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La verdadera ficción ‘pulp’

Los amigos de Eddie Coyle

George V. Higgins

Libros del Asteroide, 2011

ISBN: 978-84-92663-44-6

216 páginas

16,95 €

Traducción de Montserrat Gurguí y Hernán Sabaté

Prólogo de Dennis Lehane

 

 

Fran G. Matute

Una historia caleidoscópica, que juega con los puntos de vista de los personajes. En la que conviven soplones, polis corruptos, traficantes de armas, camellos, ex-presidiarios. La mafia y los Panteras Negras. Por la radio lo mismo suena el ‘rock’ de The Rolling Stones, o el ‘country’ de Glen Campbell o el ‘soul’ de The Supremes. Se trata de un texto que lleva la interracialidad por bandera. También hay un personaje llamado Jackie Brown. Una azafata. Un robo. Un chantaje… Joder. Si hay hasta una conversación sobre la mayonesa. Que Quentin Tarantino copiaba (él prefiere la palabra «homenaje») ya lo sabíamos. Pero las conexiones de su cine con Los amigos de Eddie Coyle (1972) son preocupantes. Aunque lo más triste de esta historia es que, de alguna forma, me haya visto obligado a iniciar la reseña de esta novela de George V. Higgins, escrita hace más de cuarenta años, hablando de Tarantino. En cualquier caso, considero que la conexión con el director de Pulp fiction (1994) es relevante pues pone de manifiesto, una vez más, que todo está inventado y que el tan cacareado ‘neo noir’ de los 90 tenía ya mucha solera. Y es que Los amigos de Eddie Coyle es la novela más moderna que he leído en muchísimo tiempo. Qué coño. Es la mejor novela negra que he leído. Nunca. En esto coincido con el gran Elmore Leonard. Por cierto, que la película Jackie Brown estaba basada en un libro suyo, así que por ahí puede venir parte de las coincidencias…

Lo que más me ha fascinado de Los amigos de Eddie Coyle es que prácticamente está construida sobre diálogos. Son ellos el corazón de la novela. Unos diálogos de vértigo. Aceitosos, enjabonados, resbaladizos. No son diálogos fáciles de transcribir pues pretenden captar una jerga y una forma de expresarse que no se corresponde con la académica. Y en pantalla siempre me han parecido que quedan un poco forzados. Tanto «jodido». Tanto «negrata». Tanta retórica («¿Me estás queriendo decir…?»). Pero Higgins los maneja con maestría y la traducción hace un excelente trabajo por traspasar esa conversación tan americana a un castellano fluido. De ahí que David Mamet tenga que salir siempre a colación en las reseñas literarias, pues hay mucho de su estilo en esta obra. A todo esto, siempre se ha dicho que los famosos diálogos de Tarantino son herencia directa del teatro de David Mamet, sobre todo su celebérrimo Glengarry Glen Ross (1984). Pero es que aquí estamos hablando de muchos años antes.

También tenemos que hablar de la estructura de la novela. Tiene uno que ir componiendo la narración extrayendo información de una conversación, de una situación aparentemente ajena, de diversos personaje sin clara conexión. Hasta el punto de que el único punto de unión parece ser un tal Eddie «Dedos» Coyle, del que todo el mundo habla pero que apenas se deja ver por las páginas del libro. Así que el título de la novela es muy acertado, porque son todos esos supuestos «amigos» de Coyle (ya explica perfectamente Dennis Lehane en el prólogo -una sugerencia: no lo leáis hasta que no terminéis la lectura de la novela- que Eddie no tiene amigos) los verdaderos protagonistas, aunque ellos mismos no lo sepan.

Quizás por culpa de la adaptación cinematográfica de esta novela (que dirigió Peter Yates en 1973 y en España llevó por título El confidente), quise asociar, en un principio, esta obra con una corriente de ‘best sellers’ criminales, efectivos, pero de segunda fila, como Pelham Uno, Dos, Tres (1973) de John Godey (que era el pseudónimo de Morton Freedgood). Muchas de estas novelas de consumo terminaron convirtiéndose en excelentes películas de culto (la citada obra de Godey fue adaptada por Joseph Sargent en 1974), como por ejemplo The looters (1968) de John Reese, cuya adaptación al cine vino de la mano de Don Siegel bajo el título de La gran estafa (1973), película profusamente «homenajeada» por Tarantino en su Pulp fiction, todo sea dicho de paso. Pero la verdad es que, con independencia de la línea estética que puedan sugerir las citadas películas, que remiten a un ‘thriller’ urbano de fuerte calado ‘pulp’, la novela de George V. Higgins termina teniendo mucha más entidad literaria de la que se le supone en un principio.

