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La voz repetida de Lorca

Treinta y una entrevistasRAFAEL ROBLAS CARIDE | En ciertas ocasiones me pregunto si los responsables de las editoriales se ponen de acuerdo entre ellos mismos para fastidiarse mutuamente, o si es verdad que la casualidad obra tan caprichosamente en el tiempo que el destino parece vengarse tanto de autores como de lectores, unas veces por saturación, otras veces por olvido. Esta misma reflexión es la primera que me ronda al caer en las manos la cuidadosa recopilación del profesor Andrés Soria Olmedo titulada Treinta y una entrevistas a Federico García Lorca, que el año pasado publicara Entorno gráfico ediciones en su colección Itineraria. Porque, si bien parece conveniente acicalar y rescatar casi treinta años después la edición primitiva -auspiciada entonces en 1989 por Aguilar-, choca bastante que esta nueva revisión haya coincidido en el tiempo con la puesta de largo del volumen Palabra de Lorca: declaraciones y entrevistas completas (Malpaso ed.), preparada a su vez por el poeta malagueño Rafael Inglada y por el periodista Víctor Fernández, que amplía y supera -casi definitivamente, podría afirmarse- el corpus de entrevistas efectuadas en vida al universal autor de Bodas de Sangre. Así pues, ¿casualidad?, ¿falta de previsión?, ¿contraprogramación flagrante al más censurable estilo televisivo?

Sin embargo, por más que la revisión de Soria Olmedo nazca lastrada por esta circunstancia adversa, también resultaría del todo injusto que Estado Crítico pasara de largo o se cebara sobre el volumen tachándolo de prescindible. En primer lugar, por su condición de pionero y, en segundo, porque hay que reconocer que estas Treinta y una entrevistas a Federico García Lorca no son en principio una mala idea y, como bien indica su autor, suponen una aproximación complementaria a la biobibliográfía y a la poética de Federico. O, como también puede resumirse: el libro se convierte en un inevitable lugar común donde se encuentran citados irremediablemente desde cualquier estudioso lorquiano que se precie hasta aquel curioso diletante casual con inclinaciones de voyerismo literario.

Así, por las páginas del libro y sus treinta y una entrevistas –desde 1927 hasta 1936- desfila el aura del Federico más poliédrico, contraponiéndose en este muestreo las aristas más antagónicas del genial granadino. Esto acrecienta el interés del documental ofrecido por Soria Olmedo: de este modo, al Lorca dramaturgo le sucede, sin solución de continuidad, el Lorca poeta; al soñador nostálgico de la niñez y adolescencia perdida, el creador maduro; al intuitivo perseguidor de las musas, el concienzudo constructor de un firme universo poético… Porque hay un Federico incisivo y otro Federico tímido; uno al que obsesiona el dato exacto y otro que se permite mentir sobre la fecha de su nacimiento; uno que habita en una torre de marfil y otro que baja al fango para pronunciarse sobre algo tan mundano como el drama social:

Yo me horroricé cuando me dijeron que sólo en los Estados Unidos había doce millones de parados. Ya ven que sólo con observar del modo más superficial se llega a comprender el alcance de todo el drama social de hoy, ante el cual nadie que sienta el más pequeño sentimiento de solidaridad humana puede estar insensible.

O bien un Federico que se refiere a los avances tecnológicos más innovadores de su tiempo, incidiendo en particularidades tan especializadas como las del cinema ruso -¿pudo beber de declaraciones similares la difamación que lo acompañó en su sentencia de muerte?-, sobre el que opina:

Desde el punto de vista de su técnica, se debe tomar como modelo. Desde el punto de vista de su contenido, también. Ambas cosas son admirables y nuevas; en el cinema soviético representan una lección que los intelectuales españoles debemos asimilarnos.

O, como último ejemplo, un Federico que se permite bromear con su entrevistador, en un conchaveo más propio del chalaneo gitano que de la literatura más universal:

Las interviús, según la teoría más moderna, se cobran. Yo espero que usted me pague todo lo que le he dicho agregando que Margarita Xirgu interpreta a maravilla mi obra.

Igualmente, el tono de las entrevistas y el estilo de los entrevistadores viran a través del abanico multicolor de las formas más dispares. Así lo adelanta Soria Olmedo en su estudio-prólogo introductorio, advirtiendo que dichas entrevistas ofrecen diversas posibilidades que van desde textos casi autógrafos proporcionados por el propio interesado al medio de comunicación en concreto, hasta aquellas otras que representan una suma de varias interviús refundidas. Por otro lado, también los periodistas oscilan entre desaparecer de la escena transcribiendo únicamente las respuestas del poeta o hacerse casi omnipresentes con largas entradillas y disquisiciones. Por último y de igual manera, distingue entre aquellos que adoptan posiciones neutrales ante el protagonista y esos otros que se identifican por deslizar un tono más cariñoso o incluso irónico. Como se ve, para gustos, los colores.

Mas este somero análisis acerca de la desigual naturaleza textual de las entrevistas lorquianas no debería camuflar tampoco la puesta a punto que el profesor Soria Olmedo ha realizado sobre su antiguo trabajo de finales de los ochenta. No en vano, se ha revisado el prólogo y se han “restaurado” las entradillas de las preguntas, devolviendo así al lector el encanto de los textos primitivos, hijos de una época concreta donde las entrevistas conformaban casi su propio género literario. Para finalizar, se han corregido erratas, destacando aquí la investigación realizada sobre el enigmático vocablo “cuatroví” que, tras el preceptivo rastreo, se ha demostrado que correspondía a la palabra entravée, significante galaico que define un tipo de falda procedente del vestuario de doña Rosita, la soltera. Tómese esto sólo como un ejemplo más que muestra la rigurosidad filológica del editor; hecho anecdótico si se quiere aunque bien significativo.

Que yo tenga conocimiento, existen hasta tres títulos distintos que recopilan, a gran escala, las diferentes entrevistas concedidas por García Lorca durante su corta pero intensa vida. A los dos citados con anterioridad, habría que sumársele la colección que se incluye en el tomo tercero de las Obras completas, preparadas por el crítico Miguel García Posada para Galaxia Gutemberg/Círculo de Lectores en 1997. Paradójicamente, no existe de Federico ni una sola grabación sonora que atestigüe el peculiar timbre de voz –granadinamente ceceante- que aquellos que lo llegaron a conocer confiesan que poseía. ¿Otra curiosidad? Siquiera por eso, sea bienvenido otro nuevo libro que contribuye a desenterrar el oprobio de aquel vil crimen cometido en Víznar durante un ya lejano agosto de 1936.

Sin embargo, en caso de dejar aquí el punto final, a fe tengo que reventaría por morderme la lengua. Y no pretendo aún darle ese gusto a los que mal me quieren –que alguno habrá por ahí-, así que terminaré de otro modo. Esto es, pidiendo desde aquí a las editoriales que se animen y oteen más allá de la estela de Lorca. Y a que promuevan otras ediciones similares a esta, de las que puedan ser protagonistas otros autores –también mayores- que, aunque menos comerciales que el gran poeta granadino, tampoco están exentos de importancia y prestigio. Así evitaremos solapamientos y saturaciones… y mi lengua quedará sana y salva. ¿O no?

Treinta y una entrevistas a Federico García Lorca (Ediciones Entorno Gráfico, 2017), selección, introducción y notas de Andrés Soria Olmedo | 190 páginas | 15 euros

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