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La vida clasificada con una «X»

cámara te quiere

JOSÉ MANUEL GARCÍA GIL | Siempre me ha fascinado esa teoría concluyente que se oye formular a los entendidos en el arte de la imagen: la cámara te quiere o no te quiere. Y si no te quiere, mejor dedícate a otra cosa. Este es un problema -el de la fotogenia- que afecta no sólo a las personas que hacen su trabajo delante de las cámaras sino también a quienes persiguen comunicar algo colocando su imagen como carta de presentación -o de representación- de aquello en lo que se ocupan, ya sea vender seguros, ya sea mostrarse en cueros practicando sexo con el objeto de excitar a uno o a varios concurrentes ¿Cuáles son las razones profundas de ese amor o desamor por las personas que atesora una cámara? Nunca se sabe.

Pero a veces nos falta en ese idilio un elemento desconocido, que atañe a la condición humana o social de la existencia de los sujetos, que no se ve en el instante fijado, independientemente de los buenos o malos ojos con que la cámara los mire. Es lo que está fuera de campo, lo que falta a cualquier escena y que no pertenece al orden del deseo o al frenesí de la imagen. Es en esa realidad que la cámara nos hurta donde pone precisamente sus ojos Pablo García Casado (Córdoba, 1972) en este nuevo libro, La cámara te quiere, cuyo título nos invita, desde la misma portada, a mirar a escondidas todo eso.

Desde su primer poemario, Las afueras (DVD, 1997), la poesía de este escritor cordobés, recibida con parabienes por la crítica y los lectores, ha deslizado con maestría un mundo real compartido por muchos y un modo de contárnoslo -natural, directo, fluido, claro- que sintoniza de forma poderosa con aquellos lectores dispuestos a atenderlo. Para hacerlo, el poeta ha elegido en esta ocasión para sus poemas la forma de la prosa. A estas alturas, la poesía es un convencionalismo y la frontera entre esta y la narrativa, una trampa para neófitos. La expresión “Esto no es poesía”, que uno podría proclamar al abrir este libro, es análoga a la utilizada por René Magritte para su célebre cuadro “Esto no es una pipa”. Por ello, no nos sorprende que esta sea la obra poética más narrativa de su autor y la que, soterradamente, mayor carga emotiva contiene. Porque sin emoción, no hay poema.

No es García Casado el poeta iluminado, el prohombre de letras que hereda por ciencia infusa el fuego prometeico de la lírica, el bohemio ebrio preñado por las musas de sentimientos filantrópicos o existenciales. Nada de eso hay en su oficio. Para él escribir poesía consiste, además de en saber entregarse a las intuiciones, en aplicar un buena dosis de ingeniería a esas luces y sombras de la realidad: una mano hábil y un oído enchufado para separar el grano de la paja, para cribar y cincelar ese material frágil y sensible de los otros hasta convertirlo en un artefacto capaz de generar esa emoción en sus lectores.

Con esos presupuestos ya consolidados, Pablo García Casado regresa, tras varios años de ausencia editorial, para adentrarse en los espacios del porno mediático que, por arriesgados y cargados de moral y prejuicios, no son habituales en la poesía. Una pornografía que, tal y como aparece en este poemario, carece en buena medida de su vieja sombra de basurero social. Además, esa cámara del título, ese aviso de representación en la cabecera del libro, referida tanto a quienes la producen, protagonizan y consumen, desenfoca en los primeros planos de cualquier escena acrobática donde las actrices muestran de forma clara sus genitales para enfocar con nitidez el lado más humano de esos mismos personajes. Si la industria del porno se basa en la ilusión, en hacer creer al espectador que las personas que están ante la cámara disfrutan y se excitan de verdad, esta obra nos hace creer, por su parte, en la realidad que viven antes, al margen y después de cada escena. En esos momentos, el poeta los retrata a través de brevísimas narraciones, fragmentos de existencia volátil sujeta más a la fragilidad que al equilibrio en los deseos, los sueños, las frustraciones, el miedo, la soledad, la incertidumbre, el desarraigo, la incomunicación, el silencio de quienes resultan ser, a la par, actores o espectadores en la dimensión cotidiana de sus vidas.

