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La sombra de El Loco es alargada

978848472958

 

El purgatorio

Javier Salvago

Renacimiento, 2014

ISBN: 978-84-8472-958-7

244 páginas

18 €

 

 

Rafael Roblas Caride

No resulta sencillo escribir sobre uno mismo. Arañar el papel y dejar correr la tinta vomitando tu propia vida; dibujar idealmente los trazos del yo; agigantar las sombras de lo cotidiano; travestir lo habitual en excepción, la naturalidad en rareza, el aburrimiento en diversión. Confesar a viva voz los pecados de la juventud… y los de la vejez; compartir con completos desconocidos tus vicios y defectos. Desnudarte. Definitivamente, salvo para exhibicionistas patológicos, ególatras o extrovertidos extremos, no es fácil escribir sobre uno mismo. Primer punto a favor para valorar lo que hoy llega a mis manos.

Segundo ‘round’. No he tratado personalmente a Javier Salvago (Paradas, 1950). Cuanto admiro de su obra se lo debo sólo y exclusivamente a esta. Cuanto conozco del hombre se lo debo igualmente a la lectura de sus textos. Y no me parece -pese a su condición de poeta- sospechoso de exhibicionismo, egolatría o extroversión. Por ello, infiero que el paradeño se empeña en reincidir con El purgatorio en un ejercicio de automasoquismo público -a la manera de los penitentes de Semana Santa- por cuanto la publicación de este volumen supone la segunda entrega de una autobiografía iniciada con Memorias de antihéroe (2007), abarcando en esta ocasión el periodo comprendido entre los años 1978 y 2000. Un segundo mal trago, habida cuenta del recelo familiar que cosecharon dichas Memorias: “Entiendo que algunos parientes no vieron bien que sólo contara lo malo de la familia. Sólo mi madre me pone pegas. Pero usted sabe que las madres son muy miradas. Si fuera por ellas, uno no escribiría”. Porque, fiel a su estilo, la prosa autobiográfica de Salvago no rehúye a la verdad, sino más bien la encara y la atraviesa, dejando cadáveres sobre el campo de batalla si es preciso. No obstante, antes de proseguir y, a manera de advertencia cinematográfica, transcribiremos el mensaje del autor en la primera hoja del libro: “En un libro de memorias las cosas no son obligatoriamente como fueron, sino como las vio, las vivió, las sintió, las interpretó y las recuerda el narrador”. Y, aunque pueda parecer verdad de Perogrullo, en absoluto lo es.

Pero vamos por partes. ¿Quién es Javier Salvago? El habitual lector de poesía contemporánea rápidamente lo identificará como uno de aquellos audaces jóvenes que surgió en torno a aquella corriente que, más mal que bien, se etiquetó con el sobrenombre de Poesía de la Experiencia. Con un estilo propio muy definido, caracterizado por la coloquialidad, el humor  y un descarnado escepticismo vital, su obra se vio pronto correspondida con una gran cantidad de menciones. A pesar de su brevedad, la trayectoria del paradeño atesora premios como el Luis Cernuda, el Rey Juan Carlos I o el Nacional de la Crítica… Sin embargo, como no podía ser de otro modo, al mismo tiempo que llegan los parabienes, también se heredan las fobias de todos aquellos furibundos enemigos de la corriente experiencias, que todo hay que decirlo. No todo va a ser ventajas.

Biográficamente, el bagaje de Javier Salvago tampoco deja indiferente. Empeñado desde muy pronto en dejar en entredicho al inventor del torremarfilismo creador, el poeta se enrola en un carrusel autodestructivo que puede rastrearse fácilmente a través de sus libros. Tendente a la depresión, bohemio, fumador contumaz, dipsómano, ludópata,… propenso a cualquier vicio y exceso, en suma, Salvago fluye por la vida bebiendo los instantes a tragos largos y con una despreocupación que asusta. Hasta que decide asentar la cabeza convirtiéndose en guionista de Jesús Quintero, el popular Loco de la Colina. Y de ahí, de árbol en árbol, hasta el profesionalismo de la escritura hay un solo paso. Es cuando se suceden los trabajos confesables -e incluso inconfesables- para que otros pongan rostro y se cuelguen las medallas, mientras los eufemísticamente mal llamados “creativos” exprimen su talento entre bastidores. Todo este equipaje es el que compone el Purgatorio biográfico del que se ocupa esta reseña. Interesante, ¿verdad?

