MANUEL MACHUCA| Si ciertos personajes y los analfabetos funcionales que les siguen conocieran las historias de la migración, probable y desgraciadamente poco o nada cambiaría en los pétreos corazones y cerebros que les ha inoculado la xenofobia, esa enfermedad causada por una mezcla variable de ingredientes como la indigencia intelectual, el complejo de inferioridad o la cobardía. Sin embargo, para los demás, para los que no se han dejado aún apresar por la burda verborrea de los fascismos y de los apóstoles de esa sociedad del rendimiento que premia lo útil sobre lo hermoso, no estaría de más que leyeran historias de héroes anónimos como los que presenta la última obra del escritor francés de origen chileno, y a su vez de origen francés y tiro porque me toca, Miguel Bonnefoy. Porque el bienestar de muchas naciones, quizás las de todas en las que este exista, difícilmente se explicaría sin la aportación de los migrantes.
Leer un libro es con frecuencia una propuesta de viaje al que el autor invita al lector, aunque el itinerario corra por cuenta de este. En el caso de quien escribe, Herencia le ha hecho recordar la historia que le contó un académico chileno en una cena muy cerca de donde desembarcó el primer Lonsonier. El padre de este hijo de republicanos fue un aviador militar que envió a su familia a América, sin conocer el destino final, y una vez perdida la guerra enfiló su avión hacia África, aterrizó y sufrió todo tipo de penalidades hasta conseguir reunirse años después con su familia en el que hoy es el país de este académico, gracias a los patriotas que derrotaron a su padre. O el libro El barco de la esperanza, que compró en Isla Negra, y que relata la historia de los republicanos españoles que embarcó Pablo Neruda con destino a Chile. Y tantas otras que no son historia sino presente en la frontera entre Polonia y Bielorrusia, en el Mediterráneo o en los siniestros itinerarios que unen América Central y Estados Unidos.
El joven escritor parisino desciende de una familia viticultora francesa que fue a parar al país sudamericano por casualidad cuando iba camino de California, en aquellos tiempos en los que, al no existir aún el canal de Panamá, la ruta entre Europa y la costa occidental de Estados Unidos se realizaba navegando a través del cabo de Hornos.
Herencia rescata la historia familiar, desde el día en el que el padre de Lazare Lonsonier fue desembarcado en Valparaíso, aquejado, según el capitán del barco, de fiebres tifoideas, hasta que parte de sus descendientes huyen de la dictadura de Augusto Pinochet, ese ídolo de los personajes a los que me refería al principio. El primer Lonsonier sobrevive a la enfermedad y evita descansar hasta la eternidad en esa maravilla de cementerio de los Insurgentes que corona la bellísima ciudad chilena, e inicia una saga en la que, como todo migrante, se unen el amor a la tierra de acogida y a la extraviada pero nunca olvidada, gracias a las artes de la melancolía.
Esta novela, además de considerarse en cuanto a eso que llaman géneros como saga familiar, es una muestra del mejor patriotismo, pero, ojo, no de ese que nos venden los muchachotes del país de Cayetania. Porque, después de haberse asentado en un nuevo país, superadas las adversidades de los inicios, con las comodidades e inercias que ello supone, miembros de la familia no dudan en acudir al auxilio de una patria antigua que jamás pisaron para defenderla en las dos guerras mundiales. Y ese amor a Francia, a la patria de sus ancestros, no es incompatible posteriormente con la heroicidad de otros miembros de la familia durante la terrorífica dictadura de aquel general que estuvo detenido en Londres, y que solo pudo conseguir salir del Reino Unido gracias a artimañas propias de su miserable condición. Cuánto se reconcilia uno con la palabra patria cuando ve a gente para la que es sinónimo de un espíritu de bienestar colectivo y no una excusa burda para mantener los privilegios de unos cuantos especialistas en el baboseo de banderas.
Escrita en tercera persona, contada por el autor del libro, Herencia es una obra deliciosa en la que los diferentes ritmos en la narración de los hechos se asumen con naturalidad, así como las frecuentes pinceladas de realismo mágico que suponen todo un homenaje a la literatura sudamericana y, por qué no, a Cien años de soledad. La prosa está plagada de metáforas que nos envuelven y nos conducen a través de una lectura que no defraudará.
El autor, que ha elegido el francés como lengua para la escritura, ha contado con la excelente traductora Amelia Hernández Muiño, también francesa con orígenes venezolanos, que ha trasladado al castellano otras obras del escritor. No obstante, hay un exceso de notas al pie que distraen a veces la lectura por innecesarias y que se podrían haber evitado.
A sus treinta y cinco años, Miguel Bonnefoy ha sido galardonado con diferentes premios. Con esta obra ganó el Prix de Libraires de 2021 y fue finalista del Goncourt de 2020. Con toda seguridad seguiremos escuchando hablar de él.
Herencia (Armaenia, 2021) | Miguel Bonnefoy |Traducción de Amelia Hernández Muiño| 210 páginas| 20,00 €