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Las posibilidades de una isla

Experiencia y pobrezaALEJANDRO LUQUE | No puede ser casualidad que, en el último año, autores tan diferentes como Frédéric Pajak, Antonio Muñoz Molina, Bashkim Shehu, Álex Chico o Enric Umbert se hayan ocupado en sus libros de un modo más o menos directo de la figura de Walter Benjamin. El imponente volumen de su producción, la influencia que ha tenido en múltiples áreas del pensamiento –del arte a la política, pasando por las drogas, el cine, la traducción o el misticismo judío–, y muy especialmente su trágico final en Portbou, hacen del filósofo alemán una personalidad tan magnética como pendiente de descubrir y releer.

De todos esos autores me detengo en Vicente Valero, poeta y narrador que también abordó la figura de Benjamin en Viajeros contemporáneos. Ibiza siglo XX, pero sobre todo en este ensayo que es reedición, y donde se ocupa monográficamente de la estancia del pensador en la isla durante los cruciales años de 1932 y 1933. Suelo disfrutar viendo cómo un escritor se convierte en detective en el tiempo y recompone los pasos de alguien en algún lugar muchas décadas después, escrutando las fuentes, detectando las pistas falsas, especulando sobre el color y la forma que podrían tener las teselas que faltan en el mosaico. Valero cumple fielmente con este cometido, y lo mejor es que su informe, aunque quiere ser austero desde el punto de vista del estilo, se lee con avidez y con placer.

Será un amigo de Benjamin, el joven filólogo Walther Spelbrink, quien anime al protagonista de la historia a instalarse provisionalmente en Ibiza por un motivo elemental, y fue sobre todo la posibilidad de salir adelante con “un mínimo europeo de supervivencia (entre aproximadamente 60 y 70 marcos al mes)”. La isla que lo acogerá está muy lejos de ser la meca mundial de la diversión veraniega que es hoy; de hecho, es muy escasa la información que circula sobre ella, más allá de algunas contadas descripciones más o menos románticas, por lo que el impacto debió de ser fuerte y prácticamente desprevenido cuando desembarcó el 19 de abril de 1932. Benjamin llega en horas bajas, todavía afectado por su tan anunciado divorcio con Dora Keller y asediado por sus primeros impulsos suicidas.
Sin embargo, algo va a cambiar en la mirada del filósofo. La arquitectura rural –que en Ibiza empezaba a producir lo que Le Corbusier calificó de “despertar mediterráneo”–, la flora, el ritmo de la vida en ese confín de las Baleares, producen un efecto benéfico casi inmediato en el nuevo vecino, que dedica su tiempo a pasear, a leer y a escribir, especialmente narrativa. En lo personal, para Benjamin se antoja una tregua entre dos momentos difíciles, una estancia en el paraíso antes de verse abocado a los infiernos que acechaban en la Europa de las primeras décadas del siglo XX.

Pero en lo que respecta a Ibiza, también fue un penúltimo momento de calma antes de la tormenta turística que estaba en trance de abatirse sobre la isla, aunque las señales todavía fueran difusas. De hecho, los lugareños todavía no lograban columbrarlo, pero nuestro personaje había recorrido suficientes países y hoteles como para reconocer el inmenso potencial del lugar, e incluso logró anticipar la llegada del viaje low cost consignando en sus notas fenómenos novedosos como el de los mochileros, “tan cargados de salud y mochilas como descargados de dinero”.
Como señala Valero, visitantes tan ilustres como Albert Camus, Jacques Prévert, Drieu La Rochelle, o Rafael Alberti y María Teresa León, supieron también ver aquella Arcadia de baños madrugadores, escritura en la naturaleza y vapores de hachís que sería colonizada por los hippies treinta años después.

“Mientras el mundo corría hacia una guerra segura”, afirma el autor, “aquel otro mundo insular, también ‘bajo el gobierno de la luna’, con sus costumbres arcaicas, su paisaje desnudo e intacto, y la presencia en él de individuos solitarios e independientes, se le reveló con una intensidad extraordinaria, lo sometió a la prueba de la nostalgia y lo llevó al terreno siempre libre e imaginativo de la utopía. Del mismo modo que, huyendo del futuro, su pasado personal se había convertido en el objeto principal de su mirada y de sus escritos, la isla de Ibiza, un espacio donde otro pasado, el de la humanidad misma, seguía milagrosamente vivo, se convirtió en objeto de reflexión permanente”.

El libro es rico en detalles y anécdotas jugosas, como la coincidencia de Benjamin y del general Franco en una calle del pueblo, las tomas de hachís y opio que le agenció su amigo Jean Selz, el hecho de que adoptara como secretario a un joven Max Verspohl que andando el tiempo sería jefe de sección de las SS en Hamburgo o su última historia de amor, la que mantuvo con la pintora holandesa Toet ten Cate. Pero sobre todo se explica muy bien el contraste entre el bienestar interior que el berlinés logra alcanzar en la isla y su penosa condición económica, nada nuevo en él, que le llevó a ser conocido entre los paisanos como es miserable. Pero más terrible que aquellas penurias fue la conciencia de que el fascismo, los totalitarismos en general, prosperaban en todo el continente sobre el humus de la crisis económica, y que muy pronto no habría lugar seguro donde esconderse de ellos.

La historia de Walter Benjamin, como es sabido, no acabó nada bien: más peregrinaciones forzosas, más estrecheces, enfermedad, la Gestapo pisando los talones, una dosis letal de morfina en el hotel Francia. Sea como fuere, un repaso a este periodo tan poco divulgado de su biografía nos invita a soñar otros destinos para nuestro personaje, como se ha fantaseado a menudo con la posibilidad de que lograra atravesar la península y llegar a Portugal, donde podría haberse embarcado hacia América y tal vez allí…

En fin, quedan sus libros, que darán tarea a lectores y profesores durante muchas décadas más. Lo mejor del ensayo de Valero es precisamente las ganas que dan de bucear una vez más en la obra benjaminiana, especialmente en los textos citados en estas páginas. Y también, sin duda, de viajar a Ibiza, en mi caso por primera vez; pero no a las de los chiringuitos y las discotecas, sino otra, aquella, la que seguramente ya no existe. La que, si apareciera en una postal, tendría el aspecto de un paisaje del alma.

Experiencia y pobreza. Walter Benjamin en Ibiza (Periférica, 2017), de Vicente Valero | 224 páginas | 18 euros

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