La cámara te quiere es un libro sobrio y sin concesiones. No hay en él ni denuncia, ni sordidez, ni victimismo. Tampoco defensa ni rechazo de un mundo que nos es más familiar de lo que solemos confesar. Quizás porque apenas hay porno entre sus páginas. Ni siquiera erotismo. La vieja polémica -la de la frontera que separa ambas ideas- ni se plantea, por tanto. No obstante, si lo erótico consiste en dotar al acto sexual de un decorado, aquí el acto sexual es el decorado, la tramoya para que el sexo no escamotee la realidad. Y la realidad la encarnan las mujeres y los hombres que tratan de encontrar su identidad en medio de la fragmentación de su vida diaria.

Esas mujeres a cuyos cuerpos nos asomamos, a través de una película o de la webcam, en las ventanas tentadoras de nuestro ordenador son personas con familia, con infancia, con problemas económicos, que van al supermercado y al centro de salud cuando enferman, a una huelga o a un funeral, que hacen milagros para subsistir y tienen sueños y fantasías. Esas mujeres no venden su cuerpo sino que con él prestan un servicio y con ese mismo cuerpo -cansado, lastimado- regresan a sus casas después de cada sesión de trabajo. Hay numerosos testimonios de experiencias duras, desagradables y traumáticas en el variado mundo del porno. No es exactamente agradable tener sexo en solitario o acompañado delante de las cámaras -y no se trata únicamente por estar desnudo en un set de rodaje y en una posición íntima y vulnerable delante de extraños-, pero cuando se apagan los focos, el punto de vista cambia y su redacción también. Pablo García Casado lo coloca en la rutina de un trabajo precario, con horario y sueldo variable, con servidumbres y promesas de un futuro mejor. Un trabajo como cualquier otro al que lo rondan los fantasmas del pasado, la simplificación de las relaciones interpersonales, la tristeza y la miseria, el chantaje y la emoción fugaz, la sorpresa -el texto «Nurse» es maravilloso en ese sentido- las segundas oportunidades o la recaída. Mas un trabajo -el poeta no lo olvida y la poesía tiene que ser capaz de nombrarlo- marcado también por patrones de conducta sexual violenta y por pautas de dominación que refuerzan unos modelos y actitudes humillantes y machistas que ya están presentes en la sociedad. Solo en una ocasión esa violencia no proviene del sexo: la protagoniza un niño de 11 años enganchado a videojuegos sangrientos.

La obra está dividida en cinco capítulos: «Otro día más en la oficina», «Webcam», «Nueva ventana de incógnito», «Ex» y «También tú». En cada uno de ellos, se suceden las historias, hiladas casi todas, por unos mismos personajes cuya realidad va más allá de la pornografía. El coloquialismo, el doble sentido, la ambigüedad, la elipsis, lo que no se dice -esa zona tan necesaria para que el lector comparezca-, son herramientas que el poeta utiliza con destreza para que acabemos pensando muchísimo más en la infancia perdida o en la vida posible y deseable de estas chicas que en las prácticas sexuales de cualquier clase en las que pudieran ejercitarse.

Por ese motivo, La cámara te quiere de Pablo García Casado es también una cruda, profunda y lúcida reflexión sobre la actividad poética como forma de conocimiento, de exploración vital, de necesidad ética alejada de todo esteticismo. “La poesía no es cuestión de fealdad o de hermosura, -afirmó Aleixandre– sino de mudez o de comunicación». No consiste tanto en ofrecer belleza cuanto en alcanzar la propagación, la comunicación profunda del alma de las mujeres que, en este caso, protagonizan estas historias. A ellas va dedicado este libro de sinuosa obscenidad más que de frontal pornografía. Una obscenidad cotidiana, subversiva y metafísica, la obscenidad de la supervivencia y de la realidad, frente a esa pornografía comercial, ilusoria, coyuntural y adventicia que nos rodea por todas partes.

La cámara te quiere (Visor, 2019) | Pablo García Casado | 80 páginas | 12 euros

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