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La Musa insatisfecha

9788420691787ANTONIO RIVERO TARAVILLO | Fue, 1922, el año en que se publicaron además de Ulises de Joyce dos obras muy importantes, cada una en su género: la edición abreviada y con más amplia circulación de La rama dorada de Frazer y La tierra baldía de Eliot. De algún modo ambas se apoyan en lo mismo, en referencias a obras mítico-religiosas y de antropología en las que tienen importancia creencias que afloran en lo artúrico (presente tanto en el título eliotiano, correspondiente a “la gasta floresta” de los relatos sobre el Grial, como en las notas que siguen al poema, con el estudio de Jessie L. Weston From Ritual to Romance). Veinticuatro años después, y en Faber, la editorial que dirigía precisamente Eliot, veía la luz La Diosa Blanca, un tratado heterodoxo lleno de erudición pero refractario a lo académico que se ocupa de aspectos que había tratado Frazer pero ahora con la intuición de un poeta que rebusca para otro fin.

A la edición en dos tomos hace tiempo agotada, también en Alianza, sucede esta traducida por un hijo del propio autor que, basada en la de Grevel Lindop de 1997, sigue la última que revisó Graves en 1960 (con ampliaciones). El subtítulo Una gramática histórica del mito poético puede confundir, porque de gramática solo tiene afortunadamente el análisis (aquí de una clave oculta de la poesía, el lenguaje cifrado, un acertijo, por debajo de las corrupciones de los mitos). “La función de la poesía es la invocación religiosa de la Musa; su utilidad, es la experiencia de una mezcla de exaltación y de horror que su presencia suscita”, escribe Graves en el prólogo. Y emprende el asedio, quitando veladuras, de lo que él entiende que es el culto latente a la Triple Diosa o Diosa Blanca matriarcal.

Dos cimientos sustentan este libro, ambos textos galeses: la Câd Goddeu (Batalla de los árboles) y la Hanes Taliesin (Historia de Taliesin). Pero también refiere Graves el relato de El asno de oro, de Apuleyo, “el relato más completo e inspirado acerca de la Diosa en toda la literatura antigua” según él. Establece “conexión entre las antiguas religiones británicas, griegas y hebreas”, sin que falten esenios ni gnósticos ni alusiones a España y, en particular, a Mallorca, donde Graves residía en medio de una sociedad rural que según él aún vivía de acuerdo con los ciclos de la naturaleza.

Aunque hay capítulos que parecen un galimatías galés, cábalas por las que se diría que el autor no está en sus cabales, hay también (pero hace falta ser paciente) juicios sobre el mester poético. “Lo que más me interesa del tema que voy desarrollando en este libro es la diferencia que constantemente queda reflejada entre el método de pensamiento poético y el que se usa en la prosa,” escribe Graves, y ciertamente ofrece algunas pistas valiosas. “El tema poético único”, como titula el capítulo XXIV, presta especial atención a esto apoyándose sobre todo en Coleridge y en Keats (el de la Belle Dame sans Merci, buen trasunto del rigor de la Musa o Diosa), quien como aquí se recuerda escribió a su amada Fanny Brawne: “Mi religión es el Amor, y tú eres su único dogma”.

Lindop hace bien en señalar lo chocante de la ausencia de Yeats, del que no hay huella en el casi centenar de páginas del índice onomástico. Sí hay una pulla, aun sin nombrarlo, en la condena de la escritura automática (a la que el Nobel irlandés se entregó junto con su esposa al poco de contraer matrimonio en 1917 y hasta más o menos la publicación de Una visión en 1925). Graves declina cualquier canto de sirena esotérico porque le parece que “muchos charlatanes o blandengues recurren a la escritura automática y el espiritismo.”

En “El número de la Bestia”, Graves refiere cómo le fue impuesto, como algo inevitable, escribir el libro cuando estaba ocupado en otro. Conviene esa fatalidad a un libro que es un reconocimiento de la sumisión a la Diosa (encarnada para él durante un tiempo por la que fue su compañera, Laura Riding). Dudo sin embargo que convenga a la verosimilitud del libro confesar en el mismo capítulo una visión sorprendente, lo que él llama un “trance analéptico”.

