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La verdad sobre Humbert Humbert

6_201602188Kx0iKREBECA GARCÍA NIETO | “En toda historia siempre hay, en mi opinión, algún silencio, alguna mirada oculta, una palabra que se calla. Hasta que no hayamos dado expresión a lo inefable no habremos llegado al corazón de la historia.” (Foe, J. M. Coetzee)

Con esta idea en mente, con la intención de dar voz a Viernes, J. M. Coetzee reescribió la historia de Robinson Crusoe en Foe. Del mismo modo, con el propósito de cederle la palabra a Dolores Haze (más conocida como Lolita), Lola López Mondéjar revisa en esta novela el libro que le dio la fama a Nabokov. La autora parte de la idea de que la voz de la niña protagonista ha sido silenciada y que hay una palabra que se calla: casi nadie utiliza los términos “abuso sexual” o “violación” cuando se habla de Lolita. Así las cosas, López Mondéjar toma ahora la palabra para llamar por su nombre a lo que le ocurrió a esa niña «cada noche, cada noche».

Que Humbert Humbert mintiera a los señores y señoras del jurado es algo que, a estas alturas, no debería sorprender a nadie (al fin y al cabo, como el Patrick Bateman de American Psycho, suele citarse como ejemplo de narrador poco fiable). En Cada noche, cada noche, la narradora, Dolores Schiller, parte de una mentira para contar la verdad sobre Humbert Humbert: “Mi madre se llamaba Dolores Haze, pero ustedes, de conocerla, seguro que la conocerán por Lolita. Aunque nací mujer, soy el hijo que Lolita tuvo en la novela homónima, el niño que supuestamente murió en el parto, como sí que lo hizo ella al darme a luz. Pero en esto, ya lo ven, como en tantas otras cosas, el tío Humbert mentía”. Al supuesto ‘sex appeal’ de Lolita, la autora opone el cuerpo asexuado de su hija. A diferencia de su madre, Dolores Schiller vive completamente al margen del deseo, es el contrapunto libidinoso de la Lolita que reina en el imaginario popular. Por otro lado, como está prácticamente muerta desde la primera página, y, además, por partida doble (acaba de ser diagnosticada de una enfermedad incurable y, recordemos, es “la hija/o muerta/o de Lolita”), puede permitirse el lujo de decir la verdad sin temer las consecuencias.

Entre los testimonios que aporta Dolores Schiller en esta “reapertura del caso”, destaca el diario de la propia Lolita. Se agradece que la Lolita creada por López Mondéjar tenga sus aristas, e incluso sus contradicciones. Lejos de encontrarnos con una lasciva vampiresa con cuerpo de niña, nos encontramos con una niña normal y corriente. Tampoco se trata de un ser inmaculado, cuasi-celestial, sino de una muchacha con una sexualidad normal. También son creíbles las entradas del diario correspondientes a los “días de los hechos”, sin caer en sentimentalismos ni efectismos. Seguramente, a esta parte ningún jurado tendría nada que objetar.

Además, como es Dolores Schiller la que lee el diario de su madre, poco a poco va poniendo en relación lo que lee con su propia biografía y, al hacerlo, va desvelando algunos detalles de la historia familiar. Dolores Schiller es, en cierto modo, la prolongación de Lolita. En su cuerpo se prolonga el silencio, y el dolor, de su madre. Pero la narradora cumple también otra función esencial en la novela. Como ya hiciera -de un modo más fino- Coetzee en Foe al incluir a Susan Barton como mediadora entre personaje (Robinson) y autor (Defoe), López Mondéjar introduce a Dolores Schiller para terciar en el diálogo que Humbert Humbert mantiene con su creador. Las conversaciones entre Dolores Schiller y Humbert Humbert son una reflexión sobre el proceso de creación: “¿Por qué me creaste?”, llega a reprocharle el personaje al escritor.

