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La sensación magnética de la sangre pegajosa

magnetizado

JOSÉ MANUEL GARCÍA GIL | Si hay una tendencia seriéfila (y cinematográfica) que ha subido como la espuma en los últimos tiempos, alentada por el éxito de plataformas como Netflix o HBO, entre otras, esa es el «true crime». Esos documentales (Making a murderer, Wild wild country, The staircase, etc.) que analizan, despedazan y, a veces, cuestionan la realidad de los hechos que rodean un caso criminal. En la reconstrucción de algunas de esas historias, prima la violencia extrema entre desconocidos y, para los televidentes ávidos de espectáculos de calado sádico, lo mismo da que las motivaciones del autor o autores de sangrientos asesinatos resulten ignotas, esquivas o sin sentido. Para su montaje, los directores y guionistas recurren a imágenes de cámaras de seguridad, noticias de telediarios, evidencias policiales, documentos aparentemente desconocidos, testimonios de dudosa consistencia y demás pruebas que por arte de birlibirloque acaban componiendo, en mayor o menor grado, un serial truculento o apasionante, según los gustos.

Porque no siempre el objetivo de todo «true crime» es encontrar respuestas, buscar la verdad escondida del caso y desvelar a los verdaderos culpables. Muchas veces estas películas documentales abogan por seguir guardando un cierto aire de misterio, entendiendo que este elemento fue siempre el motor de buena parte de una literatura de evasión que, con enorme calidad en más de una oportunidad, se adelantó en décadas a esta practica televisiva o cinematográfica. De sus planteamientos narrativos en cuanto al estilo, los temas y la  organización de ideas, se ha nutrido esta última durante estos años.

Rodolfo Walsh y su Operación masacre, escrita en 1957, pueden ser considerados -con el permiso de Ramón J. Sender o Manuel Chaves Nogales– los pioneros de la literatura de «no ficción periodística». El periodista y escritor argentino, al que la dictadura de Videla hizo desaparecer veinte años después, se adelantó en casi una década a la novela A sangre fría de Truman Capote, el libro a menudo citado como iniciador de este género. Si Walsh utilizó materiales a los que aportó las técnicas de estructura y ritmo de una novela negra, con un estilo económico, plástico y trepidante, Capote, para componer su novela-crónica, llevó a cabo un minucioso trabajo sobre el terreno, entrevistando a numerosas personas del pueblo de Kansas donde ocurrió el terrible suceso, y después a los propios criminales. Antecedentes magistrales de un subgénero que ha dado frutos de la calidad literaria de El adversario de Emmanuel Carrère o Laetïtia y el fin de los hombres de Ivan Jablonka, por citar solo dos ejemplos más o menos recientes.

Siguiendo esta estela, naturalmente con su sello propio, aparece la novela Magnetizado, de Carlos Busqued (Presidencia Roque Sáenz Peña, Argentina, 1970). La misma se basa en el diálogo que su autor mantuvo con Ricardo Melogno, al que visita durante meses en el hospital psiquiátrico del recinto penal de Ezeiza en Buenos Aires. Al mismo acude el propio Busqued cuando ya han transcurrido décadas desde que sucedieron los hechos por los que Melogno fue encerrado -y hoy sigue allí-, pero todavía permanecen un sinfín de dudas sin resolver referidas sobre todo a su personalidad y a los motivos que le llevaron a actuar como lo hizo. Se remontan los hechos a septiembre de 1982, al momento en el que en las noches de una misma semana se cometieron en la capital argentina cuatro horribles asesinatos. Las víctimas eran siempre taxistas, las circunstancias muy similares e idéntico el modus operandi: un disparo a bocajarro en la cabeza desde el asiento trasero. Los crímenes conmocionaron y alarmaron a la ciudadanía, especialmente porque resultaban inexplicables -no perseguían ni el robo ni el ajuste de cuentas-, y desconcertaron a la policía, que veía con desesperación cómo sus muchas e intensas pesquisas resultaban infructuosas. Finalmente, sería un hermano del asesino quien lo delatase, dando lugar a la detención de Ricardo Melogno, que no solo no se resistió, sino que confesó los crímenes con absoluta sangre fría. Como único antecedente, el tal Melogno era un joven de veinte años, extraño y taciturno, que había vivido en una especie de casa de los horrores, junto a una madre supuestamente espiritista, que alternaba con su hijo el agua “energizada por los muertos” y el violento vuelo de la zapatilla.

Busqued, que debutó en 2008 con la excelente Bajo este sol tremendo –finalista del Premio Herralde de Novela-, nos sumerge en este libro en la mente de ese asesino en una excelente muestra esa «no ficción periodística» mencionada o de lo que se ha dado en llamar “novela sin ficción”: una obra construida a base de entrevistas a las que se suman notas y recortes de informaciones periodísticas de la época e informes de distintas Administraciones sobre la salud física y mental de Melogno. Todo ello conforma un puzle de piezas que, en lo perturbado de la historia que se nos propone, aun cuando no lo parezca, siempre encajan.

Si el lector espera encontrar alguna lógica de continuidad con Bajo este sol tremendo, hallará ciertamente cierto parentesco con la violencia y la crueldad de esa primera novela, pero no más. Los planteamientos son muy diferentes: en Magnetizado, Busqued prácticamente elimina al narrador -salvo dos breves intervenciones, una al principio y otra al final del libro- que se suplanta por la figura del editor, de la persona que ordena y regula el corpus con el que trabaja. Sin ficción ni rasgo novelesco, el libro es el resultado de ese trabajo de investigación que realiza su autor entrevistando durante más de noventa horas a Ricardo Melogno, y en menor medida, a quienes lo detuvieron y lo trataron durante su prolongada estancia en prisión y en instituciones psiquiátricas.

