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Lecturas de verano

Testigo de cargo
Agatha Christie
(Trad. C. Peraire del Molino)
RBA Bolsillo, 2010
ISBN: 9788498676761
176 páginas
8 €

Joaquín Blanes

Está en la naturaleza humana el pecado capital de la Pereza y nada hay de vergonzoso en ello, menos aún si el verano es excusa para practicarla. Especialmente extendido durante este periodo, la Pereza se crece con la canícula y la astenia, el calor asfixiante ralentiza los movimientos y el cerebelo se vuelve más denso, perdiendo tensión y ritmo. En esos casos, nada mejor que hacerse con una lectura liviana. Dejárse de voluminosas injundias metafísicas o farragosos Bestsellers y meterse de lleno en los clásicos más ligeros.

La profusa creatividad de Agatha Christie tiene, como toda materia dominada por la abundancia, momentos excelsos y momentos peripatéticos, pasajes de una lucidez abrumadora y párrafos de un ripio deleznable -por algo Agatha Christie dedicó parte de su trabajo a la novela rosa bajo el pseudónimo de Mary Westmacott-; pero su vida estuvo dedicada a la intriga, a la confabulación, al complot, al contubernio e incluso obró con el ejemplo. Existe un episodio enigmático en su vida, en 1926, en el que la escritora desapareció durante once días dejando una simple nota a su secretaria diciéndole que se iba a Yorkshire. Los motivos de su desaparición nunca fueron esclarecidos, algunos biliógrafos sostienen que se marchó después de una crisis nerviosa cuando su marido confesó tener una amante y le pidió el divorcio, otros creen que todo fue un montaje, una treta publicitaria de la escritora. En cualquier caso, la ironía de Agatha Christie consistió en hospedarse en un hotel cercano a Yorkshire bajo el nombre de Teresa Neele, cuando la amante de su marido se llamaba Nancy Neele, lo que nos permite discernir el carácter sátiro y libresco de la escritora británica. El episodio de suspense y misterio existió, la prensa se hizo eco y los fanáticos seguidores de la escritora se estremecieron ante la posibilidad de una ausencia definitiva.

En relación a la producción de novelas de misterio, todo el mundo conoce, al menos de oídas, alguna de las historias de Agatha Christie: Diez negritos, Asesinato en el Orient Express o Un cadáver en la biblioteca (probablemente este libro fuera el origen de ese juego de mesa tan conocido); o bien, inevitablemente ligados a las series televisivas, todo el mundo debería conocer personajes como Hercule Poirot y Miss Marple. El género por excelencia de Christie fue el Whodunit (Who[‘s] done it? – ¿Quién lo hizo?), que aquí, menos originales en nuestra designación de géneros denominamos novela policiaca o novela negra. En este estilo sería harto complicado no repetirse en los modos de acabar con una víctima, los asesinos de ficción tienen una imaginación limitada y en muchas ocasiones un leitmotif que provoca reiteración, no hay que olvidar que Agatha Christie trabajó en el dispensario de un hospital durante la Primera Guerra Mundial y eso la acercó a conocer el prodigioso mundo de los venenos y a terminar con la vida de muchos de sus personajes con este silencioso método.

Entre su magna producción existe un libro de relatos indispensable para entender el ingenio de la escritora y fundamental para introducirse en el universo intrigante de su creación. Testigo de cargo, que primero fue un relato breve, después una obra de teatro y, finalmente, una magnífica película dirigida por Billy Wilder en 1957; presenta nueve relatos en los que, de alguna manera, puede intuirse la escritura de otros talentos con malaleche como Roald Dahl y sus Relatos extraordinarios.

El relato que da nombre al libro genera en el lector la desazón incómoda la cuál no puedo desvelar, naturalemente, sin fastidiar las vueltas de tuerca que contiene el relato. «La señal roja» es un intrincado e interesante relato conspiratorio muy apetecible de adaptar al cine o a la televisión. «El cuarto hombre» retoma los encuentros fortuitos en un tren de varios conocidos que hablan sobre teología y un cuarto individuo, totalmente desconocido que les narrará la extraterrenal historia de Felicie Bault. «La radio» es uno de los mejores relatos del libro e irradia una malevolencia y una mordacidad infrecuente en la racionalidad de Agatha Christie; recuerda mucho la perversidad de algunos relatos de Dahl, y en el mismo estilo continúa «El misterio del jarrón azul», al que se añade la misoginia inofensiva de Patricia Highsmith, que pasa a ser ofensiva y truculenta en el siguiente relato, «Villa Ruiseñor», título sarcástico, sin duda, que continúa en esa línea en «Accidente», con un excelente final.

«El segundo gong» cierra el libro y presenta un caso típico del inspector Hercule Poirot, quizás sea el relato más desabrido e insustancial, porque retoma la línea tradicional basada en explicar, punto por punto, los motivos del asesino y el procedimiento que ha seguido para acabar con una o varias de las víctimas. Prescindiendo de este relato, el libro es un magnífico entretenimiento estival o, si se prefiere, un fantástico relajante muscular antes de regresar al tajo y poner en tensión el cuerpo, la mente y el extracto bancario, como hacemos cada principio de septiembre.

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