LEONOR RUIZ | Tenemos a una autora consagrada nacida en Irlanda en 1930. Se llama Edna O’Brien. Inició su carrera con la aclamada novela Las chicas de campo (1960), primera parte de la trilogía compuesta además por La chica de ojos verdes (1962)y Chicas felizmente casadas (1964), publicadas en castellano por Errata naturae.
O’Brien, próxima a su noventa cumpleaños, emprende un nuevo proyecto de escritura. Su obra, que no ha evitado nunca pisar zonas inhóspitas, salta esta vez a la misma garganta del lobo. «Lo que deseaba de verdad era conocer a las chicas secuestradas por Boko Haram», comenta la autora. Recordamos que este grupo terrorista secuestró a 276 niñas en el asalto a una escuela de Chibok (Nigeria) en 2014. Y es allí, al mismo centro del terror, adonde viaja O’Brien, al parecer en más de una ocasión. Para recoger testimonios y escuchar el relato —plural— de atroces experiencias.
La crueldad es explícita desde el comienzo. Nada se endulza, no se escatiman horrores en las escenas violentas. Muchas dejan mal cuerpo, la médula estremecida y ganas de arrojar el libro bien lejos.
O’Brien explica de este modo la voz elegida: «decidí que el único método válido era dar voz imaginaria a muchas personas a través de una visionaria chica concreta». Ella es Maryam, la chica del título, cuya narración une historias, trascendiendo las barreras trazadas entre individuos. Lo bueno y lo malo repercute en todos nosotros, parece decirnos la autora, atizándonos de forma conjunta. La historia es siempre colectiva.
Descripciones de sueños, alguna fábula y relatos de otros se insertan en la narración principal. El elemento común: la impotencia, la indefensión ante un país con millones de personas huidas, sin alimentos o desplazadas, y que se muestra incapaz de hacer nada al respecto. De vez en cuando, la determinación de sobrevivir y salir a flote. En ocasiones, chispas de inesperada humanidad en medio de la devastación absoluta.
El desafío de mantener la tensión a lo largo de una obra como esta es considerable, y evidente el riesgo de desbordar al lector. Son varios los momentos en los que la suerte, por ejemplo, parece excesiva, y en ellos el relato pierde credibilidad. Se opta por no revelar detalles, pero se incluye un aviso a futuros lectores: las escapatorias, los rescates, cuando se multiplican, se vuelven inverosímiles, o recuerdan demasiado a ciertas ficciones que se envían de inmediato al cajón del olvido.
Una cosa más. El abandono de lo que se creía propio (lugar de nacimiento, lazos de sangre, aspiraciones) es un paso para el que no suele haber retorno, no importa si la renuncia es forzada o no. Edna O’Brien así lo plantea (de nuevo). Esta vez sin la flotante melancolía de Las chicas de campo. Atando corto el lirismo. Pero volviendo a otorgar la palabra a quien nadie espera que hable.
Guerra, casa, cosecha. Quietud. Estrellas. Quietud. Imágenes finales de esta obra.
La chica (Lumen, 2019) | Edna O’Brien |Traducción de Ana Mata Buil | 232 páginas | 19,90 euros