En la mayoría de sus páginas, Busqued regala la palabra a Melogno, que se despacha a gusto demostrando que es tan inclasificable como la obra de la que es protagonista. Su trastornada personalidad es un dechado de interferencias diagnosticadas a lo largo de treinta años: trastorno esquizotípico, tendencia al aislamiento, tendencia al pensamiento mágico, inseguridad, indecisión, cuadro delirante crónico, parafrenia o paranoia, trastorno del espectro autista… Y a pesar de ellas o, incluso con ellas, esa personalidad suya desborda, de un modo desacostumbrado, sensatez y frialdad tanto en sus declaraciones como cuando narra su infancia y la relación con su familia; su extraña concepción de la religiosidad -el espiritismo, la santería-; lo sucedido en esa semana trágica en que mató a cuatro taxistas sin motivo alguno en el barrio de Mataderos, y su largo devenir de cárcel en cárcel y de medicación en medicación.

Crónica, novela, reportaje o investigación son los rótulos que le podríamos adjudicar al libro si tiramos de afán clasificador. Sin embargo, Magnetizado es todos esos géneros y, a la vez, ninguno de ellos. Un texto híbrido e indefinible al que no se le ajustan bien esas etiquetas. Más allá de ellas, la propuesta absorbente de Busqued se deja leer de una manera ágil por breve y por intensa. Intensidad que gana en velocidad al acercarse al final, que no es propiamente un final sino un corte abrupto de edición, porque buscar en este libro una obra cerrada o redonda, no es posible, como tampoco lo es intentar desvelar el origen del mal en la cabeza de Melogno. El autor tampoco lo pretende. Únicamente interroga sin juzgar, invierte los roles de poder y deja que el entrevistado abra su mente, cuente su vida y explique sus motivos o la falta de ellos. Porque lo que puede decir el asesino sobre lo sucedido es que “tenía un problema adentro”, y que a las víctimas las seleccionaba por cierto instinto que le decía: “es ése”. Y nada más. Un apagón, un cruce de dos cables, el rojo de la realidad y el azul de los crímenes. Cuatro chispazos irreversibles en una semana y casi calcados.

Uno de los logros de Magnetizado es que consigue, lo que no es fácil con materiales de este tipo, dejar de lado el morbo, la maldad y las falsedades a la hora de convertirse Busqued en el intermediario letrado de un asesino. Gran parte de su cometido pasa por ponerle las cosas fáciles al protagonista, seleccionando algunas preguntas pertinentes y ayudándole a ordenar su historia. Se nota que hay un gran trabajo en la sala de montaje; un trabajo ético, estético y metafísico, para conservar la frescura y la agilidad de las conversaciones y para que ese collage que es este libro funcione, eliminando cualquier elemento que entorpezca lo crudo de su objetivo: retratar lo más fielmente posible -quizás amablemente- esa rareza y esa cosa fantasmal que habita en la cabeza de Melogno. Escucharlo, tratar de entenderlo aun cuando su historia no se ajuste a los parámetros de la lógica y los códigos. Pero manteniendo en todo momento una distancia prudencial que, en alguna ocasión, se rompe. Hay, por ejemplo, un momento de empatía en el que ambos, autor y asesino, hablan sobre sus gustos de lectura de comics, sin hacerse cargo Busqued de ninguno de los diagnósticos que caen sobre Melogno. Ni siquiera del hecho de que durante sus encuentros están dentro de una prisión de máxima seguridad y no conversando en la terraza de un café.

Hace años el periodista Jesús Quintero dirigió Cuerda de presos, un programa de entrevistas -luego convertido en un libro- realizadas en prisiones diversas a criminales condenados por delitos de sangre. Recuerdo alguno de aquellos programas como ejemplo de magnífico periodismo. Quintero casi no hablaba. Colocaba algunas perchas -pocas- para dejarse magnetizar y magnetizar a sus seguidores por lo que esos criminales contaban. Me viene a la memoria aquel episodio en el que uno de esos presos aseguraba no sentirse un asesino pese a haber quemado vivos a su ex-amante y a un amigo. Y uno casi se lo creía. Y es que aquello de Krishna Iyer que sonaba en mis viejas clases de derecho penal: un asesino es un hombre más un asesinato, es la base de aquel programa de Quintero y de este libro de Busqued. Nos atrae tanto el hombre que acabamos olvidándonos de los asesinatos y de sus víctimas.

Magnetizado (Anagrama, 2018) | Carlos Busqued | 152 páginas |16,90 euros

admin

Un comentario

  1. Una reseña extraordinaria que nos conduce a un jardín recoleto, repleto de estramonio. Las referencias visuales y narrativas, las alusiones de literatura comparada, el final alegórico al programa de Quintero, contribuyen al esplendor de este delicado monumento de crítica literaria, como los adornos necesarios a un tributo merecido. Pero todo no sería que un ejercicio vano de erudición y preciosismo analítico, si el monumento no se alzara sobre los cimientos fundados sobre la percepción más despejada, la que al final concluye en espectacular cimera, resaltando la magnitud insondable de la condición humana.

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