En cierto modo el libro ‘a priori’ cumple con las expectativas creadas para un público general. Primer resquemor: Renacimiento -una editorial por otra parte muy preocupada por la poesía-, se cubre las espaldas desde la misma portada, donde se inserta el subtítulo de lo que el lector puede encontrar dentro: “Una visión desmitificadora e irónica de la fama, los famosos, los medios de comunicación de masas y algunas de sus más populares estrellas”. Y ahí es donde yo, paradójicamente, comienzo a estremecerme, habida cuenta también del sesgo con que se aborda la presentación del libro en prensa. Reproduzco, a continuación un solo párrafo de lo publicado en Diario de Sevilla: “En el segundo volumen de sus memorias, El Purgatorio (Renacimiento), que sucede a Memorias de un antihéroe, el poeta cuenta cómo hizo de negro para la cantante Isabel Pantoja, a la que escribió incluso un pregón de unas fiestas por encargo de su entonces pareja Julián Muñoz, quien nunca le pagó, tal vez pensado que los trabajos literarios se facturan gratuitamente”. El resto de diarios y entrevistadores siguen esta misma línea, aludiendo también a Encarna Sánchez, Iñaki Gabilondo o Carlos Herrera como protagonistas tangenciales. Y comienzo a temblar hasta concluir con la última página del libro.

Desafortunadamente la lectura no hace más que confirmar mis lúgubres sospechas. A mi parecer, Salvago, la editorial -o ambos al mismo tiempo- se centran en demasía sobre la polémica mediática. Me agrada nuevamente la sinceridad del paradeño al descender a los infiernos del ego quinteriano, al describir los recovecos oscuros del carácter de la Sánchez, al encajar con natural escepticismo el desprecio de Gabilondo cuando encontró en una librería anticuaria un ejemplar de su primera Antología dedicado a él. Genial me parece igualmente la distinción entre comunicadores, informadores y divulgadores que clasifica a los pobladores de nuestros medios de comunicación, así como su estricta explicación taxonómica. Por último, de gran valentía resulta la afirmación de que el mundo de la comunicación -y por extensión el del espectáculo, la empresa, la banca, el éxito o la fama- está dominado pon una personalidad bastante abundante, la psicópata, que se caracteriza formar a “gente que dice ama a la humanidad, pero que desprecia al ser humano que tiene al lado, al que llegan a hacerle la vida insoportable”. Bastante familiar, ¿verdad?

Sin embargo, personalmente me desagrada el protagonismo que va cobrando Jesús Quintero al avanzar la narración, sobre todo al intuir que se me escamotean otros sucesos, pensamientos o personajes muchos más interesantes -literariamente hablando- que el famoso Loco de la Colina. Pese a ello, Salvago no parece darse cuenta que, al reincidir una y otra vez en esta figura, su biografía va dejando de ser menos suya para convertirse en un libelo que convierte en antagonista a un señor ajeno a sí mismo, por más que este señor le proporcionara una estabilidad laboral durante varias etapas de su vida. Imagino que el lector ajeno a la obra de Salvago aplaudirá fervorosamente este exceso quinteriano y se quedará en sus anécdotas ególatras. Pero también me encantaría que se fijara en la sinceridad tremebunda de su autor, en su prosa descarnada y suelta.

Continúo con la lectura de El purgatorio y lo termino. Se lee rápido. Es otra de las características de Salvago. Cierro el libro con una extraña sensación de vacío. Esperaba mayor profundidad en aspectos que casi pasan de soslayo en comparación con otras fijaciones más mediáticas pero de menor interés para el conocedor de su trayectoria. Así su decepción ideológica ante el giro felipista hacia la derecha del socialismo en los 80, alguna reflexión metapoética de mayor calado o la profundización en otras relaciones con familiares y amigos. Porque permítanme que con el mayor respecto les diga que los retratos vitales de Pepe Cala o de Fernando Ortiz me interesan más que el del “amigo” Quintero. Pero comprendo, como decía Lope, que al vulgo hay que hablarle como quiere el vulgo y que lo que le pide la audiencia son otros “perros verdes” más populares… aunque también menos genuinos. El vulgo se lo pierde.

Entonces,… ¿es este Purgatorio un mal libro? En absoluto y ojalá sirva para acercar un mayor número de lectores a la obra del autor de Variaciones y reincidencias, abriéndole sus ojos a la curiosidad de descubrir más versos salvaguianos que los que en él se insertan. Por último, mi ceño fruncido responde a un recelo postrero que dejo escapar como reflexión dirigida a su autor: me entristece pensar que el que no sepa de qué va esta película sólo aprecie un oportunismo que en nada pega con su trayectoria poética. Porque, afortunadamente, Salvago no tiene ninguna deuda literaria pendiente con el Loco de la Colina.

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