No siempre pisa terreno firme en las etimologías y a veces muestra inconsistencias que van de las fuentes en las que se apoya a la ortografía (por aquello que mejor conozco, en lo que atañe a Irlanda y Gales y sus lenguas). Esto se complica con la traducción española, donde es frecuente hallar nombres de manuscritos (Libro rojo de Hergest) como títulos de obras literarias, y que se citen textos vernáculos por su traducción inglesa, como sucede con la Ecclesiastical History (Historia ecclesiastica, en el latín de Beda). Por otra parte, hay muchas obras a las que se denominan «romances», por influencia del inglés; en español, mejor hubiera sido llamarlos relatos. Sí hay que apuntar en el haber del esforzado William Graves la inclusión de unas notas del traductor al final de cada capítulo, que esclarecen no pocos detalles.

Graves murió un cuarto de siglo después de cuidar la última edición de su controvertido libro. Los ensayos, como los poemas, se abandonan y no se puede estar siempre retocándolos. La Diosa Blanca se habría beneficiado no obstante de la lectura de otro título que se publicó justo al año siguiente y que al poco se convirtió en un clásico (donde no se cita a él ni a su obra): Celtic Heritage, Ancient Tradition in Ireland and Wales, de Alwyn Rees y Brinley Rees. También se habría enriquecido con otro que apareció solo tres años antes de su muerte en 1985: el magnífico, pero que yo sepa no disponible en inglés, An file. Staidéar ar osnádúrthacht na filíochta sa Traidisiún Gaelach, de Dáithí Ó hOgáin, estudio acerca del carácter sobrenatural de la poesía en la tradición irlandesa (donde, ay, tampoco es citado). En cuanto a omisiones, debe de haber sido un lapsus de William Graves afirmar que la traducción de poemas de su padre al español es una “asignatura pendiente”. Yo mismo la acometí en una antología para la editorial Pre-Textos en 2005, año no tan importante como 1922 pero en el que uno hizo lo que pudo. [Publicado en Turia]

La Diosa Blanca (Alianza, 2014), de Robert Graves | 784 páginas | 35 € | Traducción de William Graves

admin

3 comentarios

  1. Excelente reseña. Sólo habría faltado incluir el bellísimo poema de Graves que le sirve de pórtico y que usted mismo, Sr Taravillo, traduce en cierto libro de Bloom. 😉

  2. Felicito a este muchacho Taravillo por su escrupulosa reseña. Mandaré horchata alicantina a la redacción de Estado crítico.

  3. Muchas gracias, Sr. Martínez Ros. Pues aquí va el poema de Graves, que no se diga:

    CON DEVOCIÓN

    Los santos la reprenden y los sobrios
    hombres a quienes rige el dios Apolo
    con su aurea mediocritas:
    despreciándolos, navegué para buscarla
    en regiones remotas donde es más probable alcanzarla,
    ella a quien anhelaba conocer sobre todas las cosas,
    hermana del milagro y del eco.

    Fue una virtud no quedarme,
    ir obstinada, heroicamente,
    buscándola en la cima del volcán,
    entre duro hielo o donde se había disipado el rastro
    más allá de la caverna de las siete durmientes:
    su ancha frente era más blanca que la de cualquier leprosa,
    sus ojos eran azules y sus labios como serbas,
    con el cabello rizado, color de miel, hasta las caderas blancas.

    La savia de la primavera en el joven bosque agitándose
    celebrará con su verdor a la Madre
    y cada pájaro cantor silbará para ella.
    Mas gozo de un gran don, hasta en noviembre,
    la más cruda estación, con un sentimiento tan grandioso
    de su desnuda magnificencia.
    Olvido la crueldad y pasadas traiciones,
    sin importarme dónde pueda caer el siguiente rayo brillante.

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