Los amigos de Eddie Coyle lidia, por otro lado, con uno de los temas menos manidos dentro de toda la parafernalia del ‘thriller’: el de los soplones. Y lo hace desde la perspectiva más alejada del heroísmo. El soplón no es el más listo de la clase ni el que tiene engañados a todo el mundo. Es un paria. Una rata del sistema. Un sistema corrupto que en la novela de Higgins parece perpetuarse, validando la opresión del pobre diablo -y hasta aquí podemos leer sin comprometer la trama-, en una especie de eterno retorno nietzscheano. Dicha aliteración temática también se ve reflejada en la estructura de la novela. La repetición del ‘modus operandi’ aplicado a los atracos. Los paralelismos vitales entre Coyle y Brown. La poética de los intercambios. Las escuchas ilegales.

A pesar de la sordidez del relato, Higgins no evita introducir a lo largo del texto un tono humorístico muy sofisticado y moderno, elemento éste que aporta, más que una vía de escape, verismo a la historia. No puedo dejar de mencionar el desternillante pasaje en el que un traficante de armas de medio pelo se presenta a un intercambio con la compra del supermercado recién hecha, más temeroso de lo que le pueda decir su señora si vuelve a casa sin la compra que de los aprendices de gángster con los que trata.

Y luego está el Boston alternativo que describe Higgins, lejos de la magnificencia de la llamada ciudad más europea de Estados Unidos. Un Boston frío y otoñal, de descampados, polígonos y autocaravanas. Los amigos de Eddie Coyle no deja de ser una novela urbana, pero sus personajes quedan muy lejos de la zona de influencia de las Ivy Leagues.

En relación con lo anterior, nos ha resultado muy interesante rescatar el capítulo que Quim Casas escribió para la revista Nosferatu, dentro del volumen dedicado a El ‘thriller’ USA en los 70. En sus reflexiones sobre El confidente, Casas lo describía como un ‘film’ «extraño y atonal, simétrico como la geografía impoluta de Boston donde transcurre la acción«. Una historia de «melancolía, encuentros clandestinos, sentido del humor y un Boston periférico, residual, gélido«. Un ‘thriller’ «interior«, de «métrica lenta y costumbrista«. Aún refiriéndose a la adaptación cinematográfica, dichas descripciones se nos antojan plenamente aplicables a la novela de Higgins, pues la película de Yates no es solo tremendamente fiel al texto sino que capta a la perfección el tono y la ambientación de la obra en la que se basa.

Sentado lo anterior, no deja de fascinarnos el hecho de que Los amigos de Eddie Coyle sea la obra de debut de un escritor, probablemente uno de los bautizos más contundentes que ha dado el género. Aunque resulta patente que detrás de esta novela hay muchos años de oficio en la sombra y mucha primera novela fallida, como el propio autor ha confesado en alguna que otra entrevista. Quiere uno, por tanto, seguir leyendo a Higgins. Quiere uno leer The digger’s game (1973) y Coogan’s trade (1974) -esta última me imagino que dentro de poco no será tan difícil de conseguir, ya que está pendiente de adaptación cinematográfica por parte de Andrew Dominik-. Sirva esta éxitosa recuperación de Libros del Asteroide para poner en el mapa a uno de los escritores más impactantes y modernos que ha dado el género. Sirva para reconocer que George V. Higgins es el verdadero pionero de la ficción ‘pulp’ contemporánea.

admin

8 comentarios

  1. ¿La mejor novela negra que ha leído nunca? Sr Matute, apuntada de inmediato en la lista de “pendientes”. Sólo que no comparte su opinión –que parece que no es nada buena- sobre Tarantino. Creo que hacer algo en una novela o en una obra de teatro es muy distinto a plasmarlo en una película, y ahí está el talento de un director, más allá de sus referentes literarios; el talento que muestra, por ejemplo, David Mamet en sus obras de teatro y lo anodinas en cuanto a puesta en escena que suelen ser sus películas como director me parece un buen ejemplo. ¡Saludos!