Algo menos me ha convencido la parte más ensayística o, en términos de la propia autora, la  diatriba intelectual que ocupa buena parte de la novela: “Pero, permítanme seguir”, nos pide la narradora, “(…) denme el insignificante consuelo de continuar ilustrándoles con mis ejemplos de vieja profesora, déjenme creer que puedo convencerles y soporten mi diatriba intelectual en un texto que, por otra parte, nadie les prometió que fuera literario”. Después de estudiar en profundidad la obra de Nabokov, Dolores Schiller llega a la conclusión de que el escritor debía de tener una especie de fijación con las “ninfas”, ya que es un tema que aparece en varios de sus libros. También se podría decir que la crítica literaria y el entorno académico tienen cierta fijación con esta supuesta fijación, ya que no dejan de aparecer interpretaciones sobre Lolita, a cuál más peregrinas. Se ha llegado a decir que el propio Nabokov sufrió abuso sexual por parte de su tío y escribió Lolita para elaborar el trauma. La principal prueba incriminatoria de esta hipótesis es que el libro está escrito en primera persona… Un argumento indiscutible, qué duda cabe. Lo que parece claro, por una entrevista que concedió, es que Nabokov eligió el nombre de Humbert Humbert porque buscaba un nombre odioso para una persona odiosa. Se ha dicho que el nombre del personaje evoca a un hombre, por el parecido con la palabra en español, y su sombra, si se pronuncia a la manera francesa, ‘ombre’. Algo similar podría decirse del John Shade, de Pálido Fuego. Parece que a Nabokov le interesaba especialmente este doblez, ese otro que también somos, pero no dejan de ser especulaciones. ¿Hasta qué punto un escritor se sirve de un personaje para dar salida a sus más oscuras pulsiones?, ¿cuál es la verdadera relación entre personaje y autor? Creo que la respuesta a esas preguntas, la verdad, queda entre el personaje y su creador.

Un aspecto de la “diatriba intelectual” que me ha parecido más interesante es el análisis que hace Dolores Schiller del lugar que Humbert Humbert y Lolita ocupan en nuestro imaginario. En la novela, el personaje de Nabokov es consciente de ser “un lugar común en el inconsciente colectivo”. Y lo mismo podría decirse de Lolita. Dolores Schiller cree que la liberación sexual de los cincuenta no conoció límites y algunas ideas de intelectuales franceses como Foucault, Barthes o Sartre no eran tan diferentes de las de Humbert. Para más inri, según Schiller, algunos escritores han contribuido a “esa insultante interpretación romántica” que se tiene hoy de esta historia: para muchos, Lolita es, ante todo, una historia de amor. No le falta razón a la narradora, pero habría que añadir que también han sido muchos los que han alzado la voz para decir que Humbert Humbert es un monstruo. De hecho, lleva diciéndose desde que se publicó la novela en 1955. El debate entre Graham Greene, que la recomendó como una de las mejores novelas del año, y el periodista John Gordon, que describió el libro como “pura pornografía” y a Humbert como un pervertido corruptor de menores, fue sonado en la época (y contribuyó considerablemente a la popularidad de Lolita). Hay que recordar que la novela se escribió en pleno McCarthysmo, en una América muy diferente a la Francia de Sartre y de Beauvoir, una sociedad hipócrita, como denunciaba Nabokov en su novela, que trataba de mantener en el armario, en la sombra, todo lo referente al sexo (una sociedad que, por otra parte, tampoco ha cambiado tanto: en algún sitio he leído que, ¡en 1990!, la policía de San Francisco utilizó una copia de Lolita como prueba en un caso de pornografía infantil). Desde el principio, muchas personas se preguntaron hasta qué punto el libro no estaba alentando este tipo de fantasías en determinados lectores. Preguntarse si Lolita o La casa de las bellas durmientes, de Kawabata, “enaltecen” la pedofilia es como preguntarse si American Psycho, de Bret Easton Ellis, o las películas de Kitano o Tarantino fomentan la violencia. Algunas personas opinan que sí y otras que son una vía de escape, una especie de sublimación, de esa violencia que todos llevamos dentro y a duras penas tratamos de contener. Un tema complejo, sin duda, que no se agota en la novela, y menos aún en esta reseña, y que la autora ha planteado con solvencia.

Curiosamente, las partes del libro que más me han gustado son aquellas en que la novela se aleja de Lolita. Las reflexiones de Dolores Schiller sobre el deseo (por ejemplo, cuando compara “la casta carne de una monja de clausura” con el personaje que interpreta Maria Schneider en El último tango en París) o sobre la enfermedad y la muerte (“Creía que la muerte era un asunto ajeno, que el moribundo, como su aparente gerundio indica (sonrían conmigo, por favor), no es exactamente un ser vivo sino otra cosa. Un ser en transición”) me parecen lo mejor de la novela. Cada noche, cada noche es una novela arriesgada, ambiciosa en el mejor de los sentidos, con bastantes aciertos, y también alguna sombra, que gana cuando la autora deja a un lado a Lolita para ser Lola. Lola López Mondéjar.

Cada noche, cada noche (Siruela, 2016), de Lola López Mondéjar | 196 páginas | 15,90 €

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