo el estado de la cuestión con una comparación muy gráfica que evite malentendidos: fuimos al mercado a comprar un kilo de Baroja y nos sirvieron sólo la mitad del cuarto. Después cada uno será libre de pedir el menú que considere más oportuno, pero no digan entonces que yo no les avisé.

Los caprichos de la suerte (Espasa, 2015) de Pío Baroja | 216 páginas | 19,90 € | Edición de Ernesto Viamonte Lucientes

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