  2. Pues sí, amigo Martínez Ros. A esa conclusión tan contundente he llegado tras la lectura de «Los amigos de Eddie Coyle». Pero claro, eso no quiere decir nada. A lo mejor es que no he leído lo suficiente…

    Respecto a Tarantino, me gusta mucho su cine, pero me da coraje tener que citarlo para hablar de un libro y en este caso me ha resultado prácticamente imposible evitarlo.

    Tarantino se apropia de referentes culturales externos y los hace pasar por suyos y eso era lo que veladamente criticaba en el texto. En mi opinión, su cine se basa prácticamente en el potpurrí. Y para eso ya tenemos las Chirigotas de Cádiz. Vamos, que prefiero al Selu antes que a Tarantino.

    Otra cosa son sus dotes como director, que me parecen brillantes.

  3. Me encanta este crítico vuestro. Tan incisivo, tan metatextual, tan popurrirero. Con tipos como él, la vida luce maravillosa en Alicante. Chato, si te vienes por aquí, te cae una cena. Muah.

  4. En realidad, lo de Tarantino es una falsedad bastante bien sustentada en el desconocimiento de las fuentes a las que Tarantino ha leído con gran extensión y detalle y que nunca ha ocultado. Baste con tomar un libro de entrevistas con Tarantino, el editado por Gerald Peary es excelente, para comprobar su inteligencia y su falta de presunta originalidad.

    Pero lo más incorrecto de todo cuanto se dice aquí es la conexión con Tarantino como directa. Tarantino bebe de Elmore Leonard y en Jackie Brown, adaptada Rum Punch (1992) una novela de Elmore Leonard en la que la azafata, llamada Jackie Brown, no es otra cosa que un homenaje a una novela, esta de Higgins, que Leonard considera una obra maestra a la altura del mejor Dickens y que ha vindicado en más de una ocasión.

    Así que, como se ve, todo es cuestión de seguir a Elmore Leonard, en cuya belleza y ritmo, en cuya escritura, en definitiva, si que hay, por supuesto, un escritor al que Tarantino debe, pero también ha adaptado con inteligencia impagable.

    Pero lo de «Jackie Brown» (de la Jackie Burke de la original de Rum Punch) no es otra cosa que un homenaje de Tarantino a Foxy Brown (la elección de casting estaba ya en la escritura del guión: Pam Grier). Por eso Jackie Brown es, en tantos aspectos, su película más madura, la que trata con temas de raza y clase y lo hace, por supuesto, a partir de su banda sonora, de sus códigos fílmicos.

    Tarantino, tantas veces incomprendido, nunca ha negado de donde viene.

  5. Hola Pablo,

    Perdona, pero se me había pasado por completo este comentario tuyo. Aunque sea 7 meses tarde (jeje), me gustaría contestarte, más que nada porque me ha sorprendido su contenido y creo que se me ha malinterpretado.

    Estoy totalmente de acuerdo con lo que dices y me extraña cuando presupones que yo estoy conectando a Higgins como fuente de influencia directa en Tarantino.

    Date cuenta que en la reseña digo: «En esto coincido con el gran Elmore Leonard. Por cierto, que la película Jackie Brown estaba basada en un libro suyo, así que por ahí puede venir parte de las coincidencias…»

    Es cierto que no lo hago de forma muy contundente, pero la relación entre Higgins y Tarantino la hago pasar primero por Leonard, como bien tú señalas en tu comentario.

    Reconozco que, en términos generales, no soy muy fan de Tarantino pero conozco perfectamente de dónde extrae su supuesto imaginario y doy fe de que nunca ha negado que copia descaradamente. Basta entrar en la wikipedia y en la entrada de cualquiera de sus pelis viene un apartado con las escenas o frases que Tarantino ha esquilmado de otros lugares.

    Quería por tanto dejar claro que la intención de la reseña no era, para nada, decir que había pillado a Tarantino copiando y ni mucho menos que esta novela de Higgins hubiera sido fuente de inspiración directa para el director de cine (lo mismo ni la ha leído, aunque sabiendo el enciclopédico conocimiento que tiene Tarantino, me extrañaría que no la hubiera hecho).

    Las conexiones que hago traen causa de la casualidad y del hecho de que Tarantino es mucho más famoso que Higgins y me servía como excusa para «actualizar» la vigencia de este novelón.

    Sé que no pedías una explicación, pero sentía que te debía, al menos, una aclaración.

    Un abrazo.

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