
ALMUDENA RUBIO | La primera novela de una poeta me genera siempre una expectación tensa, una mezcla de curiosidad y temor. Muchos poetas excelentes producen una prosa también excelente en textos breves. Sin embargo, cuando saltan a la narración de largo recorrido, creo que tropiezan con un obstáculo difícilmente salvable: el argumento. En una novela, por poco convencional que sea, es preciso contar algo, tienen que suceder cosas. Y no me refiero a esas tramas aceleradas y complicadísimas que van de giro en giro y que parecen pensadas para agitar a lectores con tendencia a dormirse. Quiero decir que incluso el relato más reflexivo e intimista necesita una historia que lo sostenga para que podamos incluirlo en esa categoría que etiquetamos como “novela”.
Con esa actitud empecé Mañana, la primera novela de la poeta Olalla Castro, que acaba de publicar la editorial Lumen. También, por supuesto, con la confianza y la ilusión de abrir el libro de una autora amiga, a la que admiro mucho y a la que estoy agradecida por varios motivos. Y desde las primeras páginas sentí que había una razón más para la gratitud: las horas de deliciosa lectura que tenía por delante. Porque Mañana no solo es una novela magnífica como tal novela; es además un bocado literario exquisito.
La prosa de Olalla Castro no defrauda porque se parece a su poesía, se reconocen con claridad su voz, su pensamiento y su compromiso. Aparecen ahora, sin embargo, liberados de esa extrema precisión y depuración que es deber del poema. No es que el lenguaje pierda pertinencia o belleza, al contrario. Es que se expande, se esponja y pone toda su potencia al servicio del relato. La tensión se alarga en una nota sostenida.
Mañana, como toda obra grande, trata de temas grandes: el dolor, el amor, la opresión, la rebeldía, la culpa, el cuidado o la curación. Personalmente, de sus muchas posibles lecturas, me alcanza y me conmueve sobre todo la que se enfoca en las palabras. Palabras que se dicen o que no se pueden decir, despojadas unas veces y sobrecargadas otras. Palabras que se pronuncian con los dedos, con los ojos o con la tinta, que tienen vida y muerte. Trata del grito y del susurro, del silencio y de la negación. De la imposibilidad y la necesidad.
Mi padre era un señor de antes de la guerra y rezaba algunas oraciones en latín. Para nosotros, los niños, ese rezo misterioso era como un conjuro y las palabras “regina”, “clamamus”, “lux” o “spes” tenían sentido más allá del sentido. Música, consuelo, pertenencia, magia. Aunque ahora sí las comprendo y han perdido mucho de aquella melodía de la infancia, todavía se me escapa una lágrima al escuchar el “salve regina” o el “pater noster”.
Mañana me ha llevado de nuevo a esa emoción porque sus protagonistas exorcizan así los dolores y los miedos. Virginia repite “mujeres-verde-buey” cada vez más rápido, hasta que no distingue una palabra de otra y consigue dejar de pensar. Suyin pronuncia “golpe-lombriz-montaña-atadura-agua-brillo-vasija” para envolverse en ese sonido y refugiarse de un mundo hostil y amenazador. Y antes de conocer siquiera el rostro de su amante, le acaricia la nuca con el aire que sale de su boca al silabear despacio “rueda-todo-casa-vendaje-mirada-alfiler”.
Así es la novela, una canción que te envuelve con ritmo apacible, necesario para ahondar en lo más oscuro y salir a la claridad. Palabras mágicas que conjuran el sufrimiento, sortilegios de amor.
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Almudena Rubio, editora en Elenvés Edittoras, es nuestra reseñista invitada de hoy.
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Mañana (Lumen, 2025) | Olalla Castro | 208 págs. | 19,90€