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La única forma de sobrevivir es a la deriva

MANUEL MACHUCA| Como esta vez dudo acerca de cómo empezar la reseña, empiezo por el final y concluyo que estamos ante una gran novela de la escritora barcelonesa Olga Merino. Quienes confíen en lo que les digo pueden finalizar aquí e ir a comprar La Forastera, a ser posible en una librería independiente, porque lo que voy a contar a partir de este momento no es más, ni tampoco menos, que la impresión personal de una historia que me ha conmovido. Y lo ha hecho en lo personal, como andaluz y como el niño que fui y que amó tanto el western como género cinematográfico, pero también como amante de la buena literatura, por lo bien tejida que está la trama, por el lenguaje que utiliza y por los personajes que conforman la historia. No obstante, también dejaré una lista de deseos. Pequeña lista, pero lista al fin y al cabo.

Mi amiga la fotógrafa Lourdes Ramírez Mota, primera lectora que tengo habitualmente en las historias que yo escribo, siempre las tiñe de un color a cada una. Esta es azul, esta, amarilla… Siempre me hizo gracia, yo lo achacaba más a una enfermedad propia de su obsesión por lo visual, pero en La Forastera he sido yo el que ha visto la novela de un color. Terrizo. De una tierra amarillenta, agostada, que he mascado a lo largo de sus doscientas cuarenta páginas y me ha resecado la garganta. La misma tierra que John Wayne, Lee Van Cleef o Burt Lancaster encontraban en los paisajes desérticos de aquella Almería transmutada en Lejano Oeste.

Suelo desconfiar de las frases publicitarias que las editoriales acostumbran a incluir en las tapas de los libros, y he de reconocer que hablar en esta de western contemporáneo me olió a eso, a intentar captar lectores que no saben qué leer y que son sensibles a sellos editoriales y a estas llamadas de atención para salir de su mar de dudas. Sin embargo, lo que me encontré en su interior fue un auténtico western hispano, que en este caso es más bien southern, puesto que se desarrolla la trama en la Andalucía profunda del interior, en un pueblo olvidado de la provincia de Córdoba, lugar al que regresa Ángela, Angie, la protagonista, después de haberlo abandonado sus padres, emigrantes andaluces en Barcelona, tras un recorrido vital que la llevó a Londres y finalmente al lugar del que salieron sus ancestros.

La Forastera es un western porque podemos encontrar todos los elementos físicos y sociológicos de un género así: un pueblo inhóspito, enrocado en torno a sí mismo, una familia que ejerce el poder de forma abusiva, y toda una legión de perdedores que aguardan la muerte malviviendo, con el alcohol como única salida.

Pero un elemento propio del género, que me interesa y que creo es una de las claves de la novela, es el viaje interior de la protagonista, su huida de los espacios físicos a los que perteneció para adentrarse en ella misma. Esta novela es, como toda buena novela, muchas cosas, pero creo que esencialmente trata la redención, la posibilidad de encontrar la esencia de uno mismo, de una misma, cuando aparentemente todo está perdido. Porque es entonces cuando existe la posibilidad de descubrir quién somos de verdad. Ay, ese viaje interior, esa lucha, ese rebelarse contra la injusticia, enfrentar al poder aun a costa de tu propia vida… Aquella ética que nos enseñaron, o que tuvimos la oportunidad de aprender y se nos olvidó como sociedad, las películas del Oeste. A pesar de que su relato tuviese siempre ese punto de vista sesgado del blanco bueno y justo y el indio malvado y cruel; a pesar del papel que se les daba a las mujeres. Cuánta capacidad de superación ante las dificultades tenían sus protagonistas — ¿o hay que decir resiliencia? —, cuánta capacidad de servicio al bien común, a valores que van más allá de lo colectivo, a la trascendencia. También Ángela, y qué bueno que sea una mujer la protagonista, tiene estas cualidades. Probablemente porque a su edad, sobrepasada la cincuentena, pudo ver muchas películas del Oeste en la periferia barcelonesa en la que se crio.

También es La Forastera un doloroso retrato de la Andalucía profunda. Hay filósofos como Francisco Garrido Peña que afirman, o así interpreto yo sus palabras, que España puede entenderse sin algunas comunidades autónomas, pero no sin Andalucía. Señora Isabel Díaz Ayuso, usted se equivoca, Madrid no es España, aunque ahora España sea solo Madrid, para empobrecimiento de muchas comunidades y vaciamiento de otras por su egoísmo fiscal y el centralismo de este país. No, Andalucía es España, y por eso también tiene todas las Españas dentro, algunas que no hemos sabido salvar aún de su atraso, del que solo las podremos salvar nosotros, los del traje de faralaes, el sombrero de ala ancha y la blusa de lunares. Sí, duele ver Andalucía desde la óptica de la novela. Y duele porque no es un retrato maniqueo. Evidentemente, no toda Andalucía es así, pero esta que aparece sí es Andalucía y, por tanto, cualquier andaluz de bien que leyera esta novela debería rebelarse. Pero no contra la autora, sino contra sí mismo como parte de un pueblo que permite esto con su matria. Un retrato de la Andalucía profunda que también existe desgraciadamente en otros territorios de España, pero que desgraciadamente los que presumen de españolismo, por causantes de esto, nunca van a tratar de arreglar ya que ahí reside su beneficio. Así que gracias, Olga Merino, por avergonzarme como andaluz, porque solo desde ahí podremos algún día acabar con la ignominia. Como se dice en algún pasaje, hay pueblos que aún saben a desdicha, una desdicha de la que nosotros mismos no queremos saber nada. Y así nos va.

Pero, más allá de lo que La Forastera me ha suscitado en lo personal, hay que destacar su calidad literaria, porque al mundo no le interesan ni mis ideas ni mis traumas infantiles. Es una gran novela por lo bien contada que está. Escrita en presente, con abundantes digresiones para contar cómo una mujer como ella, tras una vida en Barcelona o en Londres, va a dar con sus huesos en un pueblo perdido y sin nombre, utiliza un lenguaje muy rico y preciso. Ese presente desde el que es tan difícil escribir acompaña perfectamente a la tensión narrativa y, envuelto por esas evocaciones del pasado, dotan a la trama de un vigor que no decae en ningún momento. Ese regreso continuo al pasado, las pérdidas que van sucediéndose a lo largo del relato, marcan aún más si cabe el viaje de redención de la protagonista. Un viaje que también es político porque habla de la dureza de la emigración cualquiera que sea la época, de las profundas injusticias que la sustentan siempre, porque se sale huyendo de unas para acabar atrapado en otras. Porque, como dice Nigel, uno de los personajes, aunque se refiriera a otro asunto, la única forma de sobrevivir es yendo a la deriva. Y es de esa forma como se maneja Ángela a lo largo de la historia.

Como toda gran novela, es también una novela con personajes magníficos, como la propia protagonista o como Nigel, su pareja en Londres. Incluso Pluto, Capitana y Curra, los perros que aparecen. No obstante, me hubiera gustado saber más, que se hubiera acentuado el dibujo, de otros personajes como Andrés el párroco o el de Julián Jaldón, el terrateniente de Las Breñas. Quizás hubieran merecido algo más de trazo en sus contradicciones a lo largo de la historia, para no parecer durante demasiado tiempo personajes arquetípicos propios de su condición. Creo que es el problema que tiene este tipo de personajes, cura uno, terrateniente otro, a los que, si no se marcan su dibujo cuanto antes, el lector puede cargarle todos sus prejuicios con una injusta anticipación.

En resumen, una novela muy recomendable. Dura, áspera, pero conmovedora. Para cualquier lector amante de la buena literatura, y no solo para quienes a través de las películas del Oeste soñamos con que un mundo mejor era posible y todavía no hemos tirado la toalla, a pesar de coronavirus y otros patógenos humanos mucho más mortales y tóxicos, que también podremos purificar con el fuego con el que acaba esta historia y esta reseña hecha a la deriva.

La forastera (Alfaguara, 2020) | Olga Merino | 240 páginas| 17,00 € |

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