De rastros y encantes
José Carlos Cataño
Universidad de Sevilla, 2011
ISBN: 978-84-472-1383-2
297 + XXXII páginas
15 €
Rafael Suárez Plácido
Es curioso, o no, quizás fuera lo obvio y por eso ocurre así pero, tras la primera lectura de este libro, uno tiene la sensación de que ha estado asistiendo a la lenta restitución, a veces incompleta, de toda una biblioteca desaparecida, la biblioteca que tenían nuestros padres en casa de pequeños o, en este caso, la biblioteca de la que José Carlos Cataño habla en las primeras páginas del libro, que le acompañó hasta los doce años y que era el cuarto prohibido y que, como todos los cuartos prohibidos, era su lugar favorito de visita o escondrijo. Y digo que es curioso porque lo primero que ha hecho el autor es decir que no es así, que él prefiere pensar en sus libros como un elemento que le va a acompañar en su vida lo que tenga que acompañarle, que él prefiere seguir lo que ha llamado “la senda del tártaro”, y sí, los libros pueden ser un lastre en ese intento de vida nómada.
José Carlos Cataño es, huelga decirlo, uno de los poetas canarios más importantes de estos últimos años. Nacido en La Laguna, pasó los primeros años en esa casa con una enorme biblioteca que aunque tenía prohibido visitar, pasó a convertirse en su rincón favorito. Y eso pese a que tantos libros le producían alergia o asma. Es curioso, porque va a pasar el resto de su vida en torno a libros, en bibliotecas, librerías de viejo y rastros y mercadillos varios y no se le reproducirá esa alergia que tanto le cohibió en su infancia. El libro que más nos ha interesado hasta el momento de entre los suyos es «Los que cruzan el mar. 1974-2004», la primera parte de sus Diarios, publicado en Pre-textos. Es cierto que este libro tiene también mucho de Diario. Él lo llama, de hecho, Diario de libros y contiene una serie de entradas de su blog del mismo nombre más o menos reelaboradas. Eso ahora es difícil de valorar, ya que esas entradas antiguas del blog han sido suprimidas. En definitiva, olvidemos el blog y pensemos en un libro que trata sobre él y los libros que va encontrando en mercados de libros de viejo, especialmente en Barcelona, ciudad en la que reside, aunque también visita otras ciudades españolas y del resto del mundo. A veces podemos pensar en los diarios de Trapiello, en las entradas que dedica al Rastro. También está presente la diarística que antes se nos viene a la cabeza: con García Martín y los domingos en el Rosal, o ambos y Juan Manuel Bonet cuando visitan alguna ciudad del mundo, en las que siempre aparecerá un rincón con una librería o algo parecido. Yo no he podido dejar de recordar el fantástico relato “El cazador de libros”, del último libro de José María Conget. Con todos ellos tiene sus semejanzas y sus diferencias.
Hay que señalar, y esto es novedoso, que el libro trata exclusivamente de un hombre que sale muchas mañanas a varios sitios en los que se pueden encontrar libros usados. No nos cuenta su vida, aunque todos los personajes de la vida van apareciendo. En ese sentido no es un Diario, sin dejar de serlo. Como Andrés Trapiello prefiere las librerías de viejo a las de “nuevo”. Pocas veces comenta algo bueno de alguna de estas. Pero se separa de este en que básicamente va buscando el libro para leer, o para vender o para regalar, pero no es propiamente un cazador de ediciones muy valiosas. Hay que decir que el libro está editado por la Universidad de Sevilla, pero en una colección que se edita con motivo de la Feria del Libro Antiguo. En él se tratan muchos temas relacionados con la Literatura. Hay, por ejemplo, mucho resentimiento hacia parte de la crítica. Lo admite: no soporta ver que su nombre no ha sido incluido en alguna antología y si esta es de autores canarios, con mucho más motivo. A pocos críticos nombra, aunque se intuyen todos los nombres cuando se refiere a ellos; a bastantes autores sí, para hablar bien de ellos o mal, la mayor parte de las veces mal. Tiene gracia cuando habla de la revista Qué leer y la confunde con el Qué me dices. Su especialidad son las trastiendas de la Literatura. Así, con el tiempo sabe en qué puesto se venden los libros que los autores o editores envían a los medios, o donde descarga tal o cual crítico o poeta, la cantidad de libros dedicados que recibe. No cabe duda que sería un magnífico guía para alguien que visita Barcelona o alguna de sus islas Canarias y está interesado en este mercado de los libros viejos. De la literatura canaria también se muestra buen conocedor y es posible encontrar a lo largo del libro los nombres, y referencias a las obras, de Domingo Pérez Mink, María Rosa Alonso, Víctor Ramírez o Manuel Verdugo, aunque no se conforma en la insularidad. Es de esas personas que aparecen un día aquí, otro allá. Y esto se comprueba al abrir el libro por cualquier página.
El libro es muy sentido, pero tiene momentos muy divertidos: las erratas, esenciales en la tasación del libro viejo, y ese pequeño otro gran género que son las dedicatorias entre autores conocidos o estos y sus lectores, o simplemente entre alguien que compra el libro y a quien se lo regala. Pensemos que estos mercados están especializados en librerías que venden los familiares de alguien que ha fallecido, normalmente sin expurgarlas demasiado, con prisas. Ya digo: seguro que es toda una experiencia pasar unos años visitando a menudo estos puestos donde se airea toda la verdad del fallecido o todas las mentiras que han ido jalonando su vida. Si no podemos y la mayoría es obvio que no podemos hacerlo, tenemos aquí para su lectura De rastros y encantes, y nos podemos imaginar qué haríamos, incluso, a veces, podemos oler los libros de los que escribe siempre contando algo interesante, José Carlos Cataño.