FRAN G. MATUTE | He visto a las mejores mentes de mi generación aupar este librito a los altares del ingenio y la literatura. Os he visto vociferar a su favor que estamos ante una (literal) genialidad. Imposible no escucharos, imposible quedar al margen. Imposible no sucumbir ante vuestros cantos de sirena. Imposible no comenzar Magistral, imposible terminarlo.
Por cada frase lapidaria que alabáis, por cada sentencia esculpida en piedra que encontráis (pues según vosotros ese es uno de sus encantos: su lectura acertadísima del estado de las cosas) yo veo, de corrido, cinco más que son, con suerte, una chorrada. Es como cuando colgáis esos vídeos de animalitos que se quieren, y se os cae la baba con el león que cuida del monito huérfano, y suspiráis deseando que así fuera el mundo. Y se os olvida, o se os quiere olvidar, que por cada vídeo de esos hay mil de leones comiendo monos, arrancándoles las tripas delante de sus crías. Flaco favor nos hacéis mirando para otro lado… perdón, que divago. Que divago como Magistral.
Aun así, coincidimos en una cosa: Rubén Martín Giráldez (en adelante, RMG) es un tipo talentoso. Nadie puede dudar de eso. No me cuesta, de hecho, reconocerlo; y no digo esto porque me cueste reconocer que hay gente talentosa sino porque sí que me impone eso de señalar en público el talento de alguien y errar: apuntar que fulanito es una suerte de geniecillo y que luego todo se trunque, se desvele que tras la cortina no hay mago de Oz… Eso os ha podido pasar, al hacer saltar las alarmas demasiado pronto, y ahora, claro, cualquiera se desdice. Eso da mucha vergüenza. La misma que pasa uno reconociendo que no ha entendido nada, que se ha aburrido como una ostra, que se ha saltado párrafos y párrafos de Magistral, como si eso fuera a hacer mas inteligible el texto. ¡Qué tontería, verdad?
Todo en Magistral huele a retro. Y lo retro, ya se sabe, está a prueba de bombas, porque ya no nos pertenece. El tiempo lo ha solidificado. Y así es Magistral, un artefacto estancado, atrapado en su propio mecanismo, como esas novelas que al final resultan ser un sueño. Y lo denomino artefacto no porque su edición contenga mil y una tonterías de diseño, sino porque creo sinceramente que su lectura genera un debate más interesante que su propio contenido. Sobre todo a oídos necios, pues está repleto de palabras sordas. Ahí parece que es donde radica el talento de su autor, según las mejores mentes de mi generación.
Leía, o mejor dicho, trataba de leer Magistral y no paraba de pensar en aquel artículo de Juan Bonilla sobre la responsabilidad de los lectores. Decía Bonilla que “los lectores, a lo largo de la historia, han sido los verdaderos creadores en la sombra de las diferentes literaturas (…), por así decirlo, los autores son y han sido siempre en último término una eficaz creación de sus lectores”. Sí, los lectores tenéis una responsabilidad, porque sois parte del cuento. Os lo podéis tragar o no, y de eso depende todo. En dicho artículo, Bonilla utilizaba como metáfora la fábula de Pedro y el lobo, que aquí resulta de lo más elocuente pues parece que haya ocurrido tal cual: vino Pedro, os dijo que Magistral era magistral, y corristeis todos como locos a contar la buena nueva. Nuestras ganas de creer, de crear ficciones, no conoce límites
Yo, como lector, lo mejor y mas honesto que puedo decir de Magistral es que me ha parecido una nadería, un ejercicio vacuo, y sin embargo brillante. Es brillante, porque hace quedar como tontos a los que vais de listos; es brillante porque hace quedar como tontos a los que vamos de tontos. Magistral está por encima del bien y del mal, porque sobre él no se puede decir nada sin quedar como un capullo. Nos interpela así de una forma un tanto extraña. En el fondo nos obliga a responsabilizarnos como lectores, y eso es brillante, brillante, brillante. ¡Aplausos!
Me acuerdo cuando leí El mapa y el territorio de Michel Houellebecq, una novela que incluía reflexiones interesantísimas sobre el arte y la representación, sobre la copia y el original, todo enmascarado bajo una suerte de trama de mala novela negra, que hacía que me preguntara todo el rato: ¿se está riendo este tío de mí? ¿Se está riendo RMG de vosotros, de las mejores mentes de mi generación? Ojalá se esté descojonando en su casa, partiéndose la caja con nuestras lecturas erradas, con vuestros ditirambos. ¡Ojalá! De lo contrario, sería todo un triste fracaso.
Frente a Magistral todo cabe, todo funciona. Cualquier cosa que digamos le da valor, porque no vale nada. Por eso, ante esta tesitura, prefiero que RMG se ría de mí por defecto en lugar de por exceso: Magistral es una pamplina de proporciones épicas. Mi más sincera enhorabuena.
Magistral (Jekyll & Jill, 2016), de Rubén Martín Giráldez | 104 páginas | 12,60 €
No he leído este, ni ningún libro de este señor.
Ahora bien, el texto que perpetra en http://www.editorialbase.es/libros/253 hará que jamás en mi puta vida me acerque a nada más que haya escrito.
Eso si, El mapa y el territorio, mola, hombre.
Por si os interesa, hace un tiempo saqué Magistral, criticándolo también. A. O. lo puso por las nubes y como los ventiladores en verano, se agotó, todo el mundo lo quería, todos ofrecían sangre de hada y unicornio a quién les adelantase un fragmento de este libro.
http://rubyyloscasinos.blogspot.com.es/2016/06/la-mare-llengua.html
Señor Ruby o señora Ruby, lo que a mí me maravilla es que a Vd. le publiquen en algún medio de comunicación su reseña, plagada de errores ortográficos y sintáticos y con un estilo absolutamente barroco y demencial. No he leído el libro del tal Giráldez, pero me cuesta imaginar que sea tan espeso como su crítica.
Para reseñar así mejor te quedas en casa, las ansias de protagonismo de quien critica se comen al libro
Ruby, sin acritud alguna y con un enfoque constructivo, repase usted sus textos antes de publicarlos. Tiene muchísimos errores ortográficos y sintácticos. El estilo es sobrecargado en extremo. Un saludo de otro lector.