ALEJANDRO LUQUE | Si usted es de los que gustan de salir de vez en cuando de las coordenadas habituales de lectura –es decir, hispana y anglosajona– y se ha adentrado alguna vez en las letras israelíes, probablemente habrá reparado en que la mayor parte de lo que se publica en España procedente de ese país tiene que ver bien con la historia, bien con la religión, bien con esa mezcla de historia y religión que es la creación de Israel.
De ello nos han hablado nombres tan reputados como Amos Oz, David Grossman o Abraham B. Yehoshúa, y también más jóvenes como Nir Baram, Batya Gur o Zeruya Shalev, sin dejar de recordarnos que hay algo más que la herida del Holocausto, la guerra de 1948, la vida en el kibutz y la difícil convivencia con los árabes. El hecho de que en la contraportada de Tres, la nueva novela de Dror Mishani, no se haga mención alguna a estos asuntos, me parecía de entrada una buena razón para darle una oportunidad.
Es más, si exceptuamos el escenario —la ciudad de Tel Aviv—, y alguna que otra alusión a las festividades que marcan el calendario judío, esta historia podría estar ambientada en cualquier parte. Y seguiría siendo merecedora de todos esos lugares comunes que delatan a los críticos perezosos: engancha desde la primera página, absorbente, se lee sin respirar, no tiene desperdicio, ¡no dejen de leerla…!
Pero no seamos perezosos. Hablemos un poco de esas tres mujeres a las que alude el título: Orna, maestra, divorciada y madre de un niño, que acude a una web de contactos con la esperanza de conocer a un hombre de quien pueda volver a enamorarse. Emilia, inmigrante letona, cuidadora de ancianos. Y Ella, mujer casada que pasa las mañanas en un café tecleando en su ordenador el final de su tesis doctoral. Las tres tienen en común el paso por sus vidas de Guil, un varón amable de entrada y al mismo tiempo misterioso.
Si Tres es una novela tremendamente viva desde el principio es, entre otras cosas, porque sus personajes están llenos de matices, poseen la complejidad de la vida. Orna sufre por el distanciamiento de su ex marido y el trauma que esto pueda causar a su hijo, y al mismo tiempo se debate entre el deseo de reactivarse emocional y sexualmente y el impulso de cubrir la ausencia masculina de su hogar.
Con Emilia se introduce un elemento sobrenatural, su capacidad para ver el fantasma del anciano que cuidaba hasta hace poco, que parece querer comunicarse con ella, pero no pasa de aparecérsele en cualquier momento. Más Henry James que Stephen King, estas visiones no inducen el escalofrío, más bien funcionan como señales agoreras y, al mismo tiempo, invitan a meditar sobre nuestra relación con los muertos, casi de un modo más poético que metafísico.
La tercera protagonista, Ella, es quizá la menos perfilada por exigencias del guion, ya que su capítulo entraña el desenlace: un final en el que todas las piezas encajan a la perfección y sí, como dicen los reseñistas perezosos, nos deja sin aliento.
Tampoco sería Tres la gran novela que es si no fuera por el virtuosismo técnico de su autor, su dominio de los diálogos, con una maestría absoluta del estilo indirecto, su habilidad para cambiar de punto de vista cuando la historia lo requiere y, en definitiva, para crear una tensión narrativa soterrada e in crescendo sobre un escenario de lo más cotidiano. Y lo que no es cosa menor: es tremendamente entretenida, en el sentido más elogioso del término: te saca de la realidad para devolverte a ella con una mirada enriquecida.
Porque la novela de Mishani —quien ya se había dado a conocer en nuestro país como D. A. Mishani con otro thriller, Expediente de desaparición— puede disfrutarse como una simple y llana historia de asesino serial, pero encierra mucho más si se quiere acceder a otros niveles de lectura: desde la banalidad del mal encarnada en Guil, ese tipo gris y anodino pero calculador, hasta el modo en que la vida actual ha cambiado las formas de relacionarse más allá de los esquemas matrimoniales y familiares heredados, ya sea por el influjo de las nuevas tecnologías o por los ritmos y relaciones de poder que se dan en el seno de nuestras sociedades.
Pero resulta inevitable poner también el foco en la violencia sobre las mujeres. No es casual que Guil sea un varón y las otras tres protagonistas mujeres, claro. Ni que la seducción que ejerce sobre cada una de ellas esté relacionada con roles fuertemente asentados, que nos recuerdan la extrema vulnerabilidad que siguen teniendo las mujeres en cualquier lugar. Guil es un caso extremo, parece decirnos el autor, pero, ¿cuánto de Guil tiene el sistema que habitamos? ¿Cuánto dolor produce sobre las Ornas, las Emilias y las Ellas del mundo?
Con todo ello, un escritor israelí ha escrito la primera gran novela de 2021, ni más ni menos. Ya saben: absorbente, se lee sin respirar, no tiene desperdicio, ¡no dejen de leerla…!
Reseña publicada con anterioridad en la revista digital M’Sur
Tres (Anagrama, 2020) | Dror Mishani | 272 páginas | 20,90 € | Traducción de Sonia de Pedro