0

Las grietas del Tiempo

Don Quijote de Manhattan.inddANTONIO RIVERO TARAVILLOLa parodia, el darle la vuelta a un libro o a todo un género para, a partir de un terreno conocido, saltar a lo ignoto, y nuevo, y libérrimo, es esencialmente un fenómeno cervantino, la mecha que prende en la gran bomba literaria –aquello sí que fue un «Boom»– del Quijote. Ahora, la sevillaneoyorquina Marina Perezagua, incapaz de dejar pasar una injusticia, pone remedio de algún modo, y muy brillante modo que es, al veto que por duplicado recibiera Miguel de Cervantes a su deseo elevado a quien correspondía de marchar a las Indias. En realidad, al autor del Quijote Perezagua lo deja en España: es a sus dos más famosas criaturas literarias a las que da pasaporte al Nuevo Mundo trocando así la Mancha por la ínsula de Manhattan, entre el East River y el Hudson.

No es la primera, naturalmente, en reutilizar a los personajes de Cervantes: hace años, Andrés Trapiello publicaba Al morir don Quijote y, más recientemente, El final de Sancho Panza y otras suertes, donde el fiel escudero, junto con otros personajes de su historia, se traslada más al sur, a la América española. Perezagua sigue la estela de Trapiello en la cuidada recreación del lenguaje pero como si obedeciera al título de Luis Rosales, Cervantes y la libertad, echa al vuelo la inventiva y no para en barras en lo concerniente a la imaginación.

Como la propia ilustración de cubierta de Carlos Ezquerra previene, el ingenioso hidalgo y su escudero aparecen inopinadamente en Nueva York en tiempos actuales y se hacen con unas prendas de secundarios de la Guerra de las Galaxias. Suceden luego sus aventuras por la ciudad que tan bien conoce Perezagua, y el lector ha de seguirlas en el entendimiento de que tendrá que comulgar con ruedas de molino (¿o son gigantes?) y aceptar anacronismos e inverosimilitudes varias. El tono de fábula ayuda a ello, y el humor, el placer de contar enhebrando historias. En más de un punto, y esto es un juicio elogioso, me ha recordado a Salman Rushdie.

Ese humor sirve muy bien al propósito de la crítica, que Perezagua no ahorra, a los desequilibrios y aspectos más chocantes de la sociedad estadounidense, como el comercio de armas (el capítulo que trata de esto es en verdad hilarante). Hay otros capítulos, sin embargo, que parecen traídos por los pelos desde la experiencia personal de la autora y, en mi opinión, carecen de relevancia para la historia y suponen más bien un lastre (me refiero sobre todo a la narración sobre el profesor del capítulo XII). Es verdad, no obstante, en su descargo, que en el Quijote genuino, el de la Mancha y Cervantes, hay numerosos episodios paralelos a la acción principal.

Divertida es también la visita nada menos que al Instituto Cervantes de Nueva York, donde, de carne y hueso, los personajes de Cervantes se entrevistan con el director del centro. Pero la segunda mitad del libro va cediendo en humor a una narración más onírica y visionaria, con rasgos de catástrofe, que hace más grave el tono hasta que en el penúltimo capítulo el lector asiste al discurso de una misteriosa Sibila que hace revelaciones estupefacientes sobre el Cosmos, como por ejemplo: “el deseo sexual viene de la muerte de una estrella, y se dirige hacia el nacimiento de otra”. La desembocadura (el río del relato se desborda y transporta libros de la New York Public Library y otros objetos) tiene que ver con la Biblia, a cuya lectura se había entregado don Quijote al comienzo de la novela. Quien narra se cura en salud y hace varias alusiones a los saltos en el Tiempo y a las grietas de este. Quizá donde mejor expresado se halle esto sea al comienzo del capítulo XIX, donde se apela a la aceptación de “la cabriola de las azarosas y fortuitas leyes del Tiempo, que ahora mismo da un salto maravilloso sobre los pescuezos de los lectores y sobre sus reglas, y sobre la certeza de que eso que habitan en este momento se llama presente.” Sigue en labios de don Quijote una oportuna lección sobre la novela (no esta en particular, sino el género todo) que omito aquí pero recomiendo vivamente.

Es este un libro de riesgo, una pirueta cuyo salto mortal (y moral) se da con una sonrisa. Sin ser el mejor de la autora (uno considera que este es su primera novela, Yoro), Don Quijote de Manhattan es un logrado divertimento que no se queda en ello, en el juego literario, sino que plantea cuestiones hondas como la unidad última de los seres y del mundo, la sincronía de todo en un instante, la fantasmagoría que puede ser, y sin duda es, el espacio. Viene a ser, como sucedía en las tragedias de ese otro escritor cuyo cuarto centenario se conmemora este año con título de revista de Méndez y Altolaguirre, 1616, un ‘comic relief’ inserto en una trayectoria, aún breve, de narraciones más espinosas y hasta sobrecogedoras.

Don Quijote de Manhattan (Testamento yankee) (Los Libros del Lince, 2016) de Marina Perezagua | 312 páginas | 19 €